Prólogo

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2016, Seúl, Korea.

Estoy sentada en la oscuridad. ¿Cuánto tiempo llevo ahí? Dos días, una semana, no sé con precisión. No es como si tomara el tiempo. No me importa el tiempo. Total, consciente de él o no siempre pasa. Aunque no haga nada más que ver un punto fijo en esa mohosa pared, sé que pasa. Pero mi reloj es diferente al resto. No hay manecillas que marquen minutos u horas, solo pasos. Sus pasos. Él está de vuelta.

Intento moverme un poco más de mi lugar para poder verlo entrar a la habitación. Pero mi reja blanca no me permite más movimiento. Estoy atrapada. De muchas formas. Porque lo apresado no es sólo mi persona. También mi corazón. ¿Cómo pude caer de forma tan miserable ante él? ¿Cómo dejé que me apresara? Todo por mi estúpido corazón. Mi inútil corazón.

Miro su figura frente a la laptop. Teclea como un poseso. Ignorándome olímpicamente. Eso es lo que más odio. Su indiferencia. No me puede importar menos estar atrapada en una mugrosa trampa blanca, como me duele que él ni siquiera me mire. Ni una vez. Si tan sólo volteara hacia mí.

—He pensado en algo —digo en un volumen lo suficientemente alto como para que me escuche.

Pero el no deja su teclado.

—Ese día, frente al lago —continuo— En realidad pensé que me entendías. Tus palabras sonaban sinceras: "todo lo que te pasa, cualquier cosa, lo resolveremos" Sonaste malditamente sincero.

Un sollozo amenaza con escapar de mi boca, así que me callo. Otra vez estoy mostrándole mi lado débil. Soy una tonta.

El sonido del tecleo para. Lo busco con la mirada. Él también está rompiendo sus propias reglas. Está mirándome con sus preciosos ojos negros.

—No tenía idea qué me dirías —suelta con rencor en la voz— No todo, por supuesto.

—El gran Kim Jaejoong no se imaginó que le diría. Esa es la peor de tus mentiras —recrimino.

El suelta un respiro y se aproxima hacia mí. Tiene el arma en las manos.

—¡Cállate! Si no dirás nada interesante, mejor no hables.

Balancea la daga frente a mi cara. Está tan cerca. Y temo. Pero no por el arma punzante, sino porque su cercanía duele. Duele tenerlo tan cerca y, a la vez, tan lejos.

Sin siquiera percatarme del todo, alzo una mano para intentar alcanzarlo.

Él se aparta de inmediato. Pero no lo suficiente.

Lo veo. Rojo y sencillo. El listón de ella. Algo se revuelve en mi estómago. Siempre se trata de ella.

—Bonita pulsera —me burlo, porque reírme sin sentido es mejor que mostrar mi dolor— Ella siempre pensó que se le miraba bien, pero se veía ridícula, como una niñita. Siempre ha sido una niñita débil.

—No hables de ella —de nuevo lo tengo cerca, pero esta vez la daga si roza mi piel, está justo ahí: sobre mi garganta.

—No puedes lastimarme —le recuerdo— no si quieres volver a verla.

Él no se mueve.

—Hay otras maneras de encontrarla —su voz suena segura.

Maldigo internamente, tal vez, tiene alguna pista.

—¿Quieres lastimarme? —pregunto sin verdadero interés de conocer su respuesta. No estoy preparada para oír lo que dirá.

Calla. Pero no lo suficiente. Sus ojos negros brillan derrotados. Como la vez que me atrapó. Una parte de él aún se preocupa por mí. Eso hace agitar mi frío corazón.

Under my skinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora