Memorias

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Siete años

— No sé...— Kate bajó la mirada, mirándose los inmaculados tennis blancos del uniforme escolar— No me da buena espiga...
—¿Qué es una espiga?— preguntó Lily mientras parpadeaba perpleja, olvidándose por un momento del tema de conversación.
—Es una expresión—le respondió Kate con un tono algo agresivo. Luego volvió a clavar sus ojos negros en el suelo. — Se ve mala onda... Creo que es de las "de moda".
—A lo mejor no...—replicó Lily, ya usando un tono quejumbroso.— A lo mejor es buena onda.
—¿Qué le dijiste?— quiso saber Kate, ignorando las objeciones de su mejor amiga.
—Le dije que lo iba a ver contigo...— dijo Lily en un murmuro. Kate giró su cabeza disimuladamente para encontrarse con la mirada lastimera de la niña nueva, que la observaba desde el otro extremo del salón. Kate la miró de arriba a abajo con desconfianza para luego voltearse hacia Lily, quien también esperaba una respuesta.
—Está bien—dictaminó finalmente. —Vamos a estar con ella en recreo y después decidimos si la dejamos estar con nosotras.
—Está bien— respondió Lily, y se dirigió hacia la niña nueva para comunicarle lo decidido.
Kate la vio partir con el ceño fruncido. Se sentó y se puso a colorear un dibujo que les habían pedido mientras pensaba en todo lo malo que la niña nueva podría traer. La verdad es que tenía miedo, le había costado mucho conseguir a Lily como su mejor amiga como para que de pronto se apareciera otra y se la quitara. No quería estar sola de nuevo...

***

—Eso fue bellísimo...— dijo Kate, y una sonrisa floreció en el rostro de las tres. Sam iba a tener un recital de canto dentro de unas cuantas semanas, y Lily se había prestado a tocar el piano mientras Sam practicaba. Por otro lado, Kate estaba disfrutando de su papel de crítica del arte tumbada en el sofá de la sala de la casa de Sam.
—Gracias—dijeron Lily y Sam al unísono.
—¿Nerviosa?—le preguntó Kate a Sam, adivinando sus pensamientos.
—¿Tú qué crees?– respondió Sam, masajeándose el puente de la nariz.
—Yo creo que estás nerviosa pero a la vez sabes que no tienes por qué estarlo—dijo Kate, esbozando una sonrisa divertida. Sam entrecerró los ojos y se dejó caer a su lado, de pronto sintiéndose sumamente cansada. Lily había comenzado a tocar en el piano Claire de Lune, de Debussy, dotando al ambiente de un aire melodramático y sentimental, no necesariamente para mal.
—Son demasiadas cosas...—comenzó a decir Sam, recargándose en el hombro de Kate. Ésta no pudo evitar soltar una risilla ante tantas coincidencias, pero luego se dispuso a escuchar a su amiga.—No puedo creer que estemos en esta etapa de nuestras vidas... En menos de lo que canta un gallo ya vamos a estar hasta el cuello de tareas, exámenes, proyectos...
—No te preocupes ahora, preocúpate cuando sea el momento...—musitó Kate.
—¡No puedo evitarlo!—replicó Sam— Siento que nada de eso es para mi. Y no entiendo...
—¿El porqué hay que sufrir tanto sólo por llegar a ser algún día miembros productivos de esta corrupta, anómala e irrisoria sociedad?—se le adelantó Kate.
—Eh...—definitivamente eso no era lo que iba a decir—Sí... Más o menos.
Kate abrió la boca para decir algo sobre la estupidez de la masa humana cuando de pronto sintió que su ambiente con toque intelectual se rompía en pedacitos: Lily se había equivocado de notas (cosa muy rara en ella), ocasionando por un segundo un insoportable ruido desafinado que le dolió en el tímpano (y en el corazón)  tanto a Kate como a Sam.
—Lo siento—se disculpó Lily rápidamente, retirando las manos del teclado y entrelazándolas nerviosamente en su regazo. Sus dos amigas la miraban con una mezcla de sorpresa y preocupación. Las tres guardaron silencio por unos segundos, hasta que Lily decidió hablar.—He estado un poco alterada últimamente...— en este punto Kate y Sam intercambiaron una mirada irónica, como diciendo "¡No me digas!"— He estado durmiendo muy mal... Tengo pesadillas.
—No te preocupes—se apresuró a decir Sam alegremente.–Todos las tenemos a comienzos del ciclo escolar ¿no es así?
—Pues...—comenzó a objetar, como de costumbre, Kate.—Nunca había oído de algo así, sin embargo yo también he tenido... Eh... Sueños raros.
—¿Ya ves?— dijo Sam con una sonrisa algo quebrada y un tono tan inseguro que ni ella misma se lo creyó. Una pizca de preocupación se implantó en las tres amigas ante tan extraña coincidencia, pero no era la primera vez que les ocurrían cosas similares así que no se alarmaron.
—Y...—comenzó a decir Lily tras un instante de silencio— ¿Qué soñaron?

***

Tres niñas de siete años atravesaron el patio del colegio en busca de una banca donde sentarse. La más alta llevaba el cabello castaño claro, casi rubio, suelto, e iba parloteando alegremente. La de estatura mediana llevaba unas coletas de color marrón brillante y la escuchaba con algo de nerviosismo. La tercera niña estaba algo apartada de las demás, se veía de lejos que no le agradaba estar ahí. Su cabeza gacha hacía que su baja estatura se notara aún más.
Kate, Lily y la niña nueva se sentaron en una banca de piedra con vista al campo de fútbol. Mientras Sam hacía toda clase de preguntas acerca de la escuela Lily pensaba en el momento adecuado para hacerle una pequeña confesión y Kate analizaba críticamente cada palabra que salía de la boca de la nueva, buscando una señal de que esa amistad no funcionaría.
—Oye... ¿Sam?— Lily la interrumpió, e intercambió una rápida mirada angustiada con Kate— Tenemos que decirte algo.
Los ojos de Sam brillaron de curiosidad, sobretodo al ver por las expresiones de Kate y Lily que estaban hablando completamente en serio.
—Nosotras no podemos ser amigas—dijo Kate, mirando a Sam severamente— No somos lo que buscas, no somos normales.
El rostro de Sam se ensombreció. Habría esperado que la rechazaran por otras cosas, no por eso...
—O sea, no somos como las demás niñas—completó Lily antes de que Sam pudiera preguntar.— No nos gustan las princesas, ni el color rosa, ni ir a comprar ropa, ni las cantantes, ni las populares, ni la música cursi... O sea, nada de lo que está de moda.
Sam las miraba, completamente atónita. La verdad, es que eso que era raro.
—Entonces... ¿Qué les gusta?— preguntó Sam, intentando disimular su asombro.
—Mmm...—Lily lo pensó por un momento (no sus gustos, sino el decirle o no).—Pues nos gustan los animales. La naturaleza, los dinosaurios, los perros, los insectos...
Sam estaba bastante preocupada para este punto. Ella era justamente la niña que soñaba con ser una princesa, vivir en un castillo rosa e irse de compras con Hannah Montana. Alguna vez había jugado a ser una exploradora, pero no había pasado de ahí...
—¡A mi también!— exclamó Sam. Ahora las perplejas eran Lily y Kate.—¡Sí podemos ser amigas!
Lily y Kate permanecieron en silencio por unos segundos, hasta que, lentamente, también comenzaron a sonreír.
Ese día, para bien o para mal, Sam decidió volverse una de ellas. Al comienzo fue difícil, pero el caso es que, ya fuera por destino, necesidad, o mera coincidencia, a partir de entonces se volverían las mejores amigas, el trío más inseparable que la escuela hubiera visto jamás.
Y punto.

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