El secreto del psiquiátrico Irrenhaus sólo es la punta del iceberg de un enorme complot de la mafia albanokosovar que, entre sus variados negocios ilegales, se encuentra la trata de blancas.
Phoebe es una prometedora periodista que simplemente va...
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PHOEBE
Mi nombre es Phoebe Hale, tengo veintitrés años, nací en Ottawa, estudié periodismo en la Universidad de Stanford, soy hija única y odio el aguacate. Mi nombre es Phobe Hale, tengo...
—¿Está lista Constantine? —pregunta una voz grave y pronunciable, pero casi inaudible, tras el cristal.
El doctor Farris hace una mueca y da la espalda a la voz, abriendo la puerta y dirigiéndose hacia mi cama. Hace un par de gestos con la mano con desaprobación y saca su oftalmoscopio.
Un terrible destello de luz muy nítida es apuntada directamente a mis ojos, mis córneas no lo soportan y, por instinto, cierro los ojos rápidamente, escapando una pequeña lágrima. No puedo protegerme más, estoy atada de pies y manos; estoy totalmente inmóvil.
Todavía sigo mareada, mis sentidos siguen fallándome y tengo muchas náuseas. Calculo que llevaré alrededor de uno, quizás dos, días inconsciente y alimentándome a base de suero fisiológico intravenoso. Apenas recuerdo lo último que hablé con el doctor Farris, lo único que logro recordar es cuando me puso un pañuelo sobre la nariz y, a partir de ahí, mi mente está completamente en blanco. Nada de nada.
El doctor Farris, al cual cada vez que me toca mi repudio es hacia el notable, intenta luchar contra mis párpados y, tras diez segundos de angustia, lo consigue y me los abre a la fuerza.
Estoy muy mareada, no sé que me ha inyectado pero lo único que consigo escuchar son voces.
—¿Quién eres? —me pregunta, incrustándome la cegadora luz directamente.
—Mi nombre es... —intento reprimir la poca fuerza que tengo, dado que estoy muy débil, así que opto por ahorrar esfuerzos y responderle— Phoebe Hale, tengo...
Un ligero golpe en el cristal hace que pare en seco y que contenga mis lágrimas, a su vez, el doctor Farris se gira bruscamente hacia la dirección del golpe y deja de apuntarme con la luz.
—¡Joder! —grita de nuevo la voz masculina tras la ventana—. ¡¿Cómo es posible?! Constantine, estás fracasando, lleva cinco sesiones y no has conseguido nada.
—La mente humana no es tan fácil como un arma Gjon, creo que eres consciente de ello.
—Me importa una mierda, Metzger nos prometió que la tendrías adiestrada en un par de días y ya son casi dos semanas. Nos está costando mucho dinero mantenerla aquí y, te lo advierto —le grita aporreando algo—, no colmes más nuestra paciencia. Y por cierto— espera unos instantes y prosigue—, Aleksandër te da de plazo hasta el próximo lunes o nos encargaremos, personalmente, de que vosotros dos estéis bajo tierra y que vuestras esposas y, sí Constantine, también tus hijas para que sean nuestra mercancía. Y veo, por tu cara, que sabes muy bien lo que eso significa, ¿no? —su risa va poco a poco incrementando—. Tenedlo en cuenta hasta el próximo lunes. Yo que vosotros no haría enfadar a Aleksandër. Mirupafshim, Constantine.