Capítulo 2

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El sonido de un látigo retumbó en mis oídos y estremeció todo mi cuerpo. Abrí los ojos de golpe encontrándome con la deprimente vista de una pared de tablas y el olor a mugre en mis fosas nasales. Me encogí en mi lugar ante el peligro inminente de aquel látigo y mi cuerpo dolió por las heridas causadas hace unas horas. Enfoqué mi vista frente a mí y encontré a un nazi con rostro gélido levantando su mano derecha para golpearme. Me dijo que estaba prohibido estar en las kioas durante el día y que si quería seguir viviendo debía largarme rápido. Me levanté de prisa y salí corriendo a pesar de tener la espalda destrozada por los latigazos anteriores. No importaban en ese momento, el miedo siempre hace que las cosas imposibles se vuelvan realidad.

-¡aaaah!.- grite y me desplome en el suelo cuando creí estar lejos de aquel hombre.- ¡¿Por qué, dios?! – me quede ahí unos segundos y después tome toda mi voluntad y me levante para poder seguir. Para irme más lejos, lo más posible, así tuviera muros rodeando mi libertad, quería tener la capacidad de escapar.

Si no podía estar en los "dormitorios" ¿A dónde debía ir de día? ¿Debía vagar por el campo para recordar por siempre que mi vida ya no era mía? Habían matado a mis seres queridos y tarde o temprano me matarían a mí.

Limpié las lágrimas de mis deshumanizados ojos y pude ver a unos metros de donde me encontraba una realidad tan dolorosa que desee ser uno de ellos. Uno de esos muertos tirados detrás de un edificio mal construido de color blanco que presumía ser una enfermería.

Camine hacía atrás y nuevas lagrimas brotaron de mis ojos sin piedad, emprendí de nuevo mi lucha por salir de esa pesadilla hasta que llegué a una alambrada, una llena de púas que dividían al mundo, entre lo bueno y lo malo, lo racional y lo irracional. Y en ese momento no supe en qué lado estaba.

Camine algunos pasos más e intente tocar la alambrada con mis manos. Comencé a llorar de nuevo ante el recuerdo de aquellas personas muertas, carcomidas por las ratas y apestosas.

-¡no lo hagas!- gritaron tras de mí, me gire en silencio y pude ver que era aquel chico.- ¿no ves que está electrificado?- Se acerco a mí y me miro a la cara.- ¿Qué tienes?

-nada...

-Gerard...- detuvo mi cuerpo cuando me deje caer.

-Tengo hambre... y tengo mucha sed.- susurre.- Dime que eran una pesadilla.

-¿Quiénes Gerard?

-Esos muertos.- Señalé hacia donde creía yo que estaba aquella enfermería.

-Muchas personas mueren a diario, es cosa de que te acostumbres.

-No quiero acostumbrarme, no puedo.- Cerré los ojos.

Nos levantamos del suelo y emprendimos camino entre las barracas y prisioneros. Su semblante me aterraba y lo que menos quería en ese momento era convertirme en uno de ellos.

-Debes comer algo.

-¿Ellos no nos dan de comer?

-Ya lo hicieron, incluso espere a que llegaras pero no fue así, ¿en dónde estabas?

-Dormido.- tape mis ojos con las manos y me senté en la "cama" que mas bien era una tabla, en la que dormí hacia unas horas.

-Ya no te darán nada hasta la "cena", toma.- saco de un rincón del suelo una pequeña caja enterrada entre la tierra y me entrego un pedazo de pan.

Lo tome y lo devoré en largos minutos para intentar satisfacerme.

-Es algo que he guardado por un par de días, quizá este en mal estado pero es lo mejor que puedas comer aquí, lo guardaba para cambiarlo por unos zapatos nuevos, pero alimentar a mi nuevo amigo es más importante ahora.- Me sonrió y los huesos de sus mejillas se marcaron más.- te envidio.- murmuro.

A la sombra del crematorio - FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora