Prólogo: El Origen

248 30 9
                                    

Londres, Julio de 1998

El transcurso de un segundo, al igual que el latido de un corazón, no es un grito insustancial que se escurre a través de la eternidad; es dócil y ligero, hasta el último segundo del mismo presente. El tiempo, sin importar su ciclo, no esta perdido. Nunca. Y eso era algo por lo cual él se sentía agradecido, a pesar de su inagotable existencia. Si el ciclo de la vida hubiese sido indócil, él no estaría ahora observando desde la obscuridad que lo acogía, todo aquello.

A casi cuatro millas al este de Charing Cross, en Whitechapel, la masacre ocurrió en plena obscuridad.

El cuchillo aferrado entre los dedos de la pequeña se sentía como una extensión de su propia desgracia: Injusta y Letal.

Él así lo sintió.

El desplazamiento del filo hacia arriba, acortando el espacio con rapidez, y ella rasgaría a través de esa carne y yugular, apuñalando en fracción de segundo.

Él sabía exactamente lo que se desencadenaría a continuación.

La desafortunada circunstancia siempre estaba ahí, la implacable determinación nunca se ausentaba, y la decisión que se llevaría a cabo siempre sería devastadora. Él había presenciado aquello innumerables veces. Siempre en un segundo plano existencial. Una y otra vez cambiando el curso de los hechos, pero siempre ocurriendo el infalible cambio. Desde la claridad de sus ojos y la obscuridad de su interior, aquello nunca fallaba. Y, a pesar de su corazón estar muerto desde hace miles de años, Él sintió el final también.

Ella lo hizo en un instante, y con una puñalada violenta y cargada de brutalidad la sangre floreció desde su victima, negra y brillante, cubriéndola como un manto de pura y santa desesperación.

Ya estaba hecho.

La pequeña experimentó la más insólita de las sonrisas, y él supo que una parte, quizá no tan oculta en ella como a él le hubiese gustado, se sintió extasiada, complacida, y rebosada de la mas delirante satisfacción. Como una letanía de sus más obscuros deseos, como una verdad absoluta, eso estaba ahora en su interior inundando sus sentidos, expectante, y sediento de destrucción.

Privándolo de sus brillantes ojos azules -como los de él mismo-, ella los cerró y extendió sus brazos hacía la gloria, dejando que el cuchillo se deslizara por entre sus dedos ahora manchados de sangre.

La evidencia, se dijo así mismo, y su dolor se volvió afilado en la obscuridad. Ella querría más, mucho, mucho más, y él supo en ese momento que nunca nada seria suficiente.

Nunca.

El repiqueteo de la delgada hoja metálica contra el suelo provocó un escalofrío en su cuerpo. Y así, en medio de su gloria y majestad, sintió enmohecerse nuevamente una parte de si mismo.

Ya estaba hecho. Ella había Trascendido.

Una oleada de emoción -incredulidad y pánico- comenzó a extenderse por la habitación, trayéndoles a la fría realidad. El obscuro poder insidioso que se había hinchado en el interior de la pequeña la abandonó, provocando que sus ojos se abrieran desorientados. Ya no eran azules, él supo, eran de un gris pálido y tormentoso.

El primero de muchos cambios.

La habitación estaba obscura, aunque pequeños haces de luz se colaban por entre el raído material que cubría una ventana. Él percibió el reconocimiento en sus delicadas facciones teñidas de suciedad. Era su habitación, ella lo sabía, y siempre parecía reconocerla a pesar de su deteriorado entorno, y a pesar de su conmoción. Y solo cuando dio un paso en dirección a la débil claridad el hecho la golpeó con fuerza.

La pequeña niña observó hacia el suelo, incrédula, y la bilis ascendió hasta su garganta. La sangre corría por el material que recubría el piso, se deslizaba, y engrasaba sus pies descalzos.

Y, a pesar de su pecho estar vació, él sintió un aflojamiento en el.

El viento arreció, el calor se agitó dentro de ella calándole hasta su centro. Desesperada por volver al entumecimiento, se concentró inútilmente en la desidia. Pero incluso con todo, Él sabía que la quemazón era implacable. Moviéndose entre sus capas, metiéndose entre las venas, convirtiendo su conciencia en lava hirviendo.

No podía parar.

Él no la podía ayudar.

Jamás podría.

Y ese sería su eterno castigo.

El fuego se filtro furioso por entre su pequeño cuerpo, desde el fondo de su ya condenada alma, hacia el exterior. Todo ardió. Y él, con desesperación, vio a su pequeña hija -ya nunca mas humana-, abrazar el dolor que sentía.



Heartagram: Almas Sombrías #YoSoyAnarky2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora