Capítulo IX

55 2 0
                                    

Las mejores sensaciones del mundo vienen de los insaciables deseos de tener algo en la vida; no me refiero a lo material. Si no a las cosas pequeñas. A ella siempre le gustaron esa clase de cosas; Él siempre revisaba su cajita, adoraba su perfume y las cositas que habían dentro de ella eran tan especiales como quien se las había entregado en sus manos.

Se avecinaba el otoño, ya llega agosto con sus hojas marchitadas en el suelo, el hermoso reverdecer del pasto y las tardes nubladas lo hacían pensar más en ella; ella no era común. Y no me refiero al estereotipo que chica que te presentan en la actualidad; físicamente, claro. Ella tenía unos sentimientos inusuales. Tan inusuales que pensar que en una simple noche, había cambiado sus ideas y le había hecho pensar que se casarían y formarían una familia...

Agosto está aquí, en un parpadeo habían pasado 3 hermosos meses de noviazgo, un logro inmenso, ya que las cortas relaciones que tuvo llegaban hasta 2 meses máximo, y ella no era de enamorarse ni de tener relaciones.

Un día, la mamá de la chica había planeado una clase de yoga en un parque con árboles frondosos, caminos de asfalto y piedras, hermosos ríos y peces que adornaban en ellos. Ella, al enterarse de eso le pidió a su mamá llevar al muchacho, a lo cual ella accedió, y pasaron su 3er aniversario en ese parque.

Era hermoso; pasar un día tan especial, en un lugar tan especial, con la persona más especial del planeta.

Eran el equipo perfecto, se complementaban tan cual oyes la palabra y en su máximo sentido de expresión gráfica se amaban, sus coincidencias iban tomadas de la mano, una al lado de otras. Igual que ellos en el parque. Él, tenía una sudadera gris juntó a su cartera en el bolsillo. Trotaron, y su madre estaba en su clase de yoga. Su padre era médico y rara vez los acompañaba, está vez lo hizo. Recuerdo que ellos estaban en la parte de atrás del auto tomados de la mano, y cuando alguno de sus padres volteaban se soltaban las manos riéndose y contemplado el camino al parque. Seguidamente de trotar, ellos se sentaron en el suelo en una especie de apertura; un lugar rodeado de árboles y flores, con una estancia de asfalto en el suelo, allí, ella tomo una pequeña piedrita y se la dió. A lo cual el la recibió con mucho orgullo y amor, y la guardó en su cartera.

Luego de haberse parado, y ella haberle obsequiado la piedrita. Caminaron lo suficiente hasta llegar a un sitio donde todo se veía claramente, su papá quería una tizana y el muchacho accedió a comprársela, era un regalo para demostrarle su afecto y su gratitud al permitirle formar parte de su familia. A lo que ambos rieron, el señor probar la tizana arrugo la cara, rió y dijo:

-Está maluca-

Fue el día más especial de toda su vida, el chico no podía dejar de mirar al pasado y mirarse ahora mismo. Antes de ir al auto, ellos fueron a un caminito un poco angosto, cruzaron unos escalones de piedra a través de un riachuelo y seguidamente de haberse tomado las manos, él la besó. Obvio sus padres no estaban, su mamá seguía en la clase y su papá estaba hablando con un señor, más, a pesar de que ya habían hecho el amor, fué la intimidad más bonita que pudo haber tenido su hermosa relación.

El día acababa, se hacia el ocaso de las 12 del mediodía y ya se dirigían a dejar al muchacho a casa. Él, abrió su bolso y sacó un suéter de color blanco, con olor a perfume. Seguidamente se acercó un poco a su oído mientras lo guardaba en el bolso de la chica y dijo:

-Debí regalartelo el primer día que te ví, quiero que duermas con él y así sientas que estoy ahí contigo, protegiéndote-

Dicho todo esto, el muchacho llego a su casa, y ella a la suya. Y se sintió feliz de formar parte de una familia pequeña, pero unida en el mejor sentido de la palabra.

Cierra la puerta al salirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora