La felicidad no depende de cuantas cosas poseas, ni la sabiduría depende de tu cordura. Un cable de luz y un par de zapatos pueden ser suficientes para crear historias maravillosas.
Carol es una niña de ocho años con una familia disfuncional, cuando...
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Cómo decir adiós
Han pasado dos días desde que la abuela se fue, ayer fue el funeral, llegó mucha gente que yo no conocía; la mayoría de ellos lloraba amargamente, incluso mi madre. Yo en cambio, no he derramado ninguna lágrima, y no porque no me duela, en realidad solo tengo ganas de cerrar los ojos e imaginar que ella sigue conmigo, me gusta pensar que en algún momento voy a escuchar a mi mamá gritándome para que vaya a la escuela y así me despierte de esta horrible pesadilla.
En el entierro escuché que una mujer decía —Es lo mejor, así no seguirá sufriendo— Y me sentí como la peor persona del mundo, yo jamás noté que ella sufría, ella siempre estuvo a mi lado, ella sonreía siempre, ella nunca se quejaba.
Ahora estoy en su habitación, viendo a la ventana, la misma ventana en que antes parecía una entrada a un mundo fantástico, nunca volverá a tener el mismo brillo, y ahora la veo con otros ojos, de haber sabido que el mantenerla abierta solo empeoraba la salud de mi abuela, hubiera preferido mantenerla cerrada, quizá ella aun seguiría conmigo.
Me siento cada más sola cada vez, cuando vi que mi madre lloraba frente a la tumba de mi abuelita creí que tal vez en el fondo siempre la quiso, pero no se lo había podido demostrar.
Hoy por la mañana me di cuenta de que estaba muy equivocada.
—Esa mujer, incluso muerta nos sigue fastidiando —dijo mi madre al ver la cantidad de dinero que tendrían que pagar por el funeral. Y la verdad no importa cuánto dinero podríamos tener, aún si mamá tuviese todo el dinero del mundo no podría regresarme a mi abuela, tampoco sería capaz de comprar una sonrisa que me hiciera sentir a salvo, ni siquiera podría darme cinco minutos para despedirme de ella.
Mamá me advirtió que mañana debo volver a la escuela, dice que no permitirá que me vuelva una vaga. Ella y mi papá se han ocupado de deshacerse de todas las pertenencias de mi abuela.
Creo que, si alguien me hubiese avisado que mi abuela moriría aquel día. Incluso si hubiese sido meses antes, no me hubiera alcanzado el tiempo para despedirme, creo que cuando algo es tan importante para uno, nunca se está preparado para decir adiós.
Estando aquí sola, me pongo a buscar algo de ella, algo que me haga sentir que no se ha ido, y lo encuentro bajo su cama, un par de mocasines color café con un pequeño listón en la parte de arriba. Verlos me hace recordar que ella ya no los necesitará, que seguramente ella ya está en el cielo conversando con los protagonistas de todas aquellas historias que ella me contó, solo espero que ellos cuiden de ella mejor de lo que yo podría hacerlo.
Me quedo observando sus zapatos, y pienso en lo que me gustaría decirle si ella me estuviese escuchando.
—Abuela, de verdad lamento nunca haberte puesto la suficiente atención para darme cuenta de lo mucho que sufrías. Como sabrás, si es que puedes escucharme, me enteré hasta hace muy poco de tu enfermedad, tú siempre estuviste para mí, dispuesta a permanecer despierta toda la noche si era necesario, y yo no pude hacer lo mismo, quiero que sepas que te quiero mucho, que cuando te fuiste no perdí solo a mi abuela, perdí a mi mejor amiga y confidente.
Parece que todo hubiese perdido su luz, la hora de la magia no existe más, porque tú eras la verdadera magia— Siento una presión en mi pecho, mi respiración comienza a dificultarse, cierro los ojos con fuerza y siento las primeras gotas de agua salada brotar de mis ojos, de pronto no puedo parar de llorar, pero quiero decirle unas últimas palabras.
—Vivirás en mi corazón hasta que llegue el tiempo de volverte a ver, yo nunca te olvidaré, pero por lo pronto debo decirte adiós. —Tomo sus zapatos y los vuelvo a dejar bajo su cama, luego me acuesto sobre esta, y las lágrimas no paran, siento que podría seguir así hasta secarme y aun así no sería suficiente, jamás había sentido u dolor tan grande como este, ni siquiera cuando me rompí un brazo, supongo que es porque este no es un dolor físico, lo que me duele es el alma, lo que me duele es decir adiós.