Capítulo 4: Actos de maldad

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Leonard POV

La masacre, había comenzado, y yo, con tan sólo trece años, no podía intervenir para parar lo que ya habían empezado los soldados romanos. Aunque algo de mi interior decía que había sido obra del emperador Augusto.
La extraña conversación que mantuvieron mi madre y mi abuela, hicieron que sospechara de él, puesto que desvío a mi padre Casio del camino pedregoso, pudiendo así, el emperador, asegurarse de su victoria sangrienta.
Apresurándome sin detenerme por los callejones, logré llegar a mi hogar, golpeando desesperadamente la puerta, atrapado fuera del techado.

-¡Leonard! -dijo sosegada de verme al igual que enfadada- ¿Dónde te habías metido? ¡Te he buscado por todas partes!
-Disculpa madre, pero tengo algo importante que anunciarte. -contesté rodeando su cintura con mis brazos.
-Primero hablaremos sobre tu actitud últimamente, entra.
Pasé hacia la pequeña cocina en la que siempre nos juntábamos para nuestras conversaciones, y en ese preciso instante es cuando mi querida mamá me reprendía sobre mi ausencia en la madrugada.

-¿En qué pensabas a la hora de escaparte? Podrían haberte matado, hay mucho ladrón peligroso por esas calles.
-Lo siento madre, pero...
-¿Qué es más importante que esta conversación? -interrumpió mamá.
-Déjame explicártelo, por favor. -le rogaba mientras intentaba que no hablara mas que yo. - Van a matar a todos los ancianos de la ciudad. -dije.

Mi madre no se lo creía, pero las palabras que decía eran ciertas.
Era la verdad, me lo dijo Trevor, y cuando me devolvió al interior de la fortaleza, presencié que los actos de maldad que iban a ocurrir, eran reales.
La conversación siguió hasta que un ruido nos interrumpió.

-Son los súbditos del emperador. Ven conmigo mamá, te lo enseñaré. No me lo estoy inventando.

Siendo el guía de mi madre, atravesamos la pequeña sala para acercanos cada vez más a la puerta de entrada. Abriéndola cuidadosamente, imaginaba que se trataba de un lejano soldado romano traspasando la puerta de una casa vecina a la fuerza para intervenir con frialdad.
Pero para mi sorpresa, no había nadie, y Gala, mi madre, se fue de nuevo a la cocina.
Quizás tenía razón y eran imaginaciones mías, mas lo que había presenciado después de estar con Trevor no había sido ninguna ilusión.
Todo era real, y si no actuaba pronto, todos los ancianos de la ciudad morirían en menos de una semana.

-Leonard. -dijo una voz grave a lo lejos- Leonard, ven aquí.
-¿Trevor? -contesté alzando mi mirada hacia un pequeño callejón, escondido entre las sombras.
Me volteé para observar si era el momento exacto para ir junto al mago. Cuando tuve la oportunidad, me acerqué sigilosamente hacia él.

-¿Qué ocurre? -le pregunté nervioso, girando la cabeza y clavando la vista hacia la puerta de mi hogar.
-Tu madre no te cree, y debe de seguir así. Ya te advertí que no puedes hacer nada por ellos, es mejor dejar esto en manos del destino.
-Pero estamos hablando de mi abuela, y de los familiares ancianos de mis amigos y demás personas. -dije alzando la voz.
-Baja el volumen, pueden llegar a oírte.
-¿Quieres quedarte de brazos cruzados viendo cómo avanzan las torturas para las familias? ¿riachuelos de sangre fluyendo por las calles de Pompeya?

-Nadie quiere eso, pero debemos de mantener la calma. Son ellos, o todos nosotros. Niños derrumbados por las armas de los soldados romanos, familias enteras destruidas sólo por no haber mantenido la boca cerrada.
A pesar de ser una gran ciudad, las noticias circulan con gran rapidez y no tardarán en levantar las sospechas del emperador.
-¿Y por qué a mí? ¿por qué debo de ser yo quien presencie todas estas tragedias e historias alteradas por la magia? Soy un chico cualquiera.
-No lo eres. Ahora, ve y descansa, no trates de contarle nada a tu querida madre, debes de dejar que el destino haga su trabajo.

VOLCÁN [Concurso literario elementales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora