Detesto cuando mi hermanito tiene que irse. Mis papás me dicen todo el tiempo lo enfermo que está. Que yo tengo suerte de tener un cerebro donde todas las sustancias fluyen debidamente a sus destinos como ríos. Cuando me quejo de lo aburrida que estoy sin mi hermanito menor para jugar con él, tratan de hacerme sentir mal señalándome que su aburrimiento es seguramente mucho peor que el mío, considerando su encierro en un cuarto acolchonado en un manicomio. Siempre les ruego que le den sólo una última oportunidad. Por supuesto, lo hacían al principio. Él ha regresado a casa varias veces, cada vez por menos tiempo que la anterior. Cada vez, sin falla, todo comienza de nuevo. Los gatos del vecindario con los ojos sacados apareciendo en su cofre de juguetes, las navajas de rasurar de mi papá puestas en la resbaladilla del parque de enfrente. Las vitaminas de mi mamá cambiadas por tabletas de cloro. Mis papás tienen ahora mucho cuidado con eso de las "últimas oportunidades". Dicen que su enfermedad lo hace encantador, que es muy fácil para él fingir normalidad, y engañar a los doctores que lo cuidan para que crean que está rehabilitado. Que sólo voy a tener que aguantar mi aburrimiento si eso implica que esté a salvo de él. Detesto cuando mi hermanito tiene que irse. Tengo que fingir que me porto bien hasta que él esté en casa...