~•Tres•~

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Kris.

Esa noche, estuve aguantando las lágrimas. Yo dormía en la cama de arriba, y Tao en la de abajo. Él no se resistió a su llanto, y comenzó a llorar con jadeos entrecortados.
Mamá, cuando me encontró en el jardín, me dio la reprimenda de mi vida. Ella jamás se atrevería a ponerme una mano encima, pero sí me había gritado.

»Tao está solo: sus papás murieron en el accidente que casi deja paralítico al niño de cuatro años. ¡¿Qué harías en su lugar, Kris?! ¡El niño no tiene a nada ni a nadie! ¿Crees que es justo que lo trates así después de que perdió a su familia?

Yo inmediatamente comencé a llorar. ¿Qué haría en su lugar? La verdad, no sabía. Pero no quería caminar en sus zapatos. Admití que fui muy egoísta, pero, ¡alguien estaba robando toda la atención de mis padres!

El cargo de conciencia seguía ahí, impidiéndome ignorar el lloriqueo de Tao. Bajé las escaleritas, y lo miré desde la orilla de la cama. El niño tenía la almohada pegada al rostro para que no se escuchara nada; su carita estaba roja, y la almohada celeste estaba empapada por su saliva.

—¿Extrañas a tu mamá? —me animé a decirle. Él sólo asintió, mientras mordía más fuerte el almohadón.
Mamá dijo que Tao había suprimido de su mente aquel día en el que ocurrió el accidente. Él sabía que sus padres habían muerto, pero decidió olvidarlo y vivir en la fantasía en la cual ellos estaban de viaje. Yogui estaba a su lado, haciéndole compañía.
Después de un rato, el habló. —La extraño mucho.
Hizo un pucherito; su barbilla temblaba e hipaba en periodos cortos de tiempo.
Le hice una seña para que saliera de la cama y me siguiera. Al principio lo notaba un poco desconfiado pero, cuando le tendí mi mano, la tomó.
Lo arrastré fuera de la habitación, y bajamos las escaleras. Él traía a Yogui consigo, dándole besitos ocasionales.
Al llegar a la cocina, me dispuse a arrastrar una silla del desayunador frente a la alacena. Me subí en ella para alcanzar la provisión de galletas y dulces que mamá escondía en la segunda puerta de la derecha. Saqué algunas frituras, galletas con chocolate, gomas de mascar y gomitas en forma de gusanos; bajé de un salto y eché a correr de regreso a la habitación. Tao me siguió, pisándome los talones.

Me eché en su cama, mientras saboreaba los gusanitos de goma. Tao estaba sentado con las piernas cruzadas en el otro extremo, sin probar nada. El pobre necesitaba un abrazo, y se lo di. Se mostró muy sorprendido; yo no podía imaginar que sentiría cuando mamá y papá no estuvieran nunca más conmigo, así que ante esa idea me aferré a Tao. ¡Ya era hora de hacer algo correcto!
El niño dejó que lo abrazara y, cuando me separé, le limpié las mejillas húmedas con la manga de mi pijama.
—Ya no llores —le susurré. Le tendí las frituras, y el las tomó vacilante.
Después de un rato terminé con dolor abdominal por todo el dulce que había ingerido, y sobre todo, por el álbum de fotos de la escuela que le mostré.

—Éste es Lay —señalé la fotografía de mi amigo—. Ese día que tomaron la fotografía, estuvo llorando todo el rato porque Yooa no quiso ser su novia.

Los ojos de Lay en la foto lucían hinchados y rojos, haciéndolos parecer apenas una línea hecha con marcador carmesí.
Tao rió, sobándose la panza.

—Éste gordo de aquí se llama Xiumin —señalé la fotografía del aludido—. Tiene cara de ardilla.

Volvió a reír, y me dijo que parara, pues ya no podía reír más.

—Éste parece niña, pero no lo es —señalé a Lulú—. Es el novio de Xiumin, Luhan.

El me miró con los ojos muy abiertos. Tal vez jamás había visto a dos varones ser novios.

—¿Novios? —preguntó ladeando su cabeza.
—Sí —le dije lo más bajito que pude—. Pero, shhh, es secreto.

Me llevé un dedo a los labios, y el hizo lo mismo, mientras asentía.
Cambié de página, encontrándome con las fotografías de la clase B.

—Éste estúpido se llama Kai —señalé al negro ese de la foto—. Lo odio, lo detesto.
—¿Por qué?
—Antes de que separaran las clases, él le dijo a la maestra Krystal que yo estaba enamorado de ella —dije, apretando mis puños—. La maestra se rió de mi, Kai y sus amigos se rieron de mi, toda la clase se rió de mi.

El parecía meditarlo, y negó con la cabeza repetidas veces, dándome su desaprobación. ¡Sí que lo odiaba! Pero en ese momento me obligué a controlarme para no comenzar a decir las malas palabras que Chen me había enseñado.

—Ésta es Tiffany —dejé de lado al negro, y me relajé; le señalé la fotografía de la niña—. Está bien fea, ¿verdad?

Tao echó su cabeza y rió con ganas.

—En su fiesta de cumpleaños —proseguí—, me obligó a besarla porque yo no le llevaba un regalo caro. Así que se lanzó hacia mi, pero yo la empujé y su cara fue a dar al pastel de tres pisos.

De sus ojitos comenzaron a salir lágrimas, y su cara estaba tan roja de tanto reír que creí que estaba asfixiándose. Me agradaba estar con él. De alguna manera, me sentía en paz y por un momento deseé no haberlo tratado así como cuando lo vi por primera vez.

Jamás había soñado con tener un hermano, pero bueno. Su compañía  me hacía sentir bien, aparte de que él en sí era muy lindo. Tal vez no era tan malo, después de todo.

—¿Sabes? —comencé cerrando el álbum— Mamá te obligará a ir a alguna actividad artística.
—¿Por qué?
—Porque piensa que tenemos que "cultivarnos con cultura" —esto último lo dije con una voz nasal muy graciosa, imitando a mamá, y rió también.
Tao era muy risueño. Y estaba seguro de que, estando con él, ya no traería mi cara de "fuchi" de la cual todos se quejaban siempre.

Días después, estábamos ya jugando como unos amigos que se conocían de hace mucho. Cada día estaba menos arrepentido de que Tao se cruzara en mi vida, de hecho, estaba agradecido.

Nothing Left To SayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora