VII. Grendel

480 33 5
                                    

El grito fue tan salvaje, tan lleno de ira y dolor, que parecía que la montaña vibrase, resonando con su dolor. La niebla sangrienta los envolvía cada vez más, como si fuera una capa protectora para ambos que se espesaba más y más, impidiéndoles ver a los cazadores, pero por alguna extraña razón (tal vez por causa de la píldora de Lilito, supuso) podía percibirlos. Escuchaba cada uno del latir de sus corazones, agitados y asustados.

Se sentía mareado, no tenía forma de saber de dónde provenía dicha niebla, tal vez era su sangre que estaba evaporándose y su cuerpo la reponía aún más rápido, evitando que se desmayase. Los latidos de Clarisse y Wilbur eran más acelerados que los de los cazadores, y le pareció percibir que el de ella hacía mayor esfuerzo que el de Wilbur, sin embargo, fue el de Winnie el que absorbió su atención: acompasado, tranquilo, y que poco a poco parecía ir relajándose más y más.

La abrazó un poco más y con otro rugido, salido de lo más profundo y salvaje de su ser, el libro de Habilidades vampíricas salió como una exhalación de su mochila y fue a parar en la grama, frente a él. Y se abrió con violencia, con sus páginas batiéndose velozmente como si un viento sin procedencia las moviera, deteniéndose en una sección en específica.

Los ojos de Dennis, igual de rojos que la misma, niebla sangrienta que lo envolvía, se posaron en el libro, como si la página en sí tuviera un magnetismo gravitacional más grande que la tierra misma. Fue instintivo, sus dedos, su cuerpo, incluso las corrientes de electricidad que su cerebro enviaba al cuerpo sabían cómo hacerlo. La neblina se abrió en dos, como una cortina, Dennis levantó una mano y, con la palma abierta, señaló a los cazadores, para musitar, con un rugido, una única palabra:

¡Locura!

Dos del grupo de los cazadores pusieron los ojos en blanco y levantaron sus armas, giraron las escopetas para apuntarse a ellos mismos, y con un gesto de aprisionamiento de Dennis, formando un puño, se dispararon a sí mismos; cayendo al suelo sin vida. Los dos disparos resonaron con una perfección orquestal por el bosque, causando que los demás cazadores, unos dieciocho en total, lo miraran sorprendidos y le apuntaran.

Dispararon. Dennis usando su control, hizo levitar enormes rocas de la ladera de la montaña y las colocó en la trayectoria de las balas, igual de rápido que la velocidad de las mismas. Ni siquiera tuvo que mover la mano, solo le bastó con pensarlo.

Aprovechó la sorpresa de los cazadores y, cuando estos estaban cargando, se volvió hacia Clarisse y Wilbur.

—Llévense a Winnie —pidió, con una voz que no era la suya, era muy ronca y grave, como de un animal en una caverna—. Corran lo más lejos posible y escóndanse. Yo volveré con ustedes.

Le dio un beso a Winnie en la frente, la colocó con cuidado en el suelo y se levantó. Ella trató de estirar la pata para evitar que se enfrentara a los cazadores, a lo que él le dio una sonrisa, moviendo los labios en una frase que ella solo entendería: «Nada de ataques suicidas.»

Les dio la espalda y se enfocó en los cazadores, divisó a uno que era alto y estaba prácticamente forrado en músculos. Lo señaló y murmuró.

¡Sirviente!

El cazador, como en trance, caminó hacia Dennis y se detuvo a su lado, haciendo una pequeña reverencia. Los demás cazadores prepararon sus armas, pero Dennis estiró una mano hacia ellos y una pequeña estela verde-rojiza recubrió a los diecisiete cazadores, impidiéndoles moverse o hacer algo.

—Vas a ayudar a que ellos salgan sanos y salvos de aquí. Mantendrás con vida a la mujer lobo aunque sea lo último que hagas —le ordenó al cazador bajo su mando. El cazador movió los labios, y sin que saliera ningún sonido, asintió—. Cuando los dos licántropos y la humana estén en un lugar seguro, morirás.

Zing MemoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora