Bombardeo de preguntas

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"A veces de noche, enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad."
-Antonio Porchia


Mis brazos estaban tensos y duros. Sentía mi cuerpo pesado, quería levantarme, pero pareciera que tuviera un imán pegado al piso. Volteé hacia ambos lados y casí todo estaba oscuro, lo único que podía alcanzar a ver era una luz muy difusa de la luna que traspasaba las ventanas, pero no alumbraba el lugar. Enseguida se escuchó el rechinido de una puerta sin aceite que se abría; empecé a escuchar pasos que se dirigían hacía mí, pero no lograba ver a nadie.

Los pasos se detuvieron; volteé mi cabeza de nuevo a mi derecha y logré observar la línea delgada de una silueta. Quizás era de una mujer alta, no podía verla a detalle, mis ojos veían borroso todo; comencé a sentirme cansado y un fuerte pulso en mi cabeza comenzó a traerme vagas imágenes de algo que había ocurrido, pero por alguna razón no lo recordaba.

— Esta vez no te escaparas; ya casi es hora. Tu transformación esta por completarse sólo es cuestión de algunos tic - tac del reloj.

Su voz era muy aguda y aturdía mis oídos; posiblemente era una mujer. ¿De qué transformación estaba hablando? Y ¿Por qué el tic - tac de su reloj hacía que mi cabeza me doliera más?

La invasión de imágenes comenzó a bombardear mi mente. Cerré los ojos tratando de visualizar los retratos que se me presentaban: empecé por ver a una chica rubia, ¿Quién es? Mis hermanos también están ahí. ¿Qué está pasando?, ¿Y esos ojos? Que bonitos ojos. Mi corazón comenzó a latir tan fuerte que mi respiración cada vez era más rápida.

La mujer que me observaba frunció el ceño y luego escuche como se sonreía.

— Tal vez no debería de quitarte tus recuerdos, después de todo me gustaría que supieras como llegaste hasta esta etapa de tu transformación.

Con pocas energías y en voz baja le preguntaba desesperado: — ¡¿De qué hablas?!, ¡¿Qué transformación?!, ¡¿Quién eres tú?!

Tomó una jeringa y me inyectó un líquido verdoso.

— Tu cuerpo sigue rechazando el químico, creo que tendré que inyectarte el otro.

Miró su reloj, y se dio media vuelta, guardando sus cosas y diciéndome:

— Tendré que retrasar el proceso, al parecer no dispongo de la sustancia que te administrare; espero que éste no lo rechaces.

No te muevas de aquí, ¡Ja!, claro como si pudieras hacerlo. No me pongas esa cara, tienes tiempo de acomodar tus recuerdos antes de que sean extraídos.

¿Qué sustancia traería?, y ¿Por qué me quería quitar mis recuerdos? Las preguntas se acumulaban más y más en mí, y yo sin poder moverme.

¿Por qué me estaba pasando esto? Supuse que se tardaría por lo que había dicho que tenía tiempo, así que seguí su consejo: cerré los ojos y trate de concentrarme para encontrar mínimo un recuerdo, tal vez respondería muchas de mis preguntas.

Cuando el sol caeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora