Lección de biología

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Kate

Las tres nos precipitamos hacia la puerta tropezándonos con el tapete del pasillo. El corazón me latía a mil por hora.
Algo extraño sucedía con nosotras: cuando una gritaba, la otra se contagia a del susto y por mero reflejo la imitaba, y por consecuente la otra también se espantaría y soltaría el tercer alarido aniñado para completar nuestro histérico coro.
Lily fue la primera en salir disparada, yo le seguí y Sam me empujó por detrás para que me apresurara. Así fue cómo terminé estampándome contra Lily, la cual perdió el equilibrio y se fue de bruces contra el tapiz anticuado, embarrándose en la pared hasta el suelo.
Al estar ella en el suelo y con Sam presionándome para que avanzara, con tal de no caerme encima de Lily puse ambas manos contra la pared. Al detenerme repentinamente Sam se estrelló en mi espalda haciendo que sin remedio me precipitara hacia el suelo. De alguna manera, sin embargo, logré desviar mi peso hacia un lado así que en lugar de aplastar con todo el cuerpo desparramado de Lily me caí por mi cuenta. Sam se fue para atrás, aterrizando sobre su trasero dentro de la habitación.

Miré a mis amigas recuperarse del susto. La última vez que las había visto tan asustadas fue cuando tomamos prestado el auto de los padres de Sam y estuvimos a punto de estrellarnos de lleno contra un auto en una avenida y terminamos saliéndonos de la calle.
Lily mostraba un aspecto de alguna manera, si me entienden, erizado, mostrando los dientes y mirando a ningún lugar en especial con los ojos muy abiertos y las uñas ensartadas en sus piernas. Por otra parte Sam parecía querer convertirse en un armadillo, hacerse una bola y encogerse hasta desaparecer.

Siendo franca, yo me quería morir de la risa. El terror (una vez pasado, claro) siempre tenía un lado humorístico y ridículo para mi. ¡Nos veíamos tan patéticas, tiradas en el pasillo de la casa de mi abuela! ¿Cómo no querer reírse?
Aunque supongo es muy fácil encontrar divertidas las experiencias emocionantes cuando estás acompañada, pero ése día en la mañana, cuando descubrí que tenía los ojos como dos luceros fantasmagóricos, en verdad que no disfruté nada del susto.

Bueno, a decir verdad ahora que lo había visto en casa de mi abuela se había visto mucho más impresionante. Ésa mañana, después de estrujar mi cerebro intensamente por exactamente diez minutos tratando de develar qué demonios había pasado la noche anterior, antes de encender la luz prendí mi celular para checar la hora. El brillo estaba altísimo así que, después de esbozar la mueca más adorable de la que fui capaz a esas horas de la mañana debido a la intensa luz, hice un esfuerzo por distinguir los números en la pantalla. En ese momento en el que luchaba por mantener los ojos abiertos y enfocar algo alcancé a ver de reojo en el espejo que tenía enfrente algo extraño. Murmuré algo altisonante y me acerqué apresuradamente, medio tropezándome en el camino con mis tennis. Una vez enfrente del espejo, aún con celular en mano, casi me deformo los párpados de tanto que los estiré para asegurarme de que lo que estaba viendo NO lo estaba imaginando.
Mis ojos no brillaban de diferentes colores como lo habían hecho frente a Lily y Sam, más bien se podría decir que un velo blancuzco los cubría. Parecía que eran dos canicas transparentes y en el fondo tenían un espejo que reflejaba la luz de mi celular (no tienen idea de cuánto me reí cuando me enteré de que esta descripción no pudo haber sido más acertada). Por un espantoso momento creí que me había quedado ciega o algo así... Luego reparé en que, de hecho, podía ver bastante bien así que ¡nah! tan sólo era que mis ojos se habían vuelto como los de un perro...
Inmediatamente, claro está, pegué un alarido.
Después, me puse a emitir una serie de grititos histéricos mientras articulaba "¡No! ¡No, no, no, nononononono!"
Pero para no hacer la historia larga (cabe mencionar que la única que notó que estaba teniendo un especie de ataque fue Ásteris, el resto de la familia ni me peló) me recuperé después de otros diez minutos más o menos y entonces me limité a anunciar con la voz más lánguida de la que fui capaz que hoy no habría escuela para mí.

El Club CarnívoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora