El primer día.

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"No aguanto más esta mierda. —pensaba mientras andaba por el pasillo del instituto. Tras unos geniales meses de descanso, el segundo martes del mes se cargó toda mi felicidad con este gran infierno: el instituto.— ¿Por qué a mí? Las miles y millones de adolescentes que hay en el mundo y me tienen que elegir a mí para enamorarme de alguien que está totalmente fuera de mi alcance. Creo que no puedo más con esto".

Mi nombre es Elizabeth. Lizzie, Eliza, Liza, Izzy, Elia, Abeth... llámame como quieras, no me molestará. Quince años de edad, aunque si la madurez se midiera en números, ¿en qué clase de mundo viviríamos? Además, cumpliré mis dieciséis en pocos meses. 

Vivía en Londres, y me consideraba una de las chicas más felices del mundo ya que todo lo que suele pasar a mi alrededor me da igual, simplemente. Esa filosofía de "Ignora a los demás y sé feliz" siempre me ha funcionado, siempre. Hasta que la adolescencia, también llamada infierno hormonal, llegó con los cojones suficientes de llamar a mi puerta, haciendo que dejara de vivir en Londres, para transportarme a una realidad paralela en la que existían pocas cosas realmente importantes para mí, pocas cosas que realmente necesitaba. 

Pero nada se comparaba con el placer de coger un libro, meterse en la cama y colocarse unos auriculares para adentrarse una en un mar de letras que hacía que los engranajes de mi cerebro se encendieran una vez al día. Eso era un gran placer.

Me considero inútil en todo, realmente torpe, menos en sobrevivir y respirar, soy una artista en esas dos cosas. Creo que autodestruirme también es mi fuerte, pero lo que más me relaja normalmente es un buen paseo sobre algún campo de hierba o césped bien verde, ya sea un campo de fútbol o el jardín de mi casa, que también apuesto por encerrarme en el cobertizo. Recuerdo que era algo que hacía de pequeña, resultaba divertido antes, ya que hacía como si un monstruo me estuviese persiguiendo por toda la casa. El cobertizo era una especie de guarida anti-todos.

¡Ah! Se me olvidaba. Algo muy importante llamó también a mi puerta nada más llegar a este instituto: él.

Su nombre es Simon, aunque prefiero llamarle "la perfección". Dieciséis años recién cumplidos. Deportista, inteligente, amable, amigo de sus amigos, popular... en resumen, todo lo contrario a mí, una niña terca, pasiva, temeraria, que la poca fama que tiene es por rara... lo dicho, polos opuestos. Con esos ojos grandes, aunque sea difícil darse cuenta de que los tiene del color del mar, los hace un lugar perfecto para invernar en ellos durante toda una vida. ¿He dicho color del mar? Todavía más bonitos. 

Cada palabra que pronunciaba sonaba como música para mis oídos, por eso nunca querría que callase. Voces así deberían ser eternas, como gritos perdidos en el eco... No sé cómo lo hacía, pero cada palabra que pronunciaba se transformaba en un sentimiento que arraigaba en su profundo ser, un sentimiento que se cultivaba dentro de él y salía tan sinceramente que hasta era admirable...

Pelo rubio, alto, guapo, con sus sudaderas, y ese desodorante que nada más olerlo sabes que está ahí... y esos labios. Me daban ganas de acercarme y robarle un beso, pero no me podía engañar, nunca me atrevería. Eran tan bonitos, como cada uno de sus tan malditos como perfectos rasgos... la perfección.

Pensando en todo esto, andando, y a un pelo de estallar a llorar, no tuve en cuenta que estaba andando demasiado deprisa... hasta que le vi. Sus ojos azules eran difíciles de confundir, y esa sonrisa que lleva siempre con él... maldita sonrisa. Hoy llevaba esa misma sudadera blanca inconfundible, la sudadera que quiere decir "Este soy yo".

Pero lo peor llegó después, cuando los planetas se alinearon, mi corazón se paró... y nuestras miradas se cruzaron. No sabía cómo reaccionar, nunca sé cómo hacerlo cuando alguien que me gusta tanto me mira. Cuando me pongo nerviosa suelo poner una mirada que provoque agobio, pero en este caso el agobio me lo estaba provocando él...

[SAVE ME] (Provisional)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora