cuatro。

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Rojo. Azul. Rojo. Azul. Rojo. Azul. Rojo.

Las luces se filtraban a través de las persianas de madera, descorridas a lo largo de la ventana. Pero incluso a pesar de no podías ver nada más allá de aquellas luces, incluso si solo veías rojo y azul y rojo y azul y rojo y azul y rojo, alternándose, sabías adivinar perfectamente lo que había allí detrás.

La habitación estaba a oscuras y extrañamente fría. No podías salir de allí. No ahora. Te lo habían ordenado y debías obedecer. Los mayores tenían que hablar a solas.

Azul, rojo, azul, rojo, azul, rojo, azul. Te pusiste de pie y como flotando te acercaste a las cortinas de la ventana. Salía vaho del cristal. Seguramente estaba empañado. Hacía mucho frío.

Rojo, azul, rojo, azul, rojo, azul, rojo. Las sirenas del coche patrulla se iluminaron siete veces. Siete veces.

El aire cambió detrás tuya. Alguien llamó tu nombre.

Abriste los ojos para descubrir una luz intensa viniendo de arriba y a tu madre zarandeándote suavemente, susurrando tu nombre.

-Depierta, cariño.

Tus ojos se fueron acostumbrando violentamente al cambio de luz.

-Tengo que irme a trabajar -siguió susurrando-. Tu padre aún está en la cocina. Date prisa y desayuna.

Los pasos ligeros se alejaron mientras tú aún te debatías entre las brumas del sueño. Habías tenido un sueño muy raro, que se escapaba de tu memoria como la arena de un reloj.

Abriste los ojos de golpe. Te pareció ver una silueta, pero solo estabas tú en la habitación.

Dedicaste una mirada al monitor. Le sacaste la lengua.

Con el primer atuendo que pillaste, bajaste las escaleras hacia el primer piso. En la mesa del comedor, tu padre se acababa una taza de café, probablemente. Se giró para verte.

-Buenos días, deportista -saludó jovialmente-. ¿Tienes ya la medalla de oro en salto de cama?

Como sospechabas, ya no quedaba nada de aquel aspecto descuidado que había lucido durante el fin de semana. Vestía impolutamente y su cara estana nítidamente afeitada. Ya ni siquiera se le notaban las ojeras de la noche anterior.

Sonreíste de vuelta y te sentaste en tu sitio. Un plato de huevos con beicon humeaba en frente tuyo. Tal vez se debía a que la noche anterior casi no habías probado bocado, pero ahora mismo te rugían las tripas del hambre.

-¿Te encuentras mejor? -Comentó tu padre, mojando con un trozo de pan lo que quedaba de su huevo-. ¿Has dormido bien?

-Sí, he dormido genial. Ya no me siento mal.

-Me alegro -dijo él. Luego, se levantó de la mesa con el plato en la mano-. Yo me tengo que marchar ya. Recuerda la hora. Supongo que Laura estará al caer.

Asentiste, mientras devorabas tu desayuno. A tu lado había un zumo de frutas con un blíster cerca. Supusiste que lo habría puesto allí tu madre.

Poco después, tu padre salía en dirección al garaje y quedabas tú esperando en el sofá, mirando el tiempo pasar.

Una parte de ti no quería hacer mucho. Se bloqueaba pensando en lo que había pasado, tus recuerdos estaban mezclados y cada vez que le dabas más vueltas un peso amenazador se instalaba en tu interior. La otra parte se repetía una y otra vez que solo había sido parte de un sueño. Un sueño muy raro, alimentado por una extraña paranoia. Que no había peligro. Era lo que más sentido tenía.

Unos Y Ceros 🌙BEN Drowned Donde viven las historias. Descúbrelo ahora