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Aquel día Kara había estado jugando un rato con aquel tipo que tanto le había llamado la atención; con el pelo rojo, como besado por el fuego. Sin embargo, una vez entraron en el servicio de aquel bar, solo le dio tiempo a desabrocharle el primer botón del pantalón antes de que todo empezara a oscurecerse y de que unos ojos rojos la cogieran por el cuello y la arrastraran a las profundidades.

Supo que estaba entrando al Infierno en el momento en el que el escozor en la piel le impidió pensar en que se estaba ahogando, y el olor a peonía del que tan hasta los cojones estaba Kara le inundó las fosas nasales.

— Sira... — Mustió, intentando apartar las manazas del demonio de su cuello. El demonio la miró con más furia al reconocer su nombre, pero soltó su agarre del cuello de Kara y la dejó respirar el olor de aquella colonia barata.

— Kara... — Saludó a su vez.

La demonio sonrió con gracia, y de rodillas en el suelo de piedra rojiza intentando recuperar el aire que le faltaba, dijo:

— Podrías... podrías decirle a Lucy que deje de apestar este sitio con esa flor de los cojones... Este sitio apesta.

Sira la miró de reojo, más atento del resto de ojos que los observaban que de la propia Kara, a la cual estaba segura le habían obligado recoger de la Tierra a pesar de las protestas del príncipe.

— Es su flor favorita... — Fue lo único que dijo, aunque también arrugó la nariz frente al olor.

Y es que Lucifer era un pirado, de los de verdad; tanto que cuando descubrió que los humanos le habían puesto de mote a la peonía «Flor del diablo» había llenado el Infierno de ese olor de colonia de gasolinera.

Kara se levantó despacio y miró a su alrededor. Las sombras se revolvían entorno a ellos, e incluso a veces se dejaban ver un par de ojos brillantes entre la oscuridad, brillando como llamas ardientes de morder un pedazo de carne y sangre.

— Y... dime, — Susurró Kara, acercándose a Sira con sumo cuidado. — ¿Amaymón considera el trabajo de niñera propio de su guerrero? ¿O esto lo haces a escondidas? ¿Tantas ganas tenías de verme, príncipe?

Sira, con aquel porte que traía siempre, como de caballero de la blanca armadura, le enseñó los colmillos afilados en una sonrisa torva.

Kara sabía que si habían hecho que Sira la arrastrara derechita al Infierno era porque el asunto traía prisa. El príncipe era conocido por ser el guerrero más rápido del ejército de Amaymón; aunque claro, cualquiera con su poder sobre el tiempo era capaz de transportar cualquier cosa en un abrir y cerrar de ojos. No te jode...

— Esta vez la has cagado, Kara... — Dijo, y la demonio estaba segura de que se alegraba de ser él quien le diera la noticia de que estaba bien jodida. — No te vas a librar tan fácilmente de esto.

Ella simplemente se encogió de hombros y rodó los ojos, seguro que había sido Nhama quién la había hecho llamar. Su madre siempre estaba tocándole los cojones de vez en cuando, cuando se le cruzaban los cables y decía que le apetecía ver a su hija Kara, pero era incapaz de subir ella misma a la Tierra a buscarla.

— ¿Qué quiere ahora Nhama? — Preguntó Kara, sabiendo que si su madre le había llamado era porque necesitaba algo de ella.

Una vez, simplemente porque a la demonio le había salido de ahí, hizo llamar a Kara para que le trajera uno de esos deliciosos perfumes de marca que tan caros valían en la Tierra, porque ella estaba demasiado ocupada como para subir y hacer las compras por sí misma.

Un cigarro para el diablo.Where stories live. Discover now