ADAM
Son las seis de la mañana y estoy hecho polvo, he dormido bastante mal y la aspirina que me tomé para el dolor de cabeza no ha surgido efecto, espero que el café dé un vuelco a mi mente y consiga entonarme un poco, aunque lo dudo mucho.
Durante mis horas de insomnio he meditado las tres preguntas que voy a formular en la entrevista: la historia del psiquiátrico, la importancia de Irrenhaus y el tratamiento que siguen los pacientes. Con la última pregunta no estoy muy seguro si es un tema comprometido o no, hoy en día cualquier cuestión, por inocente que sea, puede generar polémica o disputa, pero tengo que intentarlo.
Verdaderamente, quiero que el neurólogo Metzger me responda a la primera para ver si me está mintiendo o no. En poco menos de cinco minutos he buscado un poco por Internet sobre la historia del psiquiátrico y no dice nada acerca de que fuese una sede militar albanokosovar, así que estoy en un gran dilema y, después de debatirlo en mi cabeza, opto por llamar a Dorine.
Un par de pitidos suenan hasta que contesta:
—¿Sabes qué son las seis y media de la mañana, Adam?
Suena bastante irritada y malhumorada. Aunque es una quisquillosa y marimandona, sé que se queda hasta altas horas de la noche trabajando.
—Sólo necesito preguntarte una cosa —respondo directo—: ¿la información del proyecto IH de dónde la has sacado?
—Eso no te incumbe.
—Al menos dame una mínima explicación, sólo te pido eso.
Al otro lado del aparato mi jefa resopla y contesta:
—El periódico a veces trabaja junto a la policía... esos papeles son parte de una investigación que se cerró el año pasado por falta de pruebas.
Si estos papeles pertenecen a la policía entonces toda la información que hay recopilada aquí es verídica. Pero una nueva duda empieza a carcomerme el cerebro: ¿Irrenhaus había estado bajo investigación policial?
—¡Pero esto es ilegal Dorine! —exclamo exaltado, obviando lo último que ha dicho—. Todas estas informaciones son confidenciales, ¿cómo lo has conseguido?
—Te lo vuelvo a repetir, a veces la policía colabora con el periódico. Por eso te vuelvo a insistir, no pierdas el proyecto; no lleves nada sobre el a Irrenhaus y, por último, no hagas nada que nos pueda comprometer a ninguno de los dos Adam. Adiós.
Me quedo con la duda de saber más acerca de esa investigación que se hizo y que, por unas causas u otras, se cerró.
Esto se está poniendo interesante y enrevesado, he de decir.
Con un cuarto de hora antes de las ocho llego a Irrenhaus, dónde una recepcionista me recibe con cara de pocos amigos y me dirige hacia una sala de estar bastante coqueta.
Al cabo de apenas cinco minutos de reloj un hombre de mediana edad está enfrente de mi, con cara inexpresiva, unas grandes gafas redondas y una inmaculada bata blanca. Podría ser el neurólogo Metzger, pero no tiene ese acento tan marcado y característico de los alemanes, ni por asomo.
—Doctor Constantin Farris —me saluda y, esta vez, me concede una sonrisa fingida—. Hilda, nuestra recepcionista, me comentó que ya había llegado. El neurólogo Thobias Metzger, no tardará en recibirle señor...
—Adam Pierce —le devuelvo el apretón de manos.
—Encantando de conocerle —responde éste—. ¿Me permitiría ofrecerle un té? Es casero y ayuda con el insomnio acumulado.
Intento que la perplejidad no se vea reflejada en mi cara, parece como si hubiese adivinado que llevo ya varias noches sin pegar ojo y obligando a descansar a mi cuerpo con somníferos para poder conciliar el sueño.
Aún así declino su oferta:
—Muy amable, pero no gracias. Aunque soy inglés soy más de café.
El doctor Farris se marcha, a mi modo de ver, algo indignado, pero me promete avisar al neurólogo Metzger de mi llegada. Al cabo de otros cinco minutos vuelve y me conduce hasta el despacho de Thobias Metzger.
La primera impresión de aquella habitación es pulcritud, y seguidamente el único adjetivo que se me viene a la mente es blancura. La habitación, junto los muebles y el suelo, es completamente de un blanco inmaculado.
—Si me disculpan —dice retirándose el doctor Farris y cierra la puerta tras de sí.
El silencio reina y gobierna el ambiente.
Y, como si se tratase de una película, la silla blanca que está delante de mí gira sobre su propio eje hasta que unos ojos azules me miran con frialdad y soberbia, haciendo que me empequeñezca al instante.
—Supongo que usted será el periodista Adam Pierce, ¿me equivoco? —yo asiento—. Si tiene la bondad de sentarse, por favor —hace un ademán con su mano a modo de saludo pero a la vez de invitación para que me siente en la butaca blanca que tiene enfrente a él—. Usted dirá.
—Creo que ya supondrá que vengo de parte de la subdirectora del periódico Daily London, Dorine Reed.
—Por supuesto.
—He sido informado de que sólo dispongo de tres preguntas y, según lo acordado, si yo acato lo dicho usted me concederá una entrevista con un interno.
—Exacto señor Pierce, proceda entonces.
—Bien, a nuestros lectores les gustaría saber la historia del psiquiátrico —paro unos segundos y continúo—. Tengo entendido que, si me permite decirlo, el edificio es toda una joya histórica.
Aquí sabré si me estará mintiendo o no.
—Está usted en lo cierto, señor Pierce —abre un cajón de su escritorio y saca una caja de puros—. ¿Quiere? —me ofrece y yo declino—. Es un verdadero símbolo para esta ciudad, fue una antigua iglesia evangélica luterana, del año 1925.
—Vaya —finjo el asombro—. Es toda una hazaña que todavía siga en pie.
—En total acuerdo con usted pero, desgraciadamente, entre las guerras y demás, la cúpula de la iglesia fue destruida y lo único que todavía pervive es la estructura del edificio.
Y las mentiras incrementaban. Esto no fue, en su momento, una iglesia. Tampoco hay ni ha habido ninguna cúpula y las mentiras de este señor son los verdaderos cimientos del psiquiátrico.
—Creo que los lectores quedarán estupefactos con su historia —asiento pareciendo lo más creíble posible—. También, si es tan amable, me gustaría que hablase de...
De repente, se oye cada vez más alto el ruido de una alarma o algo parecido a ésta. El señor Metzger se sobresalta por unos instantes pero intenta mantener la calma para que no se le note, fracasando en el intento.
—No se preocupe señor Pierce —éste se levanta, dirigiéndose a la puerta—. Denme diez minutos, iré a consultar que está pasando. Por favor, permanezca aquí y evite salir por su bien.
No consigo interpretar sus palabras, y tampoco puedo preguntar que está pasando porque el neurólogo Metzger se ha ido, aunque se ha olvidado de cerrar la puerta correctamente.
Aunque sé que no debo, me asomo, con prudencia y cautela, de ésta y a escasos veinte metros consigo divisar al señor Metzger y al señor Farris, ambos hablando agitadamente, casi gritándose.
—¡¿Cómo se ha podido escapar?! —le grita el señor Metzger.
—Y yo que sé.
—Pues averígualo y búscala, no se puede escapar de aquí. Skënder la quiere, no lo olvides estúpido.
Después de esta conversación, ambos se van corriendo en direcciones opuestas, supongo para buscar a ese alguien que se ha escapado, y dejándome con la duda de qué demonios está pasando aquí y quién es ese tal Skënder.
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PHOEBE
Misteri / ThrillerEl secreto del psiquiátrico Irrenhaus sólo es la punta del iceberg de un enorme complot de la mafia albanokosovar que, entre sus variados negocios ilegales, se encuentra la trata de blancas. Phoebe es una prometedora periodista que simplemente va...