Capítulo 5

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 En el que se cierra un trato con chocolate.

Era sábado, no había ninguna razón para salir de casa, mamá se aseguraba de tener algo que hacer ese día con sus amigas, sin embargo a mí me dejaba pudrir de aburrimiento en nuestra enorme casa. Cuando más niña, mi niñera jugaba conmigo, pero ahora que ya no estaba, las demás del servicio se negaban a hacerlo, deseaba tener una amiga entre las muchachas como era María con Gabriel, que lo trataba con cariño, como si fuera su hermano pequeño, no como a mí, que me ignoraban a tal grado que apenas me miraban.

Estaba en el suelo de mi habitación, con los cabellos esparcidos por la alfombra rosa, tenía pantaloncillos cortos de mezclilla y una blusa de tirantes, que en realidad era la parte superior del piyama, y estaba aún así, cuando mamá abrió la puerta, y apareció ante mí, sólo le eché un vistazo, la vi desde mi perspectiva, tan fresca como siempre, llevaba un vestido veraniego, de falta con vuelo y estampados florales.

—Saldré un rato—dijo, al tiempo que yo decía lo mismo articulando con los labios, sin sonido alguno y rotando los ojos. Conocía sus frases, sus rutinas de toda la semana, nada que incluyera salir con su hija. —¿Andrea, me escuchaste? —inquirió.

—Sí, —dije, sin volver la mirada hacia ella.

—¿Vas a quedarte todo el día ahí?

Asentí.

—¿No quieres que te deje en casa de alguna de tus amigas? —inquirió y estuve a punto de decirle que en realidad mi grupo de amigas me había desterrado desde hacía más de tres meses por una estupidez tan insignificamente como que mi padre tenía más dinero que los suyos y me consideraban una presumida.

—¿Puedes dejarme en la casa de Carmela? —inquirí levantándome de pronto, con una idea maliciosa maquinando en mi cabeza. Esa chica vivía en la misma calle que Gabriel, que aunque no fuera mi amigo en toda la extensión de la palabra me resultaba interesante. Quizá funcionaría.

—¿No es la que vive cerca de la casa de los Roché? —preguntó mamá, y yo me sorprendí de que lo supiera, no creí que prestara especial atención a cosas que no fueran salir con sus amigas y tener cosas caras.

—Ajá— Dije, asintiendo.

—Pues aprovechas a saludar a Gabriel y a su madre—dijo y yo sonreí, no creí que fuera tan fácil conseguir aquello, casi ni me había esforzado, creí que tendría que decir una mentira de las gordas sobre cómo me encontré con Gabriel caminando en las banquetas y por ello había terminado en su casa, si es que en realidad me atrevía a ir.

De un brinco me puse de pie.

—¿Así estas lista?—preguntó mamá.

Corrí a echarle un vistazo a mi figura en el espejo de cuerpo completo que había en mi pared. Tenía un aspecto adorable de recién levantada, pero aun así asentí y sólo tomé un par de sandalias de playa, una liga para el cabello y corrí por el pasillo tras mamá. Una vez en el auto no conversamos mucho, sólo tararemos una canción hasta que la casa de mi ex amiga Carmela se extendió ante mí.

De prisa me bajé del carro, con un pequeño bolsito tejido de color blanco colgando de mi hombro en donde tenía el celular.

—Cuando te aburras me llamas. —comentó mamá antes de cerrar otra vez el cristal del auto dejando apenas una pequeña estela del aire acondicionado de interior, dejándome en esa mañana de verano abrazador. Y se marchó.

Papá nunca me dejaría así, pensé, se aseguraría de que hubiese entrado, pero así era mamá; confianzuda par algunas cosas, atolondrada para otras y sumamente protectora para cosas sin sentido.

El juego de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora