Capítulo uno: Adam.

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ADAM

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ADAM

—¡Adam! ¡Adam!

Salgo corriendo de mi oficina, cuando Dorine gritaba mi nombre eso no era una buena señal, en absoluto.

—¡Adam! ¡Adaaaaam! —resuena por toda la planta su chillona voz.

Llego hasta la puerta de la subdirectora Dorine Graham teniendo que inhalar una enorme bocanada de aire para intentar recuperar el aliento.

—Entra, ¡rápido!

Perplejo y con la caja torácica apunto de estallar, no dudo tan siquiera un milisegundo en obedecer y, acto seguido, cerrar la puerta.

—Ejem... —tose para mantener la compostura mientras mueve su mano en dirección a un sillón color beige—. Por favor, toma asiento.

Una leve pausa hace que mi perplejidad torne a tensión. Hacía poco menos de dos días había terminado un artículo sobre lo crucial que podían ser los padrinos en las bodas. En verdad, el tema que me tocó era un asco y tuve que ir a cuatro bodas distintas para sacar algunas ideas, todo un logro he de decir.

—Dorine —comienzo a excusarme—. Sé que no es un buen artículo, pero no sabía que poner... quiero algo más... más yo, ya me entiendes.

Mi jefa pone cara de interrogación pero ignora por completo mi comentario y procede a hablar con un mínimo hilo de voz:

—Adam, quiero que esto quede entre tú y yo. ¿Entendido?

Asiento intentando entender que pasa pero ella prosigue:

—El otro día hice una pequeña visita al Centro Psiquiátrico Irrenhaus —comienza mientras una pequeña risilla se le escapa de su boca—. Hablé con Thobias Metzger, el director, y va a conceder una entrevista al periódico.

—¡No puede ser! —exclamo acelerado—. ¡Imposible! ¡¿Irrenhaus?!

—Cierra el pico Adam o le daré el trabajo a Joshua —me amenaza mientras me pone un dedo en la boca—. Queremos ser primicia, sé que hay chivos expiatorios para el Daily London, así que no se lo digas a nadie porque, de lo contario, empezarán a rodar cabezas y la primera será la tuya. ¿Entendido?

Asiento y trago fuertemente.

» Este martes irás a Irrenhaus —prosigue Dorine—. No podrás grabar la conversación y he acordado con él sólo tres preguntas. Si cumplimos con el trato accederá a dejarnos hablar con un interno.

—¿Sólo tres preguntas? —interrumpo extrañado.

—Exacto —asiente—. Por cierto, hablando de ese tema, no entres mucho en detalle ni hagas caso a los rumores. No hagas preguntas escabrosas, necesitamos la entrevista con el interno. ¿Capisci?

No había buenas habladurías de aquel sitio, pero había que admitir que tenía muy buena seguridad. Una de las mejores. Siempre habían comparado su organización, firmeza e impenetrabilidad con una cárcel y a la vez un reclutamiento militar.

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