5.
Todos tenemos una debilidad por la que daríamos nuestra vida. Los ángeles se precipitarían contra la tierra por salvarla; los humanos venderían su alma al Diablo por conseguirla; los demonios incendiarían el Mundo por conservarla.
Nhama lo había apostado todo al participar en el grupo de rebeldes; había jugado sus cartas a un precio demasiado alto y ahora solo le quedaba esperar a que el resto mostrara su jugada y se decidiera el ganador de la partida. Todo, por una debilidad.
«No voy a desaparecer, Kara.» Le había dicho su madre. «Nunca.»
Nhama temía desaparecer, esa era su debilidad. Por eso consideraba a Kara una amenaza, por todas las historias de hijos predilectos que derrocan a sus padres, por vivir en un mundo de guerras de fuerza que se disputan bajo un mismo techo.
Ahora, había encontrado una solución a medias a sus problemas. Ahora se aferraba a las promesas de esos rebeldes de una vida eterna, pero, ¿a cambio de qué?
— Kara, prométemelo. — Susurró Xareni, agarrándola con fuerza del brazo.
Kara la miró fijamente. Xareni y ella eran amigas desde hacía años, casi desde que la demonio tenía uso de razón. No se habían criado juntas ni mucho menos. Xareni era una demonio azteca inmortal, una diosa de las profundidades que hacía años había sido temida por media américa latina. Sin embargo, cuando su religión murió, se vio degradada y despreciada por el resto de demonios que ahora ocupaban la élite del submundo. Para cuando Kara nació, ella ya tenía cientos de años.
— ¿Kara?
— ¿Qué? — No se había enterado de nada de lo que le estaba hablando su amiga.
Xareni rodó los ojos y sacudió la cabeza, haciendo chocar entre sí todas las cuentas y plumas que llevaba siempre en su pelo trenzado. Esa era una de las cosas que más le gustaba a Kara de ella, que siempre había estado orgullosa de sus raíces. Que seguía manteniendo con vida toda esa cultura en sí misma: en su ropa, su pelo, incluso en el color canela de su piel y sus ojos.
— Que me prometas que no vas a acercarte más de la cuenta. — Repitió.
Xareni había sido quién la había salvado de las garras de su madre. Se había presentado en la habitación de golpe y sin avisar, había mirado a Nhama de reojo y había pronunciado el nombre de Kara con firmeza. A la demonio no le hicieron falta más palabras para seguir a su amiga y salir de aquella ratonera en la que se había convertido la habitación de Nhama.
— Solo hemos venido a observar, Kara. No a matarlo. — Xareni la observaba con detenimiento. — Así no vas a recuperar tu marca.
Kara gruñó, cruzándose de brazos, pero acabó por asentir.
— Dime como se llama de una vez.
Xareni sonrió de lado. Había estado torturando a Kara al no decirle el nombre de la persona a la que habían venido a vigilar desde que la morena le había dicho que sabía quién tenía su marca.
— ¿No quieres saber antes como he conseguido la información? — Le preguntó su amiga, divertida.
— No.
— Me lo ha dicho Sira. — Soltó de todos modos.
Kara gruñó por lo bajo todos los insultos que se le ocurrieron en aquel momento.
— Capullo, hijo de puta... — Cerró los ojos e intentó respirar con normalidad, pero el corazón le iba a cien por hora de la rabia.
— No sé por qué lo odias tanto, Kara. Te ha ayudado, ¿no?
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Un cigarro para el diablo.
FantasiTras perder su marca contra un humano, Kara es castigada por el mismísimo diablo y pierde lo único que de verdad le importa: sus alas. Pero Kara no se quedará de brazos cruzados, sino que removerá hasta el último cimiento del Infierno para recupe...