Capítulo 5

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Petter

Me paré del suelo repentinamente avergonzado ante mi conducta, pero Lydia no pareció juzgarme, solo me tomo por la cara mientras en sus ojos llorosos pude ver su tranquilidad.

- Perdoname. - Dije estrechando sus manos en las mías con dulzura. - No debí comportarme así frente a ti.

- A veces las personas necesitan desahogarse... - Me sorprendí ante la tranquilidad de su vos y la sabiduría que transmitían sus palabras. - y todos lo hacemos de distintas maneras que no podemos explicar. - Por un segundo estuve a punto de echar a llorar de nuevo, pero ella habló: - Oh, mira eso... - tomo mis manos entre las suyas haciendo que viera mis nudillos rojos con astillas enterradas. - Te has hecho daño, hay que curarlo o se va a infectar.

La heridas abiertas en mis nudillos comenzaron a doler con cada movimiento, pero no era el suficiente dolor como para ver la cara de Padre en esos momentos.

- No quiero regresar. - Susurré al aire.

- Hay otros caminos para entrar en casa.

Lydia me guió entre los arboles inmensos y camino con seguridad cruce tras cruce. Por un segundo me pareció no conocerla, la seguridad con que avanzo entre la maleza me hizo pensar en todo lo que me estaba perdiendo.

Lydia

Caminé a ciegas durante un buen rato tratando de recordar el camino entre los arboles que daba al laberinto. Una vez de pequeña me había pedido ahí durante un juego de cricket, y mientras escogía caminos al azar me encontré de nuevo en casa, así que traté de duplicar el recorrido.

Comencé a entrar en pánico mientas caminaba con una expresión de tranquilidad, cuando por dentro gritaba por auxilio al darme cuenta de que estaba cada vez más perdida, el interior de mi lo sabia, pero él parecía tan cómodo dejando que lo guiara, que no podia dejar que viera mi pánico.

De pronto, el ciruelo del columpio apareció ante mi. Padre lo había puesto después de un día de campo en los jardines para darnos un lugar en el cual jugar, pero gracias al laberinto, el ciruelo quedó escondido entre los caminos del bosque. Giré a la derecha y me tope de bruces con la entrada opuesta al laberinto de arbustos espinosos, que Elizabeth tanto adoraba.

Entré con seguridad al laberinto y en cuestión de minutos llegamos al jardín de mármol, como padre lo había bautizado al poner las estatuas al rededor. Lo guíe a través de la casa y a través de la zona de la cocina, hasta encontrar la caja que contenía los materiales de primeros auxilios a un lado de una extensa ventana de cristal que daba a un pequeño invernadero done se cultivaban los alimentos de cocina indispensables.

Tomé su mano y, con ayuda de unas pinzas, fui buscando cuidadosamente las astillas del árbol en sus nudillos, hice lo mismo con la otra mano y en cuanto estuve segura de haber sacado todas, tomé un trozo de tela y lo mojé con agua. Pace la tela por sus manos hasta no dejar un solo rastro de sangre o suciedad, entonces me di cuenta de que se había arrancado la piel con los golpes, tomé el alcohol y lo vertí en sus manos logrando que hiciera una mueca de dolor, tomé una venda y envolvi sus manos a la altura de sus nudillos.

- ¿Como sabes que debes hacer? - me preguntó en vos baja.

- De pequeña me lastimaba las rodillas todo el tiempo, y las criadas hacían esto cada vez hasta que aprendí a hacerlo yo sola.

Algo en su mirada parecido a la fascinación me hizo calentar las mejillas.

- Eres fascinante.

Algo parecido a la culpa me invadió un segundo antes de sentirme alagada y nerviosa.

- Oh, no digas eso. - Dije sentándome a un lado de él en la orilla de la ventana.

- Pero es la verdad. - Me respondió bajando de a mi lado y poniéndose frente a mi. - Me facinas.

- Eso ya lo se. - Respondí tranquila.

- Es cierto. - me tomó de la cintura con sus manos y fue un contacto que apenas sentí gracias al corsé. - Creo que te amo, Lydia.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mi cara sin control, y la confución se adueño de sus ojos. Se acercó más a mi con tristeza.

- Escapa conmigo. - Dije de pronto recordando a Penny y su consejo.

Algo parecido a la felicidad regresó a sus mirada, pero pronto se transformó en algo sombrío que oscureció su mirada y cambio su pequeña sonrisa en una linea sin sentimientos.

- No puedo.

Petter

Me dio un empujón con el brazo antes de salir corriendo por donde habíamos llegado. Trate de alcanzarla pero cuando pude agarrarla ella se giro y se arrancó mi mano con un golpe en mis nudillos, el dolor recorrió todo el trayecto desde los nudillos hasta mis codos y entonces ella me hablo, perdiendo toda la tranquilidad que hace unos segundos me habían ayudado a desahogarme, volviendo a ser esa niña berrinchuda que fingía ser ante su madre.

- Te odio, Petter Ponttiel. - Dijo con lágrimas en los ojos. - Ojala nunca te hubiera conocido.

Se giró de nuevo y hecho a correr. Sus palabras me habían dejado paralizado con el corazón roto en mil pedazos. Después del sonido de un golpe amortiguado de la puerta de la cocina reaccioné de nuevo y trate de correr tras ella, pero cuando ella subió hacia su habitación por las escaleras la vos de madre me llego desde la espalda.

- ¿A donde vas con tanta prisa?

Me sujetó por el brazo y me jaló hacia el salón, donde el sastre esperaba emocionado, junto con la familia Brovermott, exceptuando a Lydia.

Lydia

Asome la cabeza por la ezquina de la pared y lo vi a él, alejándose caminando con su madre colgada de su brazo. El dolor se apodero completamente de mi haciéndome llorar desconsolada. Corrí por el pasillo y entre a mi habitación cerrando de un portazo detrás de mi.

- ¿Que sucede, señorita? - Preguntó Penny preocupada.

- Dejame sola, Penny. - Le dije mientras me echaba en mi mullida cama a llorar.

Pasé todo el día en la cama, en algunos momentos llorando, otras solo pensando en silencio mientras veía el infinito en el otro lado de la habitación. A veces tocaban a la puerta angustiados, otras veces me hablaban, diciendo que habían traído comida. Ninguna de las voces fue la de Petter, excepto la ultima.

Estaba sentada en la pared a un lado de la puerta de madera, con la espalda recargada en las cortinas, cuando tocó a la puerta. Ya era muy tarde, los ojos me ardían pero no podía dormir.

- ¿Lydia? - Su vos me hizo llorar de nuevo. - Fui a la biblioteca, pero no estabas ahí. - Se detuvo un largo momento como pensando que decir. - ¿Estas ahí? - preguntó con la vos cortada. - Escucha, perdoname. Pero mi familia necesita esta unión. - sus palabras me hicieron llorar aún más, no estaba arreglando nada. - La familia son los pilares de la vida humana ¿Que seriamos sin ella?

Comencé a llorar desconsolada ahogando sollozos con las manos para que no me escuchara. Paso un largo momento en silencio, hasta que pensé que ya se habría ido, pero entonces lo escuche recargarse en la puerta.

- Perdonadme.

- No tienes derecho a jugar con mis sentimientos de esa manera. - Dije sin pensar.

- Lo se, lo siento... - vi la puerta moverse junto con el sonido de un golpe amortiguado del otro lado. - Nunca debí decir lo que dije...

- O sea, que es mentira. - Dije aún más dolida.

- No quise decir...

- Vete, Petter. - Lo interumpi con la vos cortada, y después de un rato en silencio me di cuenta de que él ya no estaba.

Abrí la puerta con la esperanza de aún verlo caminando por el pasillo, pero no estaba, había desaparecido. En su lugar en el piso vi un plato lleno se ciruelas. Todos sabían que esas eran mis frutas preferidas, las habría tomado si no hubiera estado tan enojada, las dejé en su lugar en el piso y cerré la puerta de nuevo. Me acosté en mi cama de nuevo llorando hasta su el sueño pudo conmigo y me hizo dormir.

Egoista: La Vida Que Escogí Para MiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora