El diario

La mariposa

Pasaron los días y mi abuelo regresó por mi abuela para irse juntos al rancho. Mi abuelo César me invitó a ir por una semana; yo acepté, alisté mi mochila y los acompañé. Al salir, mi mamá me dio una linterna; sabe que le tengo miedo a la oscuridad, y las noches en el rancho suelen ser muy profundas. Me despedí de mis padres y, al retirarme, en la camioneta pude divisar a mi familia moviendo la mano de un lado a otro.

Cuando llegué al rancho, mis abuelos me proporcionaron la habitación que se encontraba en el ático; al llegar arriba, pude observar las cajas con cosas que tenían en su antigua casa.

Coloqué mi mochila en una esquina al lado del mueble. Al asomarme por la ventana, vi cómo la gata Micha estaba maullando. Abrí la ventana y la dejé entrar a mi habitación. Comenzaba a aburrirme y decidí ver lo que había en esas polvorientas cajas. Nada interesante: solo había papeles, juguetes rotos, ropa vieja, entre otras cosas.

Hubo algo, sin embargo, que llamó mi atención: era un diario con hojas color crema, un poco viejo, arrugado y con una elegante pasta. No sabía quién era el dueño o dueña, por lo que decidí abrirlo y al otro lado de la pasta, en la parte de abajo, decía: Irma Guadalupe Escareño Ramos.

Miré hacia la puerta que se encontraba en el piso y después hacia el diario. Lo cerré y lo puse de nuevo en su caja; me entretuve con otras actividades, pero ese diario me llamaba la atención. Al final, decidí tomarlo y abrirlo. Nunca pensé que algo pudiera pasarme.

Cuando abrí el diario pude sentir cómo me jalaba hacia adentro. No podía pedir ayuda. Todo fue rápido e inesperado.

Sabía que ya no me encontraba en la habitación. Todo era oscuro. Tenía miedo. La oscuridad se apoderaba de todo el lugar. Pensé que estaba sola hasta que una mariposa se posó en mi nariz. No sabía cómo había llegado hasta ahí, pero era la luz más cálida de todo el lugar. Cuando se apartó y se fue volando, me dio señales para que la siguiera.