Capítulo IX

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Aunque los ojos de los demás estaban posados sobre mí, lo único que pude hacer fue mirar a Marinette. Aunque fingió no notar mi llegada, sus hombros temblorosos la delataban.

Dado que tenía dos vasos frente a ella, fue evidente que esperaba a alguien que no era yo, pero eso sólo se volvió una motivación para acercarme a ella más rápido.

Una vez que estaba a su lado, por mucho que quiso evadirme volteándose y continuando con su espera, busqué su mano, la tomé y la volteé hacia mí, aprovechándome de la lentitud y el romanticismo de la canción que estaban tocando para acortar la distancia entre nuestros cuerpos.

Se sentía como si el lugar completo fuese de los dos, y aunque ella hacia pequeños intentos por safarse de mi agarre, la continué mirando fijamente a sus celestes ojos que se destacaban tras su roja máscara. Hoy, tras este traje negro me había llenado de determinación y valentía, debía ganar el perdón de mi bailarina. No la dejaría ir.

Usando todas las habilidades de baile que en algún momento adquirí viéndola y practicando por mí mismo, busqué impresionarla y enredarla entre mis movimientos. Por unos minutos estuve seguro de que habíamos creado un mundo aparte del de los demás y de que todas las confusiones entre nosotros se habían desvanecido, pero cuando la música cambió, me di cuenta de que no fue así.

Mientras nuestro alrededor volvía a ser notorio, la luz recuperaba potencia y las parejas que nos rodeaban iniciaban un baile más animoso, Marinette y yo estábamos compartiendo miradas, pero antes de que reaccionase, la tomé de la mano y avancé con ella por la escalera más cercana al salón de música. A mitad de camino, sin embargo, el silencio de la multitud y el sonido de la puerta principal abriéndose con fuerza me hizo detenerme en seco.

No me volteé, pero ella sí lo hizo, y tenía claro que la persona que acababa de llegar ponía en riesgo mi avance, el temblor en su mano me lo confirmaba.

—Nathanael...— oí a Marinette susurrar a mis espaldas —Lo siento.

Sorprendido, observé la situación de reojo. A puertas del instituto el pelirrojo asentía mirando a Marinette, tan tranquilo como si siempre hubiese estado preparándose para este momento, manteniendo una expresión de serenidad tanto para nosotros dos como para el resto de los estudiantes que se mantenían como espectadores de la situación. Mientras volvimos a subir los escalones, le dediqué una mirada para transmitirle seguridad y agradecimiento.

Al fondo del largo pasillo estaba mi querido salón, donde se hallaba el segundo piano que más he apreciado en mi vida. Marinette se adelantó a entrar para ocultarme las lágrimas que posiblemente estaba derramando, apoyándose en el marco de la ventana para apreciar el cielo nocturno mientras me daba la espalda.

Dispuesto a solucionar todo de una vez, busqué mi libreta con torpeza y escribí en ella. Con cautela, fui donde ella y me apoyé en la misma ventana, encontrándome con su cristalina mirada, comparando nuestros melancólicos rostros. Antes de que pudiese hablar, le entregué la hoja en la que había escrito.

"Lo siento por no estar ahí".

"Está bien, fui un verdadero fracaso".

Pidiéndole de vuelta el bolígrafo, la miré apenado y volví a escribir.

"Cuando me invitaste, fui realmente feliz. Quería verte, y quería compartir todo esa felicidad que se refleja en tu rostro cada vez que bailas... Me impidieron ir a verte diciéndome que debía volver a priorizar el piano. Pero incluso cuando estaba obligado a practicar, toda pieza que componía iba dedicada a ti".

Mientras ella estaba mirándome con un ligero rubor en las mejillas y sin decir nada, los recuerdos de todo ese tiempo me llenaban de frustración. Si bien cada pieza que compuse fue para ella, ninguna llegó a representarla totalmente, ninguna melodía lograba llenarme tanto de alegría como lo hacía su recuerdo.

Volví a tomar la libreta dispuesto a volver a expresarme, pero sujetó mis muñecas para impedirlo. Levanté la vista confundido y noté que esta vez sus manos habían subido hasta mis mejillas, acercando mi rostro al suyo, deteniendo mi universo con un beso.

Iluminados por la luz de luna sentía la última ventisca del invierno entrar por la ventana, y apenas oí cuando el bolígrafo y la libreta cayeron al suelo. La emoción que había traído hasta mí su acción hacía temblar mis manos mientras sujetaba su cintura.

Ahí estaba, esa emoción era la nota que faltaba.

Tocar su corazón [MLB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora