Capítulo 7: Pompeya

26 8 1
                                    

No podía ser verdad, eso no.
Después de cientos de años, la tribu que existió, la que sacrificaba a gente para satisfacer a los dioses, había vuelto a la realidad.
Las cosechas empezaron a salir de mala calidad, flores que se marchitaban cuando estaban en buen estado y varias situaciones que empeoraban con el paso del tiempo.

Tras las palabras que Leonard oyó salir de la misma chica sacrificada, víctima de aquellos actos del pasado, partió sin imaginarse lo que iba a encontrarse en su hogar. Debía comentárselo a su querida madre y ayudar a la gente que corriera peligro, avisarles de que los dioses no quieren sacrificios. Intentar convencer a familias enteras de que podían cambiar el ciclo, cambiar la forma en la que los dioses les den su bendición.
Podían entregarles todo tipo de ofrendas a su diosa de la agricultura y cosecha, Ceres, para así poder recuperar los alimentos que se han estropeado.

Con agilidad, Leo subió a lomos del caballo y puso rumbo a la muralla que dividía la hermosa ciudad de Pompeya de entre el maravilloso mundo que muchos de sus habitantes se perdían. No han podido contemplar la grandeza de enormes valles y montañas que se alzan al horizonte, todo tipo de plantas que florecen por doquier, impregnando la atmósfera de colorido y felicidad.
Pero hoy, día de su cumpleaños, todo estaba cambiando. Ya nada es parecido a lo de antes, cuando sus amigos y Leonard salieron en busca de aventuras.

El día en el que pudieron descubrir la rampa se sintió libre. Era curioso y lo sigue siendo. Cree que es algo de lo que puede estar orgulloso, le hace descubrir mundos nuevos y eso le ayudó a hacerse más fuerte. Más fuerte para convertirse en un guerrero, salir a luchar y poder derrotar a aquellos seres repletos de poder de Ignis, el fuego.
Un elemento que destruye todo a su paso, que necesita ser controlado, porque sino, él te controlará a ti.

A pocos metros de la entrada, pensó en todo lo que podía pasar, en las leyendas que le contaba su abuela Julieta, en su madre Gala, en toda la gente que había conocido.
Cruzando la muralla, observó cómo las personas se movían por las pedregosas calles de Pompeya, inquietos, sin saber qué hacer. Muchas de las familias querían huir y librarse de un posible sacrificio que iba a ocurrir en menos de dos meses.

-¡Madre! -gritó tras bajarse de su leal caballo y corrió hacia casa desesperado por comunicarle la grave noticia.
Es de suponer que probablemente conozca lo que está ocurriendo, pero Leonard quería decírselo con sus propias palabras. Explicarle todo paso a paso y proponerle la solución que tenía en la mente.

-Ya lo he oído todo. -contestó a la llamada de su hijo mientras se sentaba cuidadosamente en la silla. -Todo lo que mi madre, tu abuela decía...-hizo una pequeña pausa y siguió hablando. Su nudo en la garganta le impedía pronunciar las palabras - Todo lo que ella decía era cierto. La leyenda. La leyenda de Ignis.
-Pero podemos cambiarlo, madre. -respondió arrollidándose ante ella, colocando su mano derecha en la pierna de Gala. -No necesitamos más sacrificios. Podemos cambiarlo.

Sus ojos se miraron detenidamente. Ella sabía que podía confiar en él, siempre lo ha hecho.

-Lo arreglaré todo. No moriré. Seguiremos nuestras vidas, tomaremos todas las uvas que nos apetezca, cambiaré el mundo.
Ya no quiero más destrucción y monstruos a los que derrotar. Deseo la paz, que todas las familias de esta ciudad puedan vivir alegremente paseando con sus hijos por las calles de Pompeya. Lo prometo.

Gala, orgullosa de su pequeño hijo y de todo lo que había hecho por ella, de todos los momentos vividos junto a él, rompió en llanto. Se fundieron en un gran abrazo que nadie podía separar, no en ese momento.
Lo que más quería era que pudiera encontrar la solución que les salvara de un sacrificio. No quería que otras familias sufrieran y muchos menos su hijo Leonard. Era lo único que le quedaba, lo único que mantenía viva su llama.
El emperador Augusto estaba tomando las decisiones que pronto tenía que comunicar a la ciudad. Tarde o temprano tendrían que hacerle una ofrenda a los dioses, y esa sería arrojar a una persona a lo más profundo del volcán, mientras la lava fundía desde su carnoso cuerpo a los huesos de su interior hasta que no quedara ni un sólo rasto del sacrificio.

VOLCÁN [Concurso literario elementales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora