Graves

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"Vinimos por su oro, no sus cabezas, así que ni se les ocurra hacerse los héroes".

Malcolm Graves es un hombre buscado en todos los reinos, ciudades e imperios que ha visitado. Duro, determinado y, sobre todo, implacable, logró amasar una pequeña fortuna (que luego perdió) gracias a una vida de crimen.

Criado en los muelles sucios de Aguasturbias, Malcolm muy pronto aprendió a pelear y robar, habilidades que le fueron muy útiles en todos estos años. De joven, se escabulló al continente entre las aguas turbias del pantoque de un barco de carga saliente, y robó, mintió y apostó en cada lugar por el que pasó. Pero fue al otro lado de la mesa de un arriesgado juego de cartas en el que Malcolm conoció al hombre que cambiaría su vida: el estafador conocido como Twisted Fate, de suerte tan retorcida como su nombre. Ambos reconocieron en el otro la imprudente pasión por el peligro y la aventura, y así nació una colaboración poco menos que disfuncional que duraría casi una década.

La combinación de las habilidades únicas de Graves y Twisted Fate construyó una eficaz alianza que acumulaba números nunca vistos de asaltos. Robaron y estafaron a ricos y necios a cambio de dinero, fama y la mera emoción de salirse con la suya. La aventura les era tan atractiva como la paga.

En la zona fronteriza de Noxus, enemistaron a dos reconocidas familias, solo para poder llevar a cabo el rescate de un heredero fingidamente secuestrado. Que se quedaran con el dinero para luego ofrecer al vil muchacho al mejor postor, no debió haber sorprendido a quien dejó en sus manos las negociaciones. En Piltóver, son conocidos por ser los únicos ladrones capaces de abrir la supuestamente impenetrable Bóveda Sincronizada. No solo vaciaron la bóveda, sino que además engañaron a los guardias para que la subieran a un barco de carga que ellos mismos habían robado. Solo mucho después de que se perdieran en el horizonte, la gente se enteró del asalto; y encontraron además el naipe insignia de Fate.

Sin embargo, la suerte no les duró para siempre. Durante un asalto que terminó por salirles mal, Twisted Fate aparentemente traicionó y abandonó a su compañero. Atraparon a Graves con vida y lo metieron en la infame prisión conocida como el Armario.

Siguieron años de encierro y tortura, tiempo en el que Graves se dedicó a cultivar su odio hacia su antiguo compañero. Sin duda alguien más débil hubiera sucumbido, pero Malcolm Graves lo soportó todo hasta que logró escapar. Con mucho esfuerzo, recuperó la libertad e inició la búsqueda de Twisted Fate, el hombre cuya traición lo condenó a una década de miseria indescriptible.

Años más tarde, Graves por fin se vio las caras con Twisted Fate. Sin embargo, luego de descubrir la verdad de lo acontecido y de escapar de la muerte a manos de Gangplank al lado de su viejo camarada, Graves dejó atrás su sed de venganza. Más viejos, aunque no más sabios, ambos decidieron continuar su amistad donde la habían dejado, en busca de hacerse ricos con esa combinación muy suya de engaños, asaltos y violencia precisa.

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Encerrado en un bar vacío, sangrando de una docena de heridas y rodeado por un ejército que lo quería ver muerto, podría decirse que Malcolm Graves había tenido mejores días. Y peores también, así que aún no era momento para preocuparse. Graves se apoyó en la deteriorada barra y tomó una botella. Suspiró al leer la etiqueta.

—¿Vino demaciano? ¿Es lo mejor que tienes?

—Es la botella más cara que tengo... —dijo el mesonero, temblando de miedo bajo la barra, sobre un océano resplandeciente de vidrios rotos.

Graves miró a su alrededor y sonrió.

—Creo que más bien es la última botella que te queda.

El hombre estaba sumido en el pánico. Claramente no estaba acostumbrado a estar en medio de un tiroteo como aquel. Esto no era Aguasturbias, en donde riñas letales ocurrían diez veces al día. A Piltóver se la conocía por ser una ciudad más civilizada que el hogar de Graves. Al menos en algunos aspectos.

Arrancó el corcho de la botella con los dientes y lo escupió al suelo para luego echarse un trago. Revolvió el licor en su boca antes de tragárselo, tal como lo hacían los viejos ricachones que alguna vez había visto.

—Sabe a orina —dijo—, pero a bote regalado no se le miran los hoyos, ¿qué no?

Se escuchó un grito a través de las ventanas rotas, lleno de inmerecida confianza y la falsa fanfarronería de quien te supera en número.

—Ríndete, Graves. Somos siete contra uno. Esto no va a acabar bien.

—En eso no te equivocas —gritó Graves en respuesta—. ¡Si quieres salir vivo de esta, será mejor que traigas más hombres!

Tomó otro trago de la botella y la dejó sobre la barra.

—Hora de trabajar —dijo y tomó su inimitable escopeta de la barra.

Graves recargó el arma, colocando nuevas balas en la recámara. La cerró con un letal y satisfactorio sonido, tan fuerte que hasta los hombres de afuera lo escucharon. Los que lo conocían sabían qué significaba aquel ruido.

El forajido se deslizó por la barra y se abrió camino hasta la puerta, trizando los vidrios del suelo con cada paso. Se detuvo para mirar por un vidrio roto. Cuatro hombres se escondían tras una cubierta improvisada: dos en el segundo piso de un elegante taller y otros dos en las sombrías entradas laterales. Todos apuntaban sus mosquetes o ballestas.

—Te seguimos por todo el mundo, hijo de perra —gritó la misma voz—. La recompensa no decía nada acerca de llevarte vivo o muerto. Sal ahora con ese cañón tuyo en alto y no habrá necesidad de derramar sangre.

—Ah, sí voy ahora mismo —dijo Graves—. No te preocupes ni así tantitopor eso.

Sacó una serpiente de plata de su bolsillo y la arrojó a la barra, donde el círculo metálico se quedó girando sobre un charco de ron antes de caer de cara hacia arriba. Una mano temblorosa la recogió. Graves sonrió.

—Eso es por la puerta —dijo.—¿Qué puerta? —preguntó el mesonero.

Graves azotó la puerta principal con su bota y la arrancó de las bisagras. Se lanzó a través del marco astillado, se apoyó sobre una de las rodillas y disparó el arma desde la cadera.

—¡Ahora sí, bastardos! —vociferó—. ¡Acabemos con esto!  

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