Jake, Anna y Calíope salieron de Richmond Park para coger el metro e ir al centro de Londres. Tenían que buscar unos cerdos para ir hacia el Parque Nacional Redwood, al norte de San Francisco, en California.
Encontrarlos fue fácil: en unas pocas semanas estos animales habían desarrollado unas predecibles costumbres. Por la mañana y por la noche descansaban en las afueras de las ciudades y en el campo. En cambio, durante el resto del día, se congregaban en pequeños grupos en las ciudades que más cerca se encontraban de su zona de descanso, casi siempre en plazas y sitios espaciosos, para lucir con orgullo sus nuevas e increíbles capacidades.
Había algunos especialmente rencorosos que descansaban sobre las estatuas y edificios más bonitos bajo la horrorizada y pendiente mirada de los viandantes humanos. Una minoría todavía no quería separarse de sus orígenes y dando alegres gruñidos paseaban por el suelo, siempre cerca de sus congéneres. Otros preferían darse un relajante baño en las fuentes más grandes, de esas que suelen tener el agua cristalina y bonitos ornamentos, pues inexplicablemente se habían vuelto muy presumidos y recelosos de su nueva imagen; siempre estaban preocupados de que no quedara ni un resquicio de barro en sus sanas, primorosas y emplumadas alas blancas.
En Londres la zona predilecta para este último tipo de cerditos era sin duda Trafalgar Square, donde podían realizar toda su labor de limpieza y ejercicio sin separarse del grupo, así que allí opinó Calíope que debían buscar sus monturas.
Una vez en la plaza a Jake le sudaban las manos, estaba bastante nervioso. Pero al ver lo seguras que parecían sus dos acompañantes, decidió armarse de valor.
"Yo fui el primero en dar un paso, así que ahora no es momento de dudar".
Se abrieron paso entre la multitud. Algunas personas simplemente atravesaban la plaza, atareadas con cosas más importantes que hacer, otras estaban allí por el diferente espectáculo que ofrecían los cerdos, e incluso había surgido una aglomeración de diferentes artistas que iban al lugar en busca de inspiración. Calíope estuvo a punto de tropezar con un pintor muy esmerado que había traído su lienzo y sus utensilios para plasmar aquel nuevo mundo que tenía la suerte, para bien o para mal, de haber sido testigo. Anna observó curiosa a muchas personas con una libreta y un bolígrafo que miraban, casi como si estuvieran dentro de un sueño, el ir y venir de estos animales, sentados ya fuese sobre los bordes de las fuentes o en bancos y escalones. Algunos estaban tan concentrados que, tras unos segundos de observación, bajaban rápidamente su vista a sus libretas y deslizaban veloces por ella sus bolígrafos, marcando una suave y enérgica danza que Anna casi pudo ver representada en un teatro.
Calíope también los miraba, con una extraña expresión que los dos niños no pudieron identificar. ¿Tristeza, tal vez? Calíope enseguida desvió la vista y esos instantes se perdieron en el olvido para los tres, pues en ese momento se acercaron a ellos unos cuantos cerdos de mirada inteligente. Iban moviendo sus alas recién lavadas, ejercitándolas.
Estos animales se pararon de repente en frente de los amigos. Algo les decía que esos tres humanos no eran como los demás, y les inspeccionaron con sus morritos, olisqueándolos, notando un olor que les inspiraba confianza, familiaridad. Les pudo la curiosidad. Necesitaban descubrir qué les unía a ellos de una manera tan fuerte. ¿Era la bondad en sus ojos, el tacto de sus manos cuidadosas acariciándolos? Uno de los humanos le tocó las alas a uno de los cerdos, y justo entonces el animal lo comprendió. Y gruñó a sus compañeros para comunicarles el descubrimiento.
Poco después los tres humanos estaban montados sobre los tres cerdos más fuertes y resistentes, que alzaron el vuelo con ellos ante la atónita mirada de la gente que pudo presenciarlo.
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La tinta de lo (Im)Posible #Wattys2016
Short StoryUn día, los cerdos comenzaron a volar. No había quien los parase. La gente miraba hacia el cielo con gesto consternado, ya que estos animales, tras aguantar siglos y milenios de burla, por fin podían ser ellos los que riesen desde arriba. Y en las c...