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Sigamos: 

Estábamos parados delante de aquellos señores, un tanto embobados. Y aquella mujer de vestido corto que se encontraba de espaldas a nosotros se dió la vuelta. Nos observó de pies a cabeza y entonces le susurró algo a uno de los señores de traje. El señor sonrió. La señora se fue acercando a nosotros con una sonrisa radiante.

—¿Qué haces aquí, niño? —Preguntó

—Nosotros vivimos aquí —Contestó Haziel.

—¿Nosotros? Mi querida criatura aquí no hay nadie más que tú, yo y esos señores.

—Delante de mi está Alidia, ¿no la ve? Está intentando protegerme de usted.

Sí, era verdad, me puse delante de él. No confío en nadie a excepción de él.

—No veo a nadie, cariño. ¿Tienes frío?  ¡Dorian, trae un abrigo para este chiquillo!

Uno de los hombres trajeados se movió y acató la orden. Inmediatamente, y como por arte de magia, a Haziel lo abrigaba un hermoso abrigo de color añil. Él lo abrazó como cuál peluche, como queriendo internarlo en su alma. Mientras Haziel estaba encantado con la chaqueta, uno de los hombres trajeados lo agarró y lo asfixió con un pañuelo escarlata.

No pude hacer nada.

¿Qué puede hacer un alma vagabunda contra alguien vivo?

Nada.

Así que sólo observé la escena, esperando el siguiente paso de aquellos inhumanos. Después de unos diez minutos apareció un auto de color escarlata.

Aquel auto no pasaría desapercibido en ningún sitio.

Subieron a un inconsciente Haziel en el auto y se marcharon.

Empecé a perseguirlos en cuanto el auto estuvo en marcha. No tenía idea de hacia donde iban, pero el auto se fue internando en el bosque más cercano. Mientras más avanzaba más me inundaba una sensación de sobrecogimiento y familiaridad. No sabía por qué. El auto se detuvo en una enorme mansión. La mansión estaba rodeada por una valla de color escarlata...

Alguien tenía una gran obsesión con aquel color.

La puerta se abrió y el auto entró.

Una vez el auto estacionado frente a la casa, la señora de vestido pequeño salió y ordenó a uno de los señores de traje que llevaran a Haziel dentro de la mansión.

Mi preocupación iba incrementando con cada paso que daba aquel hombre. Lo perseguí por toda la encantadora y lujosa estancia. Diseños de épocas coloniales, pinturas de Botticelli, Picasso... Cubrían aquellas inmensas paredes. Uno en especial llamó mi atención. El cuadro tenía pintado el paisaje de una familia feliz; caminando sobre la cálida arena de la playa. Era un niño de pelo rubio, una niña de más edad le cogía la mano. Su cabello era castaño, largo y estaba alborotado por la brisa del mar. Sus padres lucían felices y contemplaban a sus hijos con ternura.

Aquella familia era tan feliz...

Salí de la ensoñación en la que estaba atrapada y me puse otra vez en marcha. El señor llevaba a Haziel hacia una habitación subterránea. Bajó muchos escalones y abrió una puerta que estaba escondida detrás del cuadro de la Monalisa. Adentro de aquel lugar se escuchaban gritos inhumanos. Gritos que desgarrarían en mil pedazos el corazón.

Entré en el lugar...

Niños...

Habían muchos niños allí abajo, en situaciones deplorables. Algunos tenían magulladuras por todo el rostro. Otros tenían los ojos hinchados de tanto llorar; y otros simplemente estaban sentados dibujando con piedras que encontraban, en la pared. Eran niños de edades variadas, pero no menos de 5 años y no más de 9 años. El hombre dejó a Haziel en el suelo y se retiró de aquel lugar. Si es que aquello se le podía decir lugar.

¿Un nuevo?
¿Cuál será su nombre?
¿Cuántos años tendrá?

Esas eran las preguntas que se hacían los niños.

Después de unos diez minutos Haziel despertó, y para cuando se intentó levantar ya había un grupo de niños alrededor de él. Un niño se abrió paso entre la multitud y ayudó a Haziel a levantarse.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó el niño de cabello negro y ojos claros.
—Haziel.
—Bienvenido a Pandilandia.



Tú y Yo (Eternamente Juntos) #PHAS2016 #WattQualityWhere stories live. Discover now