Fin

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Después de la devastadora noticia de la muerte de Peter, Elizabeth le reveló el secreto de su embarazo a Margareth y a su madre, quienes la consolaron en los momentos más difíciles y la ayudaron a disimular el embarazo hasta un mes después de la muerte de Peter, cuando Elizabeth accedió a casarse con Michaelo. No por amor, sino por su hijo. La pequeña parte de Peter que llevaba con ella.

Nunca le contó la verdad a Michaelo o a nadie. Solo lo sabían ella, su madre y Margareth.

Cuando el bebé nació, Margareth y su madre la ayudaron a hacerle creer a las personas que era prematuro, cambiándolo por otro bebé hasta que el primer mes pasara. El bebé se llamó Alexander y solo ella sabía por qué. Alexander era el nombre que Peter habría querido ponerle a su hijo.

Elizabeth vivió amando a Peter Smith toda su vida, hasta el día en que su corazón dejó de funcionar. Se dice que estaba en cama, rodeada de sus seres queridos, tomando la mano de Margareth, cuando de la nada abrió los ojos, tomó aire y miró a Margareth y dijo: “Ya voy a casa, mi amor. Le mandaré tus saludos.” Sonrió con tristeza y cerró los ojos. Su esposo, ahora viudo, la miró con tristeza antes de que se le escapara una lágrima y se acercara a besar la frente de aquella mujer con la que había vivido más de sesenta años y que con el paso del tiempo había aprendido a amarlo, pero nunca como amó a Peter. “Espero que le mandes mis saludos también, princesa”, susurró antes de retirarle un cabello de la frente y salir de la habitación.

Querido soldadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora