Tao.
Después de que salí de aquel hospital me sentía muy triste. Mami ni papi estaban ya conmigo, no me visitaban y yo lloraba muy seguido. Una doctora muy bonita y pequeñita, Jimin, me cuidaba y jugaba conmigo, aunque yo siempre estaba en cama. Decía que mis piernas no podrían moverse por un buen tiempo, y por eso no podía andar corriendo por los pasillos.
No me daban dulces como mami lo hacía, ni tampoco iba a la escuela a aprender con mis amigos ni podía siquiera tocar el suelo con mis pies.
—¿Y mi mami? —le preguntaba. Ella sólo se limitaba a decir que estaba en un viaje con papá, y que ambos me querían mucho.
La doctora Jimin me dio los obsequios que mis papás me mandaban de sus viajes: cartas con fotos de ellos, peluches y alguno que otro dulce.
Lo raro es que en cada fotografía, mamá y papá lucían de la misma manera: mi mami con un saco verde botella y unos pantalones muy elegantes, con un peinado alto. Papá con el traje que usaba para el trabajo, y una corbata roja con líneas azules. Supongo que no les daba tiempo de cambiarse la ropa por tanto tiempo que viajaban.
Jimin era muy cariñosa, y siempre me decía lo mucho que lamentaba el no llevarme con ella a su casa.
Celebrábamos mi cumpleaños con un pequeño pastelito y un fósforo como vela, y mi deseo siempre era el mismo: que mami y papi me sacaran de ese lugar.
Un día, de pronto, la doctora no apareció. Al día siguiente, tampoco; ni al siguiente, ni al siguiente, ni al siguiente...Mimi no era muy amable. Ni cariñosa. Fue mi nueva doctora, pero sólo me sonreía de mala manera y me revisaba lo más rápido que podía; se iba sin besar mi mejilla y no se quedaba conmigo hasta que yo durmiera.
¡Extrañaba tanto a Jimin!
El doctor Wu, que casi no se pasaba por ahí, le preguntó a Mimi sobre mi estancia ahí.
—¿No lo han dado de alta? —le cuestionó, acariciando mi cabello.
—Sus padres murieron en el accidente y no tiene a dónde ir —contestó la doctora, Mimi.
No recuerdo muy bien lo que pasó. Sólo puedo recordar vagamente a mi mismo llorando y gritando; recuerdo a los demás doctores tratando de que yo dejara de llorar. Lo que sí puedo recordar es el dolor ardiente en mi brazo, cuando la doctora Mimi me inyectó algo.
De ahí, nada más.
Unos días después, ya yo podía caminar. El doctor Wu me frecuentaba más seguido, y él era el que me sostenía cuando yo trataba de avanzar por la habitación. Yo le agradé, y él a mi. No sé si sentía lástima, como el tipo de lástima que se siente cuando uno se encuentra a un perro moribundo y desnutrido en la calle, pero sentía que esa "lastima" se convertiría en una ayuda.
—¿Te gustaría ir a vivir con nosotros? —me preguntó el doctor, junto a su esposa— Te daremos una camita caliente, y mucho amor...
Yo me negué. ¿Cuánto tiempo más se iba a tardar en volver mi mami?—El niño ya no puede quedarse aquí... —escuché decir a la esposa del doctor— Ya está sano, y éste cuarto puede necesitarlo algún otro enfermo de gravedad.
A los pocos días, yo estaba esperando en la sala del hospital al doctor Wu para que me llevara a su casa. Las enfermeras me habían puesto un trajecito celeste, y unos zapatitos de charol. Me habían bañado y perfumado.
El doctor, muy amable, y su esposa muy encantadora, me llevaron en su auto, hacia su morada.
La casa era grande, y muy hermosa. Aunque la mía era mucho mejor.
La mujer me horneó unas galletas deliciosas, vimos un rato televisión, y me mimaba a cada rato. Yo aún seguía asustado, muy asustado. Mami se sentiría celosa.
El doctor Wu salió a toda prisa, y regresó un rato después con una litera para armarla.
En la sala de aquella casa, había un montón de fotografías de marcos elegantes: una foto de la boda del señor Wu; la señora Wu embarazada, sonriendo hacia la cámara; un pequeño bebé envuelto en mantas celestes, como mi trajecito; un niño mostrando sus dientes de leche en su mano, sonriendo chimuelo.
—Se llama Kris —dijo la mujer, sentándose a mi lado. Me pasó un brazo por los hombros, acercándome más a su pecho cálido— Tiene tu misma edad.
El niño me causaba cierto temor. Se veía en las fotografías sus aires de grandeza; su mirada dura me daba un golpe en el pecho. Quería llorar, llorar y llorar.
El doctor hizo espacio en la habitación de su hijo; sacó unos cuantos muebles, y también su cama en forma de auto de formula uno. Revisó su reloj de pulsera y, antes de salir, me sonrió de la manera más dulce que me hayan sonreído jamás.
Quería considerar aquel lugar como mi casa, pero no podía. Eran unos completos desconocidos para mi, no sabía ni sus nombres. No quería llamar a esa señora como "mamá" o peor aún: "mami".
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Nothing Left To Say
Fanfiction¿Quién sabe lo que está bien? Las líneas se mantienen cada vez más delgadas. Mi edad nunca me ha hecho sabio Pero sigo empujando una y otra y otra y otra vez. Me doy por vencido, renuncio, hey, estoy abandonando ahora.