Capítulo 7

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Entre escenas, poemas, música clásica, risas y conversaciones sin sentido, transcurrió el primer mes. Las obras de Montse cada vez eran mejores, no se le podía negar, pero, aunque quisiera decir lo contrario, las cosas entre Harry y yo iban cambiando. O, al menos, a mi parecer. Me sentía más cercano a él —más cercano de lo que nunca me había sentido a él y, en sí, a nadie. Sabía que se debía a todos esos pequeños momentos íntimos que teníamos que compartir gracias a Montse y, si bien no me molestaba, era extraño.

Bastante extraño.

Muy extraño, ¿sí?

Muchísimo.

Y, en sí, el problema no era ese. Yo era un simple adolescente normal que amaba ayudar a sus amigos y que sólo quería a su sólo mejor amigo y tenía la vida clara, resuelta y simple; nada era confuso, nada era complicado, nada era extraño. Y luego, cuando comencé con toda esa ayuda hacia Montse porque obviamente la iba a ayudar porque era mi amiga y uno siempre ayuda a sus amigos —era como si todo hubiera comenzado a ser confuso. No de forma definitiva, claro está, sino, más bien, parcial. Gradual. Algo no tan alarmante pero aún así una pizca alarmante. Era como, por así decirlo, el comienzo —sí, eso era, el comienzo.

De una confusión.

Con respecto a Harry.

Y lo que me preocupaba, siendo honesto, era en qué terminara acabando.

Vernos el uno al otro había sido lo más simple que nos había tocado hacer. Lo. Más. Simple. Y no era que esto me molestara, por supuesto, porque sabía que hacíamos esto por razones netamente artísticas, pero... a veces, lo miraba a los ojos y me parecía que eran los ojos más hermosos del mundo. O, cuando le tomaba la mano, me parecía que nuestros dedos encajaban como si hubieran sido hechos a la medida del otro. O, cuando lo abrazaba, sentía que aquello significaba algo; no era como abrazar a alguien por cortesía —con él significaba más.

Y, bueno, sí: eso me aterraba.

No sólo porque seguíamos posando y sabíamos que seguiríamos haciéndolo por quién sabía cuánto tiempo más, o porque las tomas iban siendo cada vez un poco más exigentes... me aterraba porque quizá comenzaba a gustarme tener que posar con él.

Y, más que eso, porque todo ese asunto había comenzado a afectar nuestra relación como amigos fuera del colegio.

Por ejemplo, la primera vez después de tomarnos las manos, fuimos al cine. Había salido una película que Harry había estado queriendo ver desde hacía tiempo, por lo que fuimos apenas nos enteramos de que había sido estrenada. Ya en la sala, como a mitad de la función, no soportaba el frío, dado que se me había olvidado el suéter, y comencé a tiritar y a soplarme las manos, intentando darles calor.

—¿Estás bien? —me preguntó. Asentí con la cabeza, restándole importancia al asunto, pero no pareció satisfecho con mi respuesta—. ¿Quieres que te dé la mano? Podría ayudar.

Estaba alegre de que estuviéramos en el cine y la sala estuviera a oscuras porque, de lo contrario, Harry habría visto cuán rojas se tornaron mis mejillas al escucharlo diciendo eso. Me encogí de hombros, dándole a entender que podía hacerlo si quería, intentando restarle relevancia, y me tomó la mano derecha con su izquierda y la izquierda con su derecha.

Tenía razón; sí ayudaba con el frío, por más tonto que pareciera, y sonreí levemente. No dijimos nada más, miramos la película como si nada, como siempre, y volví a pensar en lo cómodo que se sentía tomarle la mano. Así se sentía siempre, la verdad: como si no fuera nada del otro mundo, como si estuviéramos acostumbrados a hacerlo, como si siempre lo hiciéramos. Eso me dejó pensando un rato, porque yo en serio no podía creer que fuera normal que te sintieras así de cómodo y cálido tomándole la mano a tu mejor amigo de toda la vida y, cuando salimos, me preguntó si me había gustado.

Homely [Larry] #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora