Capítulo 2

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Compartía cuarto con un chico. Y no con cualquier chico, sino con el hijo del Director. Con un dragón de fuego, mi supuesto rival.

- Pretendía pasar desapercibida.

- Siendo del sector que eres no puedes pasar desapercibida. Pero tienes suerte de que no lo saben los alumnos.

Sentí una oleada de emociones. Quería llorar, gritar, patalear en el suelo como una niña pequeña.

¿Y ahora qué pasaría con mis dos nuevas amigas? Este cambio significaba mandarlo todo a la mierda. Ellas se extrañarían de no verme de nuevo. Correrían rumores.

- Mi padre se ha ocupado de borrar tu recuerdo de la mente de tus compañeras.

Eso en parte me tranquilizaba. Sería como si nunca hubiese estado allí. Pero, algo dentro de mí se removió. Ya no tenía amigas ni la posibilidad de una estancia normal en mi nuevo colegio.

Estuve toda la noche hablando con Dean. Era simpático, gracioso. Era simplemente increíble. Sus gestos, su forma de hablarme tan fluidamente, como si nos conociésemos de toda la vida, me hicieron darme cuenta de que no estaría completamente sola al fin y al cabo. Había perdido dos amigas pero a cambio le tendría a él.

Al día siguiente tuvimos clases. Resultó que Jina, la elfa nocturna con la que hablé el primer día, estaba en mi misma aula. Me senté a su lado en todas las materias.

Cuando llegó el turno de "Preparación de Ungüentos y Pócimas", Din entró en el aula.

- Hoy aprenderemos a hacer un ungüento curativo. No es muy poderoso pero es sumamente necesario. ¿Alguien sabe cómo se hace?

Dean y yo levantamos la mano al mismo tiempo.

Parecíamos inmersos en una competición. Cada vez que el profesor decía algo ambos estábamos al pie del cañón. Gracias a todo lo que me había enseñado mi padre unos meses antes de venir, respondí a todas las preguntas perfectamente.

Estaba riéndome de la cara de Dean cuando se escuchó la puerta. Me volteé con curiosidad y deseé no haberlo hecho al instante siguiente.

Un chico entró. Su aspecto era aterrador y entendí el silencio tenso que se formó con su llegada. La mayoría esquivaba el contacto visual con él. Incluso Dean palideció.

Le eché un vistazo disimuladamente. Era alto, muy alto. Su piel blanca no tenía ninguna imperfección. Su pelo negro hacía resaltar aquellos ojos azules que me estaban volviendo loca por segundos.

Un sentimiento extraño subió por toda mi espina dorsal. Un sentimiento que me era sumamente familiar.

- ¿Quién es? - le susurré a Jina

- Su nombre es Allen. Es bastante rarito y muy frío. Te recomiendo que te alejes de él. Todo el mundo le tiene miedo.

Posé mi mirada en él. Se había sentado en un pupitre vacío y miraba el libro de texto. Sus largas pestañas rozaban sus mejillas de porcelana. Tenía una belleza divina, irreal. Ese chico era de otro mundo.

Se volvió hacia mí, tomándome desprevenida. Sus ojos azules se clavaron en los míos. Atrapé mi labio inferior entre mis dientes. Me había pillado mirándole. Avergonzada, me di la vuelta.

En cuanto terminó la clase salí pitando de allí. Era hora libre y me apetecía inspeccionar aquel lugar más a fondo. El collar se volvió azul indicándome que estaba en un pasillo seguro. Eché un vistazo al corredor y decidí seguir recto.

Todas las paredes estaban adornadas con tapices, cuadros y demás. Mi mirada fue a parar a uno en particular. Me acerqué al cuadro: la imagen de mi padre.

No obstante, su imagen no era exactamente igual. En aquella imagen una leve sonrisa asomaba por la blanca y densa barba. Su cabello blanco, al igual que el mío, estaba repeinado hacia atrás con la ayuda de mucha gomina. Me moví y sentí que la mirada del cuadro seguía la mía.

Continué mi camino como si nada, prefiriendo no pensar en el motivo por el que mi padre había dejado de sonreír. De vez en cuando revisaba el colgante para asegurarme de que andaba por buen camino.

Cuando su color cambió a rojo me congelé donde estaba. Una voz masculina me llamó. Dijo mi nombre con claridad justo antes de agarrarme por la muñeca y girarme hacia él pero no le podía ver el rostro

- ¡Sé quién eres! - ejerció más presión - ¡Eres una vergüenza!

Los cuadros que había cerca de nosotros comenzaron a temblar y uno a uno fueron cayendo. Me removí y sentí como poco a poco él me dejaba libre. Y entonces pensé en escapar. Estaba dispuesta a echar a correr. Pero él pareció darse cuenta y en un movimiento rápido volví a tener su mano aprisionando mi muñeca. La retorció, provocando un quejido de mi parte.

Dolía. Dolía como el infierno. Quise llorar pero sabía que si lo hacía sería aún peor para mí. Apreté la mandíbula dispuesta a aguantar.

Con brutalidad tiró de mí, haciéndome perder el equilibrio pero me recompuse. Volvió a tirar de mí y esta vez caí al suelo de rodillas. Soltó una risotada. Estaba disfrutando de aquello y yo no entendía el por qué.

Escuché una voz a unos pasos de nosotros, y levanté la mirada hacia mi agresor y perdí el conocimiento.

Cuando desperté, unas manos heladas sostenían las mías. Seguí el recorrido de aquellas manos hasta llegar al rostro de Allen.

- Beatriz, ¿qué te ha pasado? Estabas inconsciente en el pasillo.

Miré a todos lados sin contestar y evitando mirarle a los ojos.

- ¿Dónde estoy? - me levanté de un salto. La muñeca ya no me dolía.

- Mírame - no le hice caso y me dirigí hacia la puerta.

Allen apareció delante de mí y yo pegué un bote hacia atrás y desvié la mirada.

- ¿Por qué no miras a los ojos de quien es igual que tú?

Avanzó y yo retrocedí. A cada paso que él daba yo hacía lo mismo pero hacia atrás hasta que choqué con la pared. Puso ambas manos a los lados para evitar que escapase.

Sus ojos se clavaron en los míos de nuevo. Su mirada me heló la sangre pero poco a poco fui acostumbrándome a él. Su frío exterior me era tan familiar... Sin darme cuenta mi cuerpo se fue acercando al suyo.

Me rodeó las caderas con sus manos para acercarme aún más y unió nuestros labios. Por la forma en la que me besaba, cualquiera podría haber pensado que añoraba mis labios desde hacía una eternidad.

Y aquello fue suficiente para mí. Me separé de él y pareció confundido.

- ¿Tanto miedo me tienes? - no entendí su pregunta. Sentía de todo menos miedo. - ¿Es que no te das cuenta o qué?

Volvió a intentar besarme pero esta vez sí me aparté a tiempo. Se tensó.

- Espera. Eres... ¿mitad humana?

- Sí. - Ahora sí que estaba confundida.

Soltó un exabrupto.

Una luz azulada rodeó su cuerpo y al instante siguiente Allen no estaba. En su lugar había un dragón. Era de color azul plateado. Un sequito de pinchos del mismo color recorría su cara. Sus ojos eran blancos, totalmente blancos.

El dragón abrió la boca y de ella salió hielo. Toda la habitación comenzó a congelarse mientras él rugía. Poco a poco se fue calmando y volvió en sí. Su mirada era triste y eso me carcomió por dentro.

- ¿No sabes quién soy? Nos conocemos desde pequeños...

Negué con la cabeza. Eso era imposible, nunca había visto a ese chico en mi corta existencia.

- Soy Allen y te conozco desde hace 1300 años.

Abrí los ojos como platos. ¿Había dicho 1300 años?

- Tú moriste hace 16 años. Tu autentica madre ni siquiera es humana - era demasiada información de golpe -. Eres la primera dragona legendaria.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora