Capítulo 6

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Llevaba un buen rato en la habitación de Allen, viéndole con un aspecto horrible.

Las ojeras se habían intensificado debido al cansancio. Estaba más pálido de lo normal. Su piel parecía la de una muñeca de porcelana, frágil y fría. Su cabello, normalmente desarreglado, estaba chafado y sin forma.

Respiraba con una dificultad preocupante mientras se intentaba levantar de la cama. Al hablar, su voz sonó ronca y áspera:

- Siento estas pintas, sé que me veo horrible.

Sonreí mentalmente.

- ¿Más que normalmente? - pregunté con sorna.

Me clavó una mirada envenenada pero juraría haber visto el atisbo de una sonrisa, por muy diminuta que fuese, en sus labios.

Me preocupaba Allen, me preocupaba que él pudiese estar en riesgo por mi culpa, por darme su sangre para poder recuperarme de algo que ni siquiera recuerdo con claridad.

Allen se me quedó mirando un largo rato. No hizo falta pensar cómo sacar el tema, él se me adelanto.

- Mi sangre no te favorece - ladeó la cabeza, mostrando una sonrisa arrogante -. Pero no soy mala persona, así que no podía dejarte en ese estado.

La naturalidad con la que dijo aquellas palabras me sacó de mis casillas. Tenía esa capacidad, en un momento lograba enfadarme y al siguiente dejarme atontada. La familiaridad con la que nos tratábamos era extraña, aunque no me desagradaba.

Allen se convirtió en poco tiempo en alguien del cual no quería desprenderme, en un vicio. Estar con él conllevaba muchas cosas, una de ellas era sentirme integrada, acompañada. Él era de mi especie, de mi sector. Otra de las cosas, quizá la más importante y que me costaba admitir, era que él despertaba en mí emociones que jamás creí conocer. Pero también había consecuencias negativas que, en aquel entonces, yo no lograba ver.

Me mordí la lengua para no contraatacar. No había venido a discutir con él, sino porque estaba preocupada. Además, en mi interior una vocecilla me estaba diciendo que aquella fachada de chico frío y creído no era más que eso, una fachada que ocultaba lo que realmente era. Podía sentir aquella conexión tan única con él, aquel frío glacial que compartíamos y que al estar juntos se convertía en algo mucho más intenso, en una tormenta helada.

- No debiste hacerlo, te pusiste en peligro. Podrían haber encontrado a otra persona - me crucé de brazos -. No lo sé, la cuestión es... Que te pusiste en peligro. Odio que hicieses eso y no entiendo el por qué. Ni siquiera logro entender qué es lo que me pasa - había cogido carrerilla y ya no podía parar -. No sé qué es lo que me ocurre cuando estás alrededor, pero desde el día que te vi siento tanta familiaridad...

Allen frunció el ceño.

- Quiero acordarme de las cosas. Desde el día que me dijiste todo aquello he estado investigando pero aún no logro recordar nada, ni siquiera una pequeña parte. Sólo tengo sueños. Todos son borrosos y al despertar prácticamente no los recuerdo.

Le miré a los ojos. Estaban cristalizados, tristes. ¿Le dolía el hecho de que no recordase? Se pasó las manos por los ojos y soltó el aire.

- Me gustaría ayudarte, no sabes cuánto. - mirando al suelo, dio un paso hacia mí. Quedamos a unos pocos centímetros que a mí se me antojaban quilómetros.

Levanté la vista hacia él.

- En estos dieciséis años he intentado de todo para encontrarte, para acercarme a ti. Creo que la suerte está de mi parte ahora - su mano acarició mi mejilla -. Ahora estás aquí. El siguiente paso es recordarme. Así que, por favor, no dejes de intentarlo.

Apoyó su frente en la mía y cerró los ojos.

En medio del silencio, podía escuchar su corazón, latiendo al mismo ritmo que el mío. Cerré los ojos embriagándome de aquella paz ficticia que se cernía entre nosotros, sintiéndome como en casa.

Mi mente se quedó en blanco por un segundo, antes de sentir ese fuerte dolor de cabeza que siempre tenía después de mis sueños.

En mi cabeza, la imagen de un niño se hizo presente. Era la viva imagen de Allen en miniatura. Corría por el campo delante de mí, riendo a carcajada limpia. Su sonrisa era preciosa, tan pura e inocente.

Intenté alcanzarle pero era muy rápido. Seguí corriendo mientras se escuchaban de fondo nuestras risas, junto al canto de los pájaros más allá del espesor de los árboles que separaban el campo dónde nos encontrábamos de las profundidades del bosque.

Me sentía realmente bien allí, llena de vida. ¿Acaso era este Allen de pequeño? ¿Era un recuerdo nuestro?

El niño volvió hacia mí. Me agarró de las manos. Comenzamos a danzar entre las flores. Los pétalos formaron un remolino a nuestro alrededor, danzando hasta perderse en el cielo. Caímos, rodando por el suelo entre risas. Me quedé observando el cielo azul. Todo aquello era precioso.

Irguiéndome, observé los movimientos de aquel renacuajo. Se situó detrás de mí. Revisé todo lo que nos rodeaba, observé el campo. Podía sentir como sus pequeñas manitas jugueteaban con mi cabello, trenzándolo. Mi mano paseaba por las flores silvestres que nos rodeaban. El lugar en el que nos encontrábamos me resultaba vagamente familiar.

Una ventisca movió las flores, haciendo que los dientes de león levantasen el vuelo hacia no se sabe dónde. El dulce cantar de los pájaros servía de acompañamiento al trabajo del niño con mi pelo, marcándole un ritmo que él sigue al pie de la letra. Un, dos, tres; un, dos, tres...

En mitad de esa bella imagen, un grito desata el caos. Ladeé la cabeza hacia el bosque, del cual surgía una nube de humo negro. No tardé en levantarme y agarrar la mano del niño.

Echamos a correr, él siempre detrás de mí. Nos adentramos en las profundidades del bosque, apartando ramas a nuestro paso y agachándonos de vez en cuando para evitar chocar.

La presión en mi pecho me impedía respirar debidamente. Se repetía la sensación que había experimentado antes de matar al dragón.

Solté la mano del niño y me elevé en el aire. A mí alrededor se formó una nube glacial. Mi cabello trenzado se desató sin ayuda de mis manos y quedó suspendido en el aire. Grité algo pero parecía un sonido tan lejano que realmente no logré percibir qué es lo que había dicho.

Mi cabeza daba vueltas y vueltas. Todo se iba volviendo borroso conforme avanzaba.

El niño chilló a mi espalda. Me giré. Una mujer le había agarrado y tiraba de él. El filo de un cuchillo brilló en su mano. La furia se reflejó en mis movimientos. Mis manos dolían de lo frías que estaban.

La ventisca de hielo se dirigió hacia la mujer, rodeándola. Soltó al niño, el cuál corrió hacia mí, y se llevó las manos al cuello.

Abrí los ojos lentamente con forme esa imagen iba desapareciendo. Allen seguía en la misma posición pero sus ojos estaban clavados en los míos. Parecía confundido.

No lograba sacar una conclusión sobre qué es lo que había presenciado. Aquella mujer estaba atacando al pequeño Allen y pretendía matarle. Mis manos habían dirigido aquel aire frío sin dificultad, haciéndome preguntar cómo no lograba ahora dominar mis poderes si, en aquel entonces, me había resultado tan fácil.

- Tierra llamando a Bea - dijo Allen con una media sonrisa.

Cogí su mano, apoyándome en su pecho. Necesitaba seguir escuchando su corazón para saber que él seguía allí, para recordar algo más. Sus latidos me recordaban que todo estaba bien.

Depositó un beso en mi cabeza, rodeándome la cintura.

- ¿Has visto algo, verdad?

Me limité a asentir. Había visto algo que ojalá no hubiera recordado nunca.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora