El perdón de Paralda

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Al día siguiente el sol brillaba en lo alto, despertando al mundo con sus poderosos rayos.

Anna, Jake y Calíope estaban más cerca de ellos que nadie.

Calíope fue la primera en notar que la apacible noche ya había pasado y que era hora de ponerse en marcha, así que hizo acopio de fuerzas de voluntad, ya que le gustaba mucho dormir, y seguramente podría haberlo durante hecho horas y horas más, y acabó de desperezarse.

Esperó a que Jake y Anna se levantasen por sí solos, ya que aquel sería un día largo y necesitarían todas sus energías.

Cuando se levantaron, lo primero que hicieron fue abrir sus improvisadas maletas y ver qué había dentro. Calíope no tenía nada en su bolsa excepto su cuaderno y su bolígrafo, ya que su marcha había sido apresurada, pero Jake tenía agua y Anna se había preocupado de coger galletas y fruta.

Con los estómagos rugiendo, acabaron con los víveres rápidamente, sintiéndose llenos en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, sus estómagos siguieron quejándose silenciosamente, a causa de los nervios.

—¿Seremos capaces? ¿El mundo lo comprenderá?—preguntó Jake de pie, al borde de un escalón, mirando hacia abajo. El niño había expresado en alto todo lo que Calíope y Anna guardaban para sí. Su cabello castaño se agitaba con el viento, retirando el flequillo de su frente, dejando ver su serio semblante.

Calíope y Anna se pusieron en la misma posición que él, a sus lados, y los tres entrelazaron las manos unos segundos.

—Todo...—empezó Calíope, pero el viento pareció llevarse el resto de sus palabras, haciéndola enmudecer.

—Irá bien—Anna lo terminó por ella.

Juntos subieron hasta el último escalón. Tras haber recuperado el aliento, observaron todo cuanto había a sus pies. Los árboles seguían agitando sus copas en su verde y mística danza, recordando la melodía que por la noche había conseguido despertarles un poco de su profundo y eterno sueño.

Había algo en aquel lugar, ese mismo algo que iba allí donde estuvieran los tres hermanos.

—Esta altura será suficiente—Calíope inspiró hondo y soltó el aire, sonriente. Después de aquello, podría volar junto a Jake y Anna. Después de aquello todo su pasado sería un mal sueño—¿Estáis listos?

Sus dos hermanos asintieron. Por sus mentes rondaban pensamientos similares a los de Calíope.

Y sacaron sus cuadernos y comenzaron a crear su tercer sueño. No salió bien a la primera, ni a la segunda, hubo borrones y páginas arrancadas, llevadas por el viento a algún lugar del bosque de secuoyas, sustituidas por otras en blanco que aparecían al instante, espacios por rellenar que les hacían ver la magnitud de la empresa. Pero los tres hermanos no se rindieron.

Jake imaginó y dibujó. Puso en su creación la forma, el volumen y el tamaño que debía tener. Tan etéreo y translúcido como el viento, de apariencia humana, de proporciones perfectas, tan alto como aquel árbol donde se habían encaramado. Sus ojos cambiaban, eran puros como el aire y las nubes blancas, pero a veces los recorría una sombra y se parecían inquietantemente a los ojos del padre de Jake. Sus cabellos eran brillantes ondas de luz, pero estaban envueltos en humo oscuro.

Anna le dotó del color y realismo necesarios. Eligió que su creación fuese del color del cielo, de un blanco algodonoso como las nubes y un azul claro y frío para los días y oscuro y envolvente para las noches, pues su creación vagaría por el aire y era mejor que pudiera tornarse invisible y que no alterase demasiado a los humanos que hubieran debajo de él. Creó un aura alrededor suya que pudiese ser voluble, una agradable y tranquila luz para los días en los que tocase actuar pacíficamente y una tormentosa aura de luz oscura para los días en los que tuviese que actuar de manera severa.

La tinta de lo (Im)Posible #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora