Capítulo III

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Cuando comenzaba a creer que ninguno de los dos sería capaz de acercarse más y jamás pasaríamos de mirarnos un largo rato cada vez que nos encontrábamos, algo sucedió. 

Llevaba poco menos de un mes en el Instituto e ir cada tarde hacia el salón de música se había vuelto una costumbre. Una vez que dejaba mi bolso a un lado, me sentaba en el polvoriento piano e iniciaba un concierto propio con todo lo que viniese a mi mente, que últimamente eran melodías rebosantes de alegría. Hoy, en el momento en que intenté empezar a tocar, las yemas de mis dedos se toparon con un delgado trozo papel puesto delicadamente entre las teclas.

"Nos vemos en el Pont des Arts, a las seis. Estaré esperando por ti".

Aunque lo dicho en la nota parecía más bien una orden que una invitación, la suavidad del lápiz y la redondez de las letras me dejaba en claro que una única persona podía ser la emisora. Sonreí mientras miraba con calma el reloj, hasta que la hora allí indicada me hizo tomar mis cosas y salir corriendo; eran pasadas las cinco de la tarde.

***

Luego de un ajetreado camino a casa y un nuevo viaje hacia uno de los lugares más nombrados de París, sintiendo el cálido y primaveral aire que cruzaba por la ventanilla de la limusina, comencé a sentirme nervioso. No era similar a lo que sucedía antes de una importante competencia, éste era un sentimiento más agradable, que me hacía sonreír y lucir torpe.

Pocos minutos antes de las seis, bajé frente al puente en el que me citó. Llevaba puesto un suéter verde agua con líneas blancas, un pantalón café y zapatos del mismo color. En uno de mis bolsillos llevaba un bolígrafo, y en el otro, una pequeña libreta en la cual podría escribir, pues quería conocerla, hacerle preguntas, saber qué la ponía feliz para repetirlo cada vez que la viera y qué la ponía triste, para protegerla de eso a toda costa.

Al avanzar por la estructura, bastó caminar un poco para divisar esa inconfundible figura detenida entre la gente. Con un vestido rosa pastel, un cintillo y zapatos del mismo tono, también había logrado reconocerme entre la multitud, permitiéndome ver su tierno sonrojo desde la distancia. A pesar de que quería acercarme, mi timidez amenazaba con jugar en mi contra, volviendo mis pasos cada vez más lentos y cortos.

Una vez que logramos estar frente a frente, hice un gesto de saludo y ella se volteó para apoyarse en una barandilla, observando la increíble vista que únicamente se podía obtener desde aquel lugar. Ante la situación, la seguí en sus acciones y saqué desde mi bolsillo una pequeña libreta y un bolígrafo.

"Me alegra estar aquí, gracias por dejar aquella nota".

Al extenderle el cuadernillo y ver como leía, esperé que respondiese a través del habla, pero me pidió el bolígrafo y comenzó a escribir.

"Son las primeras palabras escritas por ti que puedo ver. No me arrepentiré nunca de haberte invitado".

Vi su escrito y sonreí, mientras un leve calor comenzaba a subir por mis mejillas. Pensé en cómo responderle, quería escribir algo que la hiciese sonreír, pero antes de poder hacerlo vi que me quitaba la libreta de las manos y escribía nuevamente.

"Temía que nunca pasásemos de las miradas".

Su rostro me mostraba una expresión de felicidad, a la vez que sus ojos estaban llenos de un triste brillo. En el fondo de mi corazón, había tenido el mismo miedo, pero era incapaz de aceptarlo, nunca quise verlo como una posibilidad.

Iluminados por la cálida luz del sol, tomé su mano y la atraje hasta mí, envolviéndola entre mis brazos. Ambos temblábamos de nervios, la timidez parecía querer vencernos, pero sus delgadas extremidades alrededor de mi cuerpo sólo hicieron del acto uno mucho más fuerte y significativo.

Desde aquel día que acabó con nosotros abrazados frente al atardecer que nos proponía ver ese puente, nuestra cercanía fue en ascenso. Ya no nos admirábamos tras las puertas, sino que pasábamos directamente al salón y disfrutábamos de nuestros espectáculos sin la necesidad de simular no hacerlo.

Me gustaba la sensación de tocar el piano y sentir su espalda chocando con la mía, así como a ella comenzó a agradarle el hecho de tener un acompañante en sus pasos de danza. Las notas en la libreta comenzaron a hacerse más largas, los temas se volvían profundos, nuestras miradas se topaban con mucha más frecuencia que antes.

Sin embargo, no contaba con que un día, al entrar al salón las manos que quería tomar para danzar ya estuviesen ocupadas.

Tocar su corazón [MLB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora