Perseo 5/20

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El Oráculo de Delfos había predicho que Acrisio, rey de Argos, moriría a manos de su nieto. Para evitar el cumplimiento de esta revelación encerró a su única hija, Dánae, en una cámara subterránea de bronce y prohibió el acceso a ella a los varones, incluso a los que tuvieran la honrada intención de pedir su mano. Zeus, que como dios omnipotente de poco servían habitaciones acorazadas, vio a la joven -que por cierto era bellísima- y naturalmente se enamoró de ella. Para no levantar sospechas, el padre de los dioses se transformó en finísima lluvia dorada y, filtrándose sobre un rayo de sol por la ventana de la celda, fecundó de esta manera a la pobre cautiva. El milagro se realizó y de esta unión nació el futuro héroe Perseo.

Acrisio no quiso reflexionar cómo su hija había podido dar a luz. Lleno de estupor y espanto al ser consciente de que el camino para que el Oráculo no se equivocara se había abierto, ordenó que Dánae y Perseo fueran colocados en una frágil barquilla y se abandonaran a merced de las olas del proceloso mar. Madre e hijo permanecieron muchos días cual náufragos de un desastre, hasta que, cuando ya se hallaban exhaustos, Zeus no les abandonó, haciendo que un vientecillo suave arrastrara al débil esquife hasta la isla de Sérifos. Allí fueron recogidos por un pescador llamado Dictis, hermano en algunas versiones del reyezuelo de la isla, Polidectes.

Dictis se encontraba a la sazón faenando no muy lejos del litoral y se extrañó al levantar la vista y reparar en la barquichuela que se mecía gracilmente. La alcanzó y la atrajo hasta la playa cercana. Después condujo a la joven y al bebé a una casa que poseía junto al mar, allí los cuidó y Perseo no tardó en convertirse en un arrogante joven, no exento de valentía y de excepcional encanto masculino.

Polidectes, a quien su hermano había presentado a los dos excepcionales náufragos, se prendó de Dánae, que conservaba lozana su espléndida hermosura, y quería hacerla suya sin reparar en medios, pero temía el enojo de Perseo, que noche y día velaba por la seguridad de su madre. El problema era pues el muchacho, ¿cómo lo alejaría de Dánae? Polidecres pregonó su próximo casamiento con Hipodamia. Para celebrarlo invitó a un banquete a príncipes, súbditos y allegados. En medio de éste y como era costumbre, preguntó qué regalo iban a ofrecerle. Todos optaron por traerle un caballo, excepto Perseo, que llevado de su arrogancia prometió ofrecer al rey la cabeza de la Medusa, única de las Cargonas que no poseía el don de la inmortalidad. Polidectes se frotó las manos saboreando el triunfo: ¡Por fin alejaría al temible obstáculo que le cerraba el acceso hasta Danae porque lo prometido era deuda, además era probable que aquél dejara la piel en la dificilísima empresa!

En otra versión Polidectes amenazó a Perseo, advirtiéndole que si no traía la cabeza de la Gorgona como trofeo peligraría la honra de su madre. Los dioses atraídos por la valentía del nuevo héroe le ofrecieron toda su ayuda. Y ¿cómo no iban a hacerlo, si además su protegido era hijo del mismísimo Zeus? Así pues, Hades le prestó el casco que poseía la virtud de volver invisible a quien lo llevaba; Atenea le dejó su escudo; Herrnes las alas que imprimían gran velocidad y la cualidad de volar al que las tenía; y Hefesto, una espada indestructible, fabricada en bronce y con filo diamantino llamada Harpe.

Así armado, Perseo se lanzó a los espacios siderales y, guiado por Atenea y Hermes, alcanzó la morada de las Greas, hermanas de las Gorgonas, vírgenes monstruosas semejantes a cíclopes femeninos, que poseían un solo ojo en la frente y un solo diente, pero al nacer ya eran viejas. Perseo se apoderó de su ojo y diente y les dijo que se los devolvería cuando le confesaran en donde encontraría a las Gorgonas. Las viejas espantosas, tras un forcejeo, no tuvieron más remedio que explicar al héroe por donde se iba hacia el lugar en donde imperaban sus hermanas, y Perseo cumplió lo prometido, devolviéndoles tan esenciales órganos.

Nuevo vuelo del héroe hasta llegar hasta la guarida de sus enemigas.

Su fealdad era todavía más espantosa que la de sus hermanas, las Creas. Los cabellos eran un amasijo informe de serpientes en movimiento silbando continuamente, los dientes eran semejantes a los del más salvaje jabalí, extremidades de bronce y alas de oro gracias a las cuales surcaban los aires. Todo aquel que se atrevía a mirarlas quedaba acto seguido convertido en piedra, y ni siquiera los dioses podían neutralizar este don. Atenea había contado a Perseo esta maléfica cualidad y por ello nuestro héroe rehuyó mirarlas cara a cara, sino que inició la lucha de espaldas, guiándose con la imagen de su rival reflejada en el bruñido escudo que la diosa de la Sabiduría le había prestado. Finalmente, con un último esfuerzo, logró cortar de un tajo con la Harpe la cabeza de Medusa, la Gorgona mortal. Al contemplar la escena, las otras dos hermanas inmortales se lanzaron sobre el héroe, pero éste consiguió rehuir la persecución haciéndose invisible con el casco de Hades.

Mitología Griega //Los Dioses Del Olimpo//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora