Ahora estoy impregnada de aroma solitario.
¿O ya formaba parte de mí anteriormente?
De todas maneras, es un dato insignificante.
El café despierta mi cabeza, pero mi mente sigue durmiendo.
Esa mañana, el café no había surtido efecto en ninguno de nosotros.
- ¿Estás bien? Llevo la cabeza en las nubes, lo siento.
La voz de aquél chico era alcohol para mis heridas y para mi cerebro.
- S-sí -dije levantándome con su ayuda- no te preocupes por mí.
- ¿Te has hecho daño en algún sitio?
- No, ¿por qué? - pregunté mirándome y comprobando que, efectivamente no tenía ninguna herida.
- Porque estás llorando.
Me giré rápidamente, dándole la espalda a aquél chico. Eso fue demasiado embarazoso para mi, pero las lágrimas no se detenían, y el semáforo tampoco.
- Será mejor que crucemos, pronto se pondrá en rojo.
Tomando caso de lo que dijo decidí cruzar, en cuanto pasamos la calle, me senté en las escaleras de un apartamento.
Con un ligero suspiro limpié las lágrimas que, curiosamente, habían parado.
- Gracias, señor que no conozco.
- Bueno... ¿me veo tan viejo? -dijo soltando una risa- me llamo Shen, y tú...
- Ah, claro - sonreí - me llamo Kumiko.
- No fue nada, pero, ¿en serio no te has hecho nada?
- No, estoy bien, al menos físicamente.
- ¿Mal de amores? - preguntó sentándose a mi lado
- Sí- suspiré- algo así -sonreí- pero ya no se puede hacer nada, solo podemos seguir hacia delante, aunque haya un acantilado.
- No es tan malo el que haya un acantilado delante, siempre puedes tirarte, y ver que pasa.
La risa de aquél chico me contagiaba, yo, que iba a tener una tarde llorando en la cama, se había convertido en una tarde de risas y chistes con un desconocido.
- Oye - dije parando de reír- ¿Quién eres, Shen?