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— y con esto terminamos la sesión de hoy, dentro de poco es el próximo control y como lo repruebes dimito —se rió— no me pongas esa cara que tú no sabes lo difícil que es hacerte prestar atension.

— Te prometo que aprobare y no tendrás que dimitir, ni creas que te vas a deshacer de mí tan pronto —los dos estallaron en risas que llevaban tiempo conteniendo.

Pasadas las cinco de la tarde Roberto fue a su casa. Eran casi las ocho y el muchacho no tenía intensiones de irse, así que se acomodaron en un rincón del patio de la casa.

— Mira qué cielo más hermoso —le dijo él en un susurro audible, ella clavó su mirada en él aprovechando que éste estaba distraído mirando el cielo, era tan guapo... soltó un suspiro que logró sacar al chico de su concentración mirando el cielo, maldijo internamente por ser tan torpe.

— ¿Sabes? —la miró— cuando era pequeño tenía la ilusión de dormir una noche en el tejado. —sonrió por la nostalgia— Mi madre me decía que era una estupidez y que si dormía una noche en el tejado me comería un búho, ¿te lo puedes creer?, un búho —la miró y le lanzó una sonrisa— Lo más raro es que logró convencerme. Pero a los diez años la idea volvió a resurgir y esta vez ella simplemente me dijo: «Osea que prefieres dormir en un tejado teniendo una cama como la tuya, ¿sabes cuántos niños del mundo decaen tener una cama en donde pasar la noche?».

En ese momento recordó lo caprichoso que siempre fue, miro a Ana con tristeza en los ojos, tristeza que intentó ocultar con una sonrisa en los labio, acto que para Ana no pasó desapercibido.

— Después de ese día la idea se me borro de la mente y ahora no sé por qué razón la idea está volviendo a mi cabeza.

Se miraron durante largos segundos en silencio, ninguno decía nada. Roberto la miraba como si intentara ver dentro de ella, mientras le iba entrando curiosidad por conocerla.

— Dudo que en un tejado podamos dormir, pero hacerlo aquí no estaría mal, además es más seguro. —logró romper el silencio que se había formado entre los dos, no es que fuera incómodo pero ella prefería hablar con él, la encantaba hablar con él.

— Pues tienes razón, pero no será hoy —sonrió— por qué mejor no hablamos, casi no nos conocemos.

A ella le pareció una idea genial así que sólo se limitó a asentir con una sonrisa en los labios.

— Empiezo yo. —soltó el aire que estaba conteniendo de los nervios, sí, tenía miedo de meter la pata con una pregunta— ¿cuál es tu color favorito? —quiso empezar con algo facil, así no la asustaría.

Meditó un momento su respuesta, no es que no tuviera color favorito, en realidad, la gustaban todos y quitar uno como su favorito era como una traición para los demás.

— El azul, ese azul que aparece en el cielo cuando el día esta feliz —dijo orgullosa de su elección.— ¿el tuyo?

— El verde, ese verde que tiene el pico Basilé cuando el sol se proyecta en él, es hermoso —dijo imitando su ejemplo— ¿qué haces cuando te aburres o tienes tiempo libre?

— Nada.

Abrió los ojos demasiado que creyó que se le salían, ¿quién hacía "nada" cuando se aburría?. Ella, se lo acababa de decir.

— ¿Nada?, no entiendo. —la miró fijamente esperando su respuesta.

— Nada. Cuando me aburro o no tengo qué hacer miro la nada.

— ¿Mirar la nada? ¿Para qué? —estaba sorprendido, la gente "normal" solía tener pasatiempos como leer, escuchar música o practicar deporte entre otras, pero ella, ella miraba la nada. Definitivamente era rara.

— Sí, miro la nada, es más por costumbre que por voluntad propia. Algún día te lo enseñaré y verás que no es tan raro como parece. —sonrió, al instante recordó que ella no le había preguntado nada así que habló— ¿tú qué haces cuando te aburres?

— Cuando estoy aburrido o tengo tiempo libre leo, y siempre lo hago acompañado de música.

— ¿Lees? ¿Enserio? —era su turno de estar sorprendida, él no tenía cara de que le gustara leer, más bien tenía cara de fanático de las consolas.

— Sí, amo leer, y más cuando tengo música sonando. —tragó duro porque sabía que su pregunta iba a sonar atrevida y no la quería molestar, menos cuando la estaban pasando bien— ¿Cómo fue tu infancia?

Ella se removió en su lugar, no se esperaba esa pregunta, la había pillado desprevenida. Nunca le había hablado a nadie de su infancia porque a ella no la gustaba recordarla.

Lo miró un momento como si intentara probar que él era de fiar. Expiró soltando el aire contenido y habló.

— Nunca le he dicho a nadie pero...

— Está bien si no me quieres decir, lo entiendo —la cortó

— No, no, quiero decir, sí. Te lo contaré, creo que llegó la hora de hablar de ello y no hay mejor persona que tú, que has sido mi único amigo. —lo miró y él llevaba una sonrisa de esas que te dicen "ánimo", ella le devolvió la sonrisa y habló— Cuando era pequeña vivía con mis padres, vivíamos en una casa enorme, sólo éramos los tres, yo era la única hija así que era la consentida. Éramos tan felices... —sonrió al recordar aquellos tiempos— faltaba poco para mi cumpleaños, mi madre se la pasaba hablando de la fiesta, me decía que yo iba a ser la más guapa de la fiesta, la reina, y todas esas cosas que dicen las madres para hacer felices a los niños.
Mi madre se encargaba de regalarme la mejor de las fiestas cada año, recuerdo que cada año era mejor que el otro.

Cuando se aproximaba mi noveno cumpleaños mi madre tenía todo ya listo, me acuerdo que mi cumple tocaba un jueves. Ella pidió un permiso en el trabajo para estar ese día con migo, el caso es que un día antes... —apretó los ojos fuertemente intentando ignorar los recuerdos de ese horrible día que la marcó de por vida, quiso llorar, la verdad es que una lágrima se la había escapado ya, cuando se dio cuenta la limpió con el dorso de la ropa, lo que menos quería era que él la viera llorar.

Lo miró para asegurarse de que seguía ahí y no se había ido corriendo, pero no, ahí estaba él, mirándola en silencio. La verdad es que él no sabía qué hacer cuando alguien estaba así, así que se limitaba a mirarla y transmitirla ¿paz?. Cuando se sintió lista volvió a hablar

— Ese día mi madre murió, murió. ¿Sabes? —no esperó que él respondiera porque no era una pregunta de las de responder— aveces pienso que mi madre se murió para que yo me hiciera valiente.

Ese día todo cambió, mi padre perdió el interés en mí, me mandó a vivir con mi tía Raquel, la cuál no era la mejor persona del mundo para cuidar de una niña que acababa de perder a su madre, pero bueno, la agradezco que se haya hecho cargo de mí.
Estuve en casa de mi tía unos meses, cuando iban a comenzar las clases..., yo creí que iba a ir la misma escuela, pero no, me puso en un internado, un internado que estaba alejado de todo y de todos. Mis primos, mi padre, mis compañeros y lo más importante, mi madre. Nada volvió a ser lo mismo.

Se formó un silencio un tanto incómodo que él rompió.

— Eres muy fuerte. Yo a los nueve años no podía haber sobrevivido sin mis padres, tú lo has hecho.

Sonrió amargamente— Pero no todo son penas —se río al recordar un detalle importante— en el internado conocí a Sor Catalin.

Él la miró esperando que continuara y así lo hizo ella.

— Sor Catalin era una monja de origen centroafricano, ella era mi segunda madre, o es. La prometí que cuando sea mayor y trabaje la visitaría —sonrió al recordar a la que fue su ángel— creo que de no ser por ella si nunca salí del hoyo en el que caí.
Tres años después salí y aquí me tienes —hizo una especie de reverencia y le sonrió. —Te toca, ahora tú cuentame...

Él sonrió de lado y comenzó a hablar...

El Sonido Del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora