Capítulo 3.

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Por fin ha llegado al local donde le han citado. Es una especie de casa en mitad de un descampado donde no suele pasar nadie. El chico aparca su moto negra y baja de ella. En la puerta, ve a un hombre algo mayor, tiene bigote y va vestido de gris entero. Espera que sea él, no puede equivocarse.
-Ho... hola.
-¿Y tú quién eres y qué haces aquí niñato?
-Yo soy... Hugo.
-¿¡Qué?! ¿Me tomas el pelo?
-No, señor. Soy yo.
-Vaya... lo siento. El jefe me habló de ti, pero nunca pensé que fueras tan jóven... ¿Has traído el dinero?
-Sí. -El chico de pelo negro y ojos verdes, saca de su bolsillo una bolsa con un fajo de billetes. El hombre del bigote, la coge y mira en su interior.
-No está todo.-Le dice usando un tono intimidante.
-Lo sé, lo sé. Pero pronto estará, necesito unos días más.
-Está bien. Tienes un par de semanas, chico.
-De acuerdo, en dos semanas reuniré lo que falta.-El joven monta en su moto, quiere marcharse de allí lo antes posible. Justo antes de arrancar el motor, se dirige una vez más al viejo hombre.
-¿Qué... qué vais a hacer con ella?
-Eso no es asunto tuyo.-Responde muy serio-Hugo, tu encárgate de conseguir el dinero, y nosotros nos desharemos de ella.-El chico asiente y se marcha de allí hacia su casa.

Julia, Álex, Sol y Ainhoa llevan toda la tarde en la playa. El viaje, ordenar todas su cosas y el accidente de los chicos les ha dejado agotadas, por eso están descansando en esas tumbonas. Está a punto de oscurecer y Ainhoa decide volver ya a casa, mientras que las otras tres prefiren aprovechar los últimos rayos de sol del día.
La chica camina por la orilla, pero de repente se para en seco. No puede ser, aquello que ve en su casa es... ¿fuego? Comienza a correr a toda velocidad hacia allí. Cuando llega se da cuenta de que el fuego proviene del patio trasero.
-¡Julen! ¡Carlos! ¡Novoa! ¡¿Estáis ahí?!- Grita la chica desde el otro lado de la casa sin obtener respuesta. No sabe qué hacer, no tiene su teléfono móvil consigo, y si vuelve para avisar a las demás tal vez ya sea demasiado tarde para apagar el fuego. Tiene miedo de entrar pero sabe que debe hacer algo. Mira hacia su al rededor. ¿Y si avisa a algún vecino? Es la mejor opción, hay un par de casas cerca de allí. Corre hacia la más cercana y llama a su puerta desesperadamente, en cuestión de segundos, esta se abre y tras ella aparece un chico de unos veinte años.
-¿Qué pasa? ¿Quién eres?
-¡Tienes que ayudarme! ¡Mira!-La chica señala hacia la espesa nube de humo que cubre su casa. El jóven no duda ni un segundo y ambos echan a correr hacia allí.
-¡El fuego viene del patio trasero!
-Vale, escucha, tranquilízate. En todas las casas hay un extintor de emergencia en la caseta de jardinería del patio. Hay que entrar.-Ainhoa, asustada y nerviosa asiente. El jóven le agarra de la mano y se adentran en la casa. Respiran con dificultad a causa del humo. Cuando llegan al patio, ambos observan horrorizados cómo las llamas están quemando toda la vegetación del jardín y se adentran en la madera de la casa. Saben que no tienen tiempo, deben darse prisa. Ainhoa y su vecino logran llegar hasta la caseta, que gracias a no estar sobre el césped, sino sobre cemento, las llamas no han llegado hasta ella. Ainhoa ve cómo el jóven usa el extintor, y al cabo de tres minutos, ha acabado con el fuego. Se siente muy aliviada y mira con admiración al chico.
-Muchas gracias, vaya susto.
-No hay de qué. La próxima vez tened cuidado con la barbacoa. Alguien la ha dejado encendida, el fuego se ha formado ahí.-Ainhoa comprueba lo que su vecino acaba de decir. Pero si ellas no han usado la barbacoa... ¡Joder, aquellos tres idiotas iban a enterarse!
-Serán imbéciles...
-¿Cómo?
-Nada, nada, pensaba en voz alta. Por cierto, soy ainhoa, ¿tú eres?
-Hugo. Me llamo Hugo. Encantado.

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