La bola de fuego atraía todas las miradas mientras todos se quedaban paralizados ante sus asombrosas llamas que sobresalían, quedando suspendidas en el aire.
Ese instante pasó muy rápido como una estela de luz, quedándose inmóviles sin poder impedir que aquella esfera de fuego impactara sobre alguno de los guerreros.
En tan sólo unos segundos, ocurrió el desastre.El devora almas había usado su poder, llevándose consigo al centurión Marco.
Unos cuantos hombres se acercaron con rapidez al cuerpo de él mientras los demás, furiosos, intentaban finalizar la estrategia que habían planificado.
Uno, dos, tres, cinco géiseres cubridos. Así continuamente hasta taponar todos los posibles, haciendo que el cuerpo del monstruo ígneo se quedara sin llamas y poder atravesarle con espadas y arcos impregnadas de furia y dolor.Los gritos del horripilante ser eran música para los oídos de los guerreros, alzando sus brazos como una...casi victoria.
Sin más preámbulos, se deshacieron del cuerpo del Devora almas y volvieron a lo más importante.
La bola de fuego impactó sobre el pecho del centurión, dañándole sus órganos vitales de inmediato, cayendo en batalla como un gran luchador.Nuestros hombres, manteniéndose firmes, sepultaron el cuerpo sin vida de Marco, quien había puesto todo su apoyo al equipo y había combatido con honor. Su muerte, no fue en vano.
Siguiendo al pie de la letra las últimas palabras del centurión la noche anterior, los guerreros prosiguieron con la lucha entre hombres y seres del exterior, buscando venganza. Buscando libertad, esperanza para su ciudad.
Buscaron entre las simas del volcán, más allá de las montañas, bosques profundos, encontrándose con más monstruos de fuego, ganando en el combate, victoriosos. No iban a permitir que uno más cayera en combate.Tras meses y meses de duras batallas y noches en vela, acabaron con todo o casi todo ser que se moviera por aquellas zonas, propiedad de la fiel y grandiosa Pompeya, junto con el Imperio Romano y demás ciudades a quienes sin conocer, seguramente habían podido ser atacados por aquellos horribles animales de pura ceniza.
Con los caballos trotando y el viento a su favor, volvieron de vuelta a casa, y Leonard, se sentía muy orgulloso por dentro, victorioso, deseando contarle a su preciosa madre Gala sus duras batallas y grandes aventuras junto a sus amigos.
Después de unos cortos meses de vuelta a casa, llegaron, por fin, a la gran Pompeya, quienes los soldados le abrieron las puertas de entrada mientras que todas las personas de su interior habían ido a darles la bienvenida, dándole las gracias por todo lo que habían hecho por ellos.
Las flores volaban sobre la cabeza de los guerreros, los gritos de euforia se podían escuchar desde lo lejos, felices de volver a ver sus caras.Leonard, apresurado, bajó del lomo de su elegante caballo y corrió hacia su madre, fundiéndose en un enorme abrazo que desprendía amor, pues había estado fuera mucho tiempo, arriesgando su vida por los de la ciudad con gran valentía.
-Madre. Te he echado mucho de menos. -dijo Leonard con la voz entrecortada mientras su cuerpo se separaba a pocos centímetros y sus ojos penetraban en las brillantes pupilas de Gala.
La feliz madre, esperando este momento con ansias, rezando día tras día esperando a que su hijo volviera sano y salvo de las batallas contra los feroces monstruos, volvió a juntarse con Leonard en un abrazo cálido al que ella respondió:
-Yo también, querido Leonard.
La vista del guerrero se alzó hacia el horizonte, donde una figura familiar le miraba fijamente. El mago Trevor le estaba vigilando, aislado de la cantidad de gente que celebraba la llegada de los luchadores.
-Discúlpame madre, he de hacer unas cosas y saludar a un amigo un tanto peculiar.
-Ve con cuidado hijo mío.Gala le seguía con la vista.
Leonard anduvo hasta un oscuro rincón en el que le esperaba Trevor, cuyas palabras que salían de su boca podían convertir la llegada de Leonard en algo inesperado.
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VOLCÁN [Concurso literario elementales]
FantasíaHace muchas generaciones existía una tribu, la cual sacrificaba a gente inocente cada cinco años, pudiendo contentar a los dioses para que no recayera sobre su preciada ciudad su ira destructiva. Pero una de las almas sacrificadas jamás pudo descans...