Capítulo 2

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En el que hay un piano, una película y una proposición inocente.

El chofer me dejó en la puerta de la casa Gabriel al día siguiente, iba vestida con unos pantaloncillos cortos de color blanco, y una blusa de tirantes, algo acorde con el clima de primavera, que era caluroso y húmedo. Me atendió la puerta la misma empleada que nos había recibido a mis padres y a mí el día del almuerzo, una joven de piel clara y cabello café, de baja estatura y rostro en forma de corazón, me sonrió mientras se hacía a un lado para dejarme pasar.

-Adelante señorita Andrea, -dijo-el joven Gabriel la espera en su habitación.

-¿En su habitación? -Pregunté, asombrada-¿no en la sala o algo así?

La joven mujer de rostro amable me sonrió de nuevo.

-No, el piano vertical lo tiene en su habitación, pronto traerán el piano de cola para la sala de música.

-Ah-me limité a decir, ni siquiera sabía que existían varios tipos de pianos.

Seguí a la empleada al segundo piso, en donde en un largo pasillo nos detuvimos a la mitad, enfrente de una puerta de color blanco, en donde ella tocó ligeramente con los nudillos una sola vez y esperó la contestación del otro lado.

-Puedes pasar, Mari-contestó la voz suave del chico, entonces ella tomó el pomo y lo giró para abrir y dejarme pasar.

-La señorita Andrea está aquí -se limitó a decir Mari y luego se retiró, dejándome allí de pie. Le eché un vistazo al interior de la habitación, que era toda de color blanco y secciones de madera clara, a la derecha se encontraba una pared hecha completamente de cristal, pero estaba oscurecido, evitando que los rayos del sol pasaran. Gabriel no se veía por ningún lado por lo que ingresé un par de pasos y entonces lo vi, estaba a la derecha, sentado ante un piano delgado de color café claro. Vestía unos pantalones de color caqui, una camiseta blanca e iba descalzo, todo su cabello estaba alborotado, por lo que se pasó la mano por ellos para apartarlos.

-Hola, -dijo, con el mismo tono sosegado que había utilizado durante el almuerzo del día anterior, era como si estuviera conteniendo su verdadero tono de voz, o quizá su molestia por tener que desperdiciar el tiempo con una chica desconocida como yo.

-Hola, -contesté, quedamente, manteniéndome en el mismo lugar, a dos pasos de la entrada.

Él me miró un segundo, desde los pies hasta la cabeza, y yo le regresé la mirada retadoramente, entonces retiró sus ojos negros de mí.

-Puedes sentarte -dijo, palmeando el lado continúo al suyo en el banquillo mullido del piano, y yo, con un suspiro de resignación me acerque a él y tomé asiento. Me senté cerca, porque no había más lugar.

-¿Sabes algo sobre el piano? -preguntó.

Negué lentamente con la cabeza, posando mis ojos grises en los suyos.

-¿Puedo ver tus manos? -continuó, volviéndose ligeramente hacía a mí. Bajé la mirada entonces, a mis manos blancas y escuálidas y asentí. Las tomó entre las suyas, que eran enormes, blancas también, pero menos y con bellitos en los dedos. Unas manos masculinas y hermosas, completamente diferentes a las mías. Manos de pianista.

-Mmm...-murmuró, tocando cada uno de los huesitos de mis dedos -son tan pequeñas, tan delicadas, tan suaves.

Lo miré atentamente mientras inspeccionaba mis dedos, mientras los acariciaba con sus manos, y en ese momento él desvió la mirada y la clavó en la mía, y allí la dejó, la sostuvo por varios minutos, y yo no me aparté, me quedé quieta, observándolo mientras mantenía mis manos en las suyas.

El juego de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora