Capítulo V

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Los alrededores de Marinette se volvieron hostiles de estar. Entre ambos jóvenes que buscaban llamar su atención y quedarse con la parte más grande de su corazón, la chica no tenía descanso alguno, pero parecía no darse cuenta de que ambos competían por su amor.

Por un lado, Nathanael y ella mantenían largas conversaciones, se entendían, reían y disfrutaban de la compañía del otro. Pero con el rubio podía mantener eternas miradas, admirarse mutuamente, disfrutar del silencio y de ese calor que se producía naturalmente entre ellos sin la necesidad de tener un roce de piel.

A fines de junio, el mismo día que acababa la primavera, Marinette tenía una importante competencia de baile que podría abrirle grandes puertas hacia el futuro. En la época previa, ella no podía salir del salón, pues la práctica se volvió lo más importante. Nathanael, que a pesar de estar en aquel Instituto no abandonaba su pasión por la pintura, comenzó a notar que todos sus cuadros se llenaban de cierto color azabache.

Y por otro lado, Adrien rompía su cabeza y dedos intentando crear una canción. No una canción cualquiera, ésta debía tener una melodía que tan sólo con escucharla supieses que trataba sobre ella, enérgica, torpe, gentil, ¿cómo podía plasmarlo en sonidos de piano?, se preguntaba. En su interior sonaba tan fácil, pero en realidad sólo ella poseía la esencia de sí misma, un ritmo no podía arrebatársela.

La tarde del día antes de la competencia, Marinette no encontró algo más relajante que acercarse a la última habitación del Instituto, donde el rubio componía maravillas con ese viejo y polvoriento instrumento. En el momento en que se asomó por la puerta, notó como el sonido del piano se detuvo en seco y el joven se complicaba escondiendo un par de partituras, cosa que la hizo reír.

—¿Qué sucede? La nerviosa soy yo— comentó la azabache en un tono burlesco, acercándose y sentándose al lado de él —Pero estoy segura de que mañana todas las preocupaciones se irán cuando te vea entre el público y me sonrías, ¿verdad?

Adrien asintió rápidamente, pues no pensaba perderse aquella presentación que en variadas ocasiones quitó a Marinette de su lado debido a los constantes ensayos. Contagiándose del nerviosismo de la azabache, buscó entre sus pertenencias la libreta que usualmente utilizaban para comunicarse más fácilmente.

"¿Qué debería hacer para tranquilizarte?", preguntó a través del papel, el cual la azabache tomó enternecida. Miró a Adrien a los ojos durante un segundo, para luego quitarle el bolígrafo, cambiar la página y escribir su petición.

"Sólo abrázame", fue lo que el rubio leyó antes de abrir sus brazos y calmar las ansias de Marinette entre ellos. Permanecieron así un rato, mientras que ambos sentían el último viento otoñal mover sus cabellos y la luz proveniente de la ventana transmitiéndoles calidez a sus cuerpos. Los brazos del joven temblaban, pero a ella le parecieron lo suficientemente fuertes como para protegerla de cualquiera de sus miedos.

A raíz de un pensamiento fugaz, Adrien la tomó por los hombros para separarla de su cuerpo, bajando hasta su codos y posteriormente a sus manos, con el objetivo de guiarlas hasta el piano y tocar juntos. La música era el mejor método por el cual podía hacerla sonreír, pensaba. Guiados por el ritmo, sus dedos se movieron en conjunto y se vieron más unidos que cualquier otras dos personas en el mundo. 

Cuando Marinette ya no sentía ningún rastro de nerviosismo, su única preocupación pasó a ser la evidente cercanía que estaba teniendo con Adrien, por lo que se levantó torpemente, se alejó de él, lo miró agradecida y le dedicó una grande y tímida sonrisa. Haciendo el gesto de que había recordado algo, buscó el bolsillo de su pantalón, desde el cual sacó una especie de boleto dorado que felizmente depositó en las manos del rubio. Él, confundido, miró lo que recién le había sido entregado y logró darse cuenta de que era una invitación a la competencia de Marinette.

—Es una competencia importante, así que los puestos son limitados... Esta invitación incluso tiene tu nombre escrito, así que nadie pondrá problemas en que ingreses— dijo la azabache a modo de explicación —En primera fila habrá un asiento especial esperándote... Al igual que yo lo estaré haciendo detrás de escenario.

Luego de haber oído esas dulces palabras Adrien vio a la joven despedirse y salir tranquilamente por la puerta, mientras que él intentó seguir calmando la emoción que debió ocultar durante todo ese tiempo. Tomó su bolso entre un suspiro de enamorado y guardó la invitación con sumo cuidado, procurando que no pudiese arrugarse ni romperse. Fuera del Instituto, al igual que en cada tarde, los trabajadores de su padre lo esperaban para asegurarse de llevarlo directo a casa.

***

Al final de su típico trayecto, debió bajar de la limusina con la máxima rapidez que le fue posible. Las gigantescas rejas que abrían paso a la mansión Agreste estaban totalmente destruidas, y al mirar con atención, vio la puerta principal entreabierta, llena de rasguños y hendiduras.

—Así que ya estás aquí, hijo... No alcancé a avisarle al chófer que no te trajese hoy— oyó Adrien tras de sí, mientras era tapado por la varonil sombra de su padre —Te recomendaría que no entrases a casa por hoy, te enviaré a otro lugar junto con Nathalie. Vuelve a la limusina.

Con la vista fija hacia delante, una leve punzada en el corazón y un mal presentimiento, el rubio fue capaz de desobedecer a su padre por primera vez en la vida. Corrió dentro de la mansión y subió las escaleras como un desquiciado queriendo llegar a su habitación. Abrió la puerta de un golpe, y junto a su agitada respiración, ocurrió lo que su padre probablemente quería evitar segundos antes.

Esparcidos por todo el suelo estaban los pedazos del instrumento que lo acompañó incluso cuando su madre o su padre no podían hacerlo. Aquel piano café, ahora destrozado, le causó las lágrimas que ni siquiera en las más dolorosas despedidas había soltado. Su fuente de inspiración, sus recuerdos, su vida estaba tirada en el suelo y vuelta trocitos. Sí, su padre podía comprarle mil pianos idénticos o mejores que ese, pero nunca conllevaría la historia del que ahora lamentaba perder.

Juntando trozos de madera y sujetándolos entre sus manos no podía creer lo que estaba viendo. Alrededor del cuarto incluso habían pedazos de partituras tirados y papeles con las canciones fallidas escritas en ellos. Trató de mantener a Marinette en su cabeza para gozar de un momento feliz, pero aquel crimen no tenía sentido, no había un motivo válido para llegar a ese extremo. Habían entrado a su hogar, su dormitorio y habían roto a quien incluso consideró su mejor amigo.

¿Qué clase de ser querría provocarle tanto dolor específicamente a Adrien y para qué?

Tocar su corazón [MLB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora