3.
Kara sabía cómo llamaban al Diablo los humanos. Había leído las escrituras sagradas... Bueno no, no las había leído del todo; solo las partes que le interesaban: la de los castigos divinos y las guerras con muchos muertos y sangre. ¡Ah! ¡Y todo el dramatismo del apocalipsis! Esa era su parte favorita.
Kara sabía que en ellas Lucifer era un ángel caído, un revelado de Dios envuelto en desgracia; la oveja negra de la familia perfecta del gran pez gordo que vive ahí arriba. Lo sabía de sobra. Sabía que incluso algunos de ellos, de los humanos, lo adoraban.
Astuto. Rebelde. Cruel. Justo.
Loco.
Kara lo habría llamado así. Habría escrito con letras grandes y claras en la primera hoja de cada libro sagrado la palabra «loco» y no se habría acercado lo más mínimo a describir el caos que había en la mente de aquel desgraciado.
Por eso cuando despertó amarrada a una camilla con todo el cuerpo adolorido y la vista desenfocada por el mareo, supo que lo peor solo acababa de empezar.
— Buenos días, Kara... — Susurró Lucifer, pegando su nariz al cuello de la demonio, olfateándola.
Kara cerró los ojos, tragándose aquella oleada de ira y náuseas que le había entrado. Había visto cómo funcionaba Lucifer. Había llegado a jugar con él y sus pobres almas condenadas cuando era pequeña, antes de descubrir el mundo humano y decidir pasarse el resto de su vida jugando a cosas más divertidas en los baños de la mitad de los clubes de Nueva Jersey.
— ¿Qué es esto, Lucy? — Kara señaló divertida las correas que la ataban, sonriendo. — ¿Crees que voy a ser como un animal asustado que va a intentar salir corriendo?
Kara había aprendido a usar su belleza como un arma cuando se sentía amenazada desde el primer instante en el que su madre se había percatado de su madurez física.
Aquel día la había plantado frente a un espejo de cuerpo entero y sonriendo, le había ordenado a Kara que se quitara la ropa poco a poco, para observarla mejor. Había visto sus pechos, lo suficientemente grandes para llevar escote. Le había recorrido la piel de la espalda con el filo de un cuchillo y le había marcado con él los lugares donde Kara podía disfrutar más, pero también provocar más daño. Le había enseñado como marcar más su figura con curvas y como llamar la atención de un hombre. Le había enseñado como seducir a una mujer sin siquiera levantarse la falda del vestido.
Nhama le había enseñado que no necesitaba ser un guerrero en el campo de batalla para ganar todas tus guerras.
— ¿De verdad crees que necesito una correa? — Ronroneó Kara.
Lucifer sonrió, desabrochándose parte de aquella camisa blanca que resaltaba tanto con el tono verdoso de su piel morena.
— ¡Vamos, querida! Eso hace el juego más... emocionante. — Sonrió Lucifer, mirándola con aquel brillo en los ojos. Aquella luz en su mirada que gritaba que algo no iba bien dentro de su cabeza.
Loco, loco, loco.
— ¿Para quién? — Gruñó la demonio.
— ¡Para mí! — Lucifer le sonrió y le dio la espalda, concentrado en jugar con aquellos cuchillos que tenía siempre a mano en aquella sala del psiquiátrico maníaco. — ¿Acaso no es obvio?
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Un cigarro para el diablo.
פנטזיהTras perder su marca contra un humano, Kara es castigada por el mismísimo diablo y pierde lo único que de verdad le importa: sus alas. Pero Kara no se quedará de brazos cruzados, sino que removerá hasta el último cimiento del Infierno para recupe...