Capítulo I

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Mi ingreso al Instituto Françoise Dupont, profesionales en música y danza, era lo único que rondaba en mi cabeza por el momento. Había decidido entrar ahí por mi propia cuenta, ya que lo mío desde muy pequeño siempre fue la música, los instrumentos, el piano.

Lo único complicado que tendría mi ingreso a ese lugar, sería la presentación ante mis compañeros de clase. Al entrar al salón todos me quedarían mirando, esperando que les dijera mi nombre, de dónde venía y qué hacía. Pero era algo que simplemente no podía decirles. No podía decirles nada. Tenía que esperar tristemente a que el profesor revelara que soy mudo, para luego recibir un montón de miradas llenas de lástima, sonreír incómodamente y pasar a sentarme.

Pero ya nada podía hacer para impedirlo.

Frente al Instituto en el que siempre deseé entrar, donde por fin compartiría con más gente aparte de un maestro particular de piano, mi limusina se detuvo lentamente. Bajé, con pasos torpes, de lo que me había traído hasta aquí y tomando mi pequeño bolso me aproximé hasta la puerta del Instituo, la cual permanecía abierta.

Lleno de nervios, me fijé en que un hombre me miraba detenidamente, y lo más probable era que se tratase de un profesor.

—Por aquí, joven Agreste— lo oí decir, viendo como comenzaba a subir por unas escaleras.

Lo seguí mirando el suelo, sin prestar atención a las cosas que estaban a mi alrededor. Anteriormente el Instituto me había sido presentado por el mismo director, quien al ser amigo de mi padre no dudó ni dos en segundos en colocarme entre los nombres de los matriculados y reversar un cupo dentro de un curso, por lo que la estructura no me sorprendía.

Al llegar a la puerta del salón, respiré hondo y entré tras el profesor. Poco antes de que todas las miradas curiosas cayeran sobre mí, él dio una explicación a mi llegada y guardó silencio. Levanté mi mirada del suelo y abrí los ojos que en algún momento cerré por el nerviosismo, abriéndolos más por la impresión; nadie me veía con extrañeza, ninguno estaba susurrando hacia el lado e inclusive algunos me sonreían.

Logrando ver aquel agradable panorama, levanté mi mano derecha y los saludé a todos. Hacía años que no estaba en un lugar en el que me hiciesen sentir seguro apenas lo pisaba, pero allí estaba una clase de veinte felices futuros artistas.

—Puedes pasar a sentarte donde desees, nadie tiene un lugar fijo, todos los días pueden variar— dijo el profesor, apuntando pupitres vacíos —Nos gustan las clases dinámicas y este salón no es más que un acompañamiento.

Asintiendo para darle a entender que me parecía bien, continué oyendo durante un rato como él y otros alumnos me explicaban el sistema que utilizaba el Instituto. Las clases principales se guiaban por nuestras preferencias, según el instrumento o el tipo de danza en que nos quisiésemos especializar. Aunque estuvieses ahí por la música, siempre tendrías que tener conocimientos y práctica en ambos ámbitos, querían formar profesionales completos.

***

La clase avanzó rápidamente y era incapaz de pensar que me sentía incómodo en aquel lugar, llovían las risas repentinas y el buen ambiente me hacía mirar hacia todos lados, deseando ser capaz de compartir mi opinión y también causar algún ruido al reír.

Cuando el timbre anunció el inicio del primer descanso, tomé un pequeño bolso para simular que me dirigía al comedor por mi desayuno, pero mis pies sabían que ese no era mi destino.

Varios pasillos más allá, casi al fondo del Instituto, había un salón con un viejo piano que aprecié durante el recorrido anterior a mi ingreso. Se podría decir que ese instrumento era mi obsesión, mi vida, mi método de expresión. Los medios que seguían a mi padre me mencionaban en sus artículos como un joven tímido, pero que al estar cerca del piano, mi rostro cambiaba, mis manos fluían sobre el instrumento como si fuese parte de mi cuerpo y producían coquetas melodías. Nombraban que era mi escape, mi verdadera personalidad, y me atrevía a afirmarlo.

Terminé mi apreciación segundos antes de que sonase el timbre, del que con suerte me percaté. Apenado de irme, tomé el bolso que antes usé de pretexto y salí. Avanzando por el pasillo que me llevaría de vuelta al salón, me detuve al oír, entre el ruido de las voces, unos gráciles pasos provenientes de algún lugar. Lleno de curiosidad, seguí el sonido, llegando frente a uno de los salones de danza. Si me hubiese dejado llevar por mi emoción, habría abierto la puerta, pero preferí ser prudente y apreciar lo que fuera que se presentara ante mis ojos.

 Al mirar por la pequeña ventana de la puerta, vi una hermosa figura moviéndose de un lado a otro. Daba pasos tiernos, llenos de seguridad, de sueños, de vida. Saltaba con todo el ánimo y caía con total elegancia, como si estuviese a punto de quebrarse, pero las puntas de sus pies hubiesen nacido para estar en aquel suelo, mientras su cabello azabache se movía junto a ella, que giraba por el salón a ojos cerrados.

Dudé de la realidad porque ella parecía un sueño, ella causó algo en mí que simplemente no podía expresar. ¿Cómo sonarían en el piano, las melodías de este nuevo sentimiento?

Tocar su corazón [MLB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora