capítulo IV

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Muchas gracias por leer, espero les siga gustando esta historia
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Ahora si, conitnuamos con la siguiente parte
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IV

Cesar estaba confundido con la reacción de su psicólogo, ya que no le había resuelto ningún problema trascendente desde que empezaron las sesiones –ya era poco más de un mes sin respuestas-, pero para él todo mejoraba poco a poco, intentando no tener conflicto alguno con cualquier persona en la escuela o en casa, nada que lo alterase de forma grave, esperando que todo mejore en su vida, intentando controlar lo que tiene.

El día que tiene la sesión, no logra encontrar al maestro en clase, ni contesta su celular –lo cual es extraño, ya que siempre contesta al primer timbrazo-. Fue a las oficinas para ver si lo encontraba, pero todo fue inútil, no lo encontró en toda la escuela.

Cesar se encaminó después de clases al consultorio donde tenía las pláticas que lo reconfortaban, lo animaban a salir adelante. Al llegar al lugar, lo encuentra cerrado. En un intento desesperado por entrar, toca fuertemente la puerta sin recibir respuesta alguna. Una señora cincuentona lo ve, le pregunta asomada desde la ventana que está justo arriba de él:

-¿A quien buscas?-.
-Busco al maestro Lavanda, no asistió hoy a la escuela…-.

-Mira, no se si esté, no lo vi salir en la mañana, ya hasta me preocupó-.

-Entonces… no lo ha visto-.

-Ayer que me lo encontré, estaba muy mal-.

-¿No hay una forma de entrar?-.
(debe abrir… debe haber una solución)

-Solo que le llamemos a un cerrajero-.

-Si, llámelo, me urge hablar con él-.

-Ah, tu eres el chico que viene a consulta-.

-Si, ¿Le ha dicho algo de mi?-.

-No, nunca habla de sus pacientes, pero dijo que eres un caso especial-.

-Bueno… ¿sí le podría llamar?-.

-Si, espera-.

La mujer cerró la ventana, a los pocos minutos llegó el cerrajero con una pequeña maletita donde guardaba toda la herramienta para poder abrir aquella cerradura. La mujer se hallaba junto a él. El cerrojo cedió fácilmente. Un aroma conocido inundaba el lugar. Todo estaba en penumbra. La habitación que hacía de consultorio estaba entreabierta, se podían ver claramente los pies en el diván, inmóviles. Cesar entró en el consultorio, solo para encontrarse con la siniestra sorpresa de un cuerpo sin vida, acostado en aquel mueble. En el pequeño escritorio había un solo papel doblado por la mitad y una botella de agua vacía. La mujer llamó a una ambulancia para reportar la muerte, Cesar estaba inmóvil, miraba fijamente el cuerpo frío de la única persona que lo escuchaba de forma seria, sabiendo que nadie lo hará más.

Al llegar la ambulancia, Cesar y la mujer estaban sentados en el comedor, escuchando llegar una segunda sirena perteneciente a una patrulla. Cesar observaba con detenimiento como los forenses se llevaban el cuerpo sin vida del psicólogo dentro de una bolsa de plástico negra. Dentro de otra, más pequeña y transparente, llevaban el frasco de valium vacío. Uno de los oficiales se le acerca a Cesar, le hace preguntas que el chico no contesta, su atención se encuentra centrada en aquella habitación, no escucha las palabras que el oficial vestido de azul le dice.

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