Capítulo 4

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Nadie, salvo los que lo han vivido, es capaz de entender el dolor de ser parte de un juego donde las esperanzas han sido aplastadas por botas impecables, donde tu familia ha sido destruida, donde te han quitado todo lo que eres, han aplastado tu cuerpo y tu ser. Un juego que no entiendes y que no te corresponde.

-¡Oye! Ven aquí.

-¿Si, señor?- Caminé hasta estar a un metro de distancia de él y con la mirada en el suelo esperé sus órdenes.

-¿De qué te encargas?

-¿Cómo señor?

-¿Eres estúpido? Te estoy preguntando, en que trabajas aquí.

-yo... no hago nada, señor.

-Ven aquí.- ¿me matara? ¿Bailara sobre mi cuerpo? ¿En donde estás Frank?

-Sí, señor.

-Quiero que tú y estos dos chicos carguen los camiones con los cuerpos que están detrás de la enfermería, ¡Rápido!- grito.- ¡Vamos, no alimentaremos bocas inútiles!- aplaudió cerca de mi rostro y luego nos empujó con su rifle hasta estar a un metro de la pila de cuerpos.

Intente no pensar en las personas que cargábamos. Personas que días antes había visto caminar por el campo. Fue una de las cosas más asquerosas que pude haber hecho en la vida, sin embargo, me servía de consuelo saber que al final del día Frank estaría en la koia y compartiríamos un trozo de pan, eso definitivamente me hacía tener las fuerzas suficientes para tomar a los muertos de las manos y aventarlos a los camiones como si fueran cualquier cosa.

-Ya, váyanse y cuídense si no pronto alguien los cargara a ustedes.- Después de dos horas el oficial regresó y nos ordenó retirarnos. Totalmente asqueado por el olor a sangre, muerte y enfermedades me dirigí a los "lavabos". Ahí podíamos bañarnos con la poca cantidad de agua que disponíamos.

Las nauseas que sentía después de darme cuenta que el baño no me había quitado el olor a muerte, no me permitieron darme cuenta de que Frank no había vuelto del Canadá donde trabajaba todavía. Fue una noche eterna entre el desvelo, su ausencia, el frio, los balazos y los gritos que se escuchaban a lo lejos. Los demás presos vomitaban por el olor a humo que se metía a las barracas. Todos estábamos consientes de lo que ese humo significaba, el crematorio estaba vivo y desintegraba a los 'diferentes'. Pensar que Frank podía estar ahí, me partía el corazón...

-Ve a dormir o mañana no podrás trabajar y enfurecerás a los S.S.- Dijo nuestro compañero de tabla, no lo dejaba descansar con los nervios que recorrían mi cuerpo.

-No puedo dormir.- murmure en silencio.- aunque quisiera no podría.

-Llegará mañana.

-No lo creo.

-Anda, no dormir no hará que él regrese, por lo menos no esta noche. Y ya te dije que no demuestres tu preocupación por él, o te van a etiquetar.

Con etiquetar se refería a colocarnos una figura en nuestro pijama que delatara nuestra condición, él se refería a la etiqueta del triangulo rosa, con la que señalaban a los homosexuales. Esto además de facilitar su exterminio daba hincapié a abusos y humillaciones sexuales. Ninguno de los dos le había dado señales de que éramos homosexuales pero él simplemente seguía insistiendo con lo de las etiquetas.

Pensar en eso me hizo olvidar un poco el verdadero problema y antes de que pudiera notarlo el día había llegado. Fue extraño levantarme sin ver a Frank platicando con los demás y aún peor salir sin que él abriera la puerta y me dejara salir primero.

-¡Gerard!- Mis ojos estaban acostumbrándose a la luz del sol y antes de reconocer su voz me vi envuelto en sus brazos.

-Fra-frank.- atine a decir incrédulo.- Estas aquí...

-Perdón por no haber llegado anoche.- Agacho la mirada.- Trajeron a nuevos presos y nos pusieron a clasificar sus equipajes toda la noche.

-Tuve mucho miedo.

-Lo sé.

-Ahora trabajo cargando cuerpos.- Me miró sin comprender.- Ahora huelo a muerto...

Me volvió a abrazar y me llevó dentro de la koia que estaba vacía porque era hora de desayunar. Se sentó junto a mí en una tabla y hablamos de la muerte durante minutos enteros. Tomó mi mano olorosa a sangre podrida y besó mis dedos. No pude evitar recargarme en su hombro y suspirar con fuerza. Luego pensé en aquel hombre y en las etiquetas para los homosexuales. Levanté la cabeza y atrapé su rostro con mis manos. Me miró extraño y le regalé un beso en los labios que no rechazó. No era amor. No hay amor en la guerra. Era simple y pura necesidad de no sentirme solo en el infierno.


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⏰ Última actualización: Oct 15, 2016 ⏰

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A la sombra del crematorio - FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora