Capítulo IX: La fiesta

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*Aviso: Hay una parte en la cual es recomendable escucharla con la música de la multimedia. Ya avisaré cuando llegue*

Los primeros rayos de sol nos despertaron a mi y a Alemania. Yo estaba apoyado en su pecho, escuchando lentamente su corazón latir.
-Buenos días-le dije
Él se despertó, y, poco a poco, se sentó en la hierba donde nos habíamos quedado dormidos la noche anterior.
-Buenos días- me dijo, acompañado de una sonrisa y un corto beso en los labios.
Se sentía tan bien estar entre sus brazos...
-¿Quieres comer algo?- me preguntó.
Asentí ligeramente con la cabeza, aún medio dormido.
Se levantó, pero yo se lo impedí, cogiéndolo del brazo.
-¿Italia? ¿Que pasa?
-¿Eh? ¡Ah, lo siento! Lo he hecho sin querer.
Me miró unos cuantos segundos, con una mirada entre extrañada y preocupada.
-Ok, entones voy a hacer el almuerzo.
Él entró dentro la casa, dejándome a mi solo afuera.

Hoy... Era el último día.

Con la yema de mis dedos, toqué la hierba, con sumo cuidado.
Estaba un poco mojada por la humedad, y desprendía una olor muy dulce.
Me eché boca arriba en el suelo, admirando las nubes de un color rosado, viendo cómo pasaban.
Mi último día.
Alemania me llamó desde dentro, para ir a comer con él.
La fiesta empezaría a las 16.00.
Tenía aún toda la mañana para salir fuera a la calle, dar una vuelta...
Pero ese día me quedé en casa.

¿Por qué?

No hay nada mejor que estar en casa.
Alemania me acompañó toda la mañana.
Estuvimos tirados en el sofá, abrazándonos, mirando las negras nubes que llegaban al fondo.
Esta tarde lloverá.

Eran las 15.30 de la tarde. Yo ya estaba en Versailles, vestido para la ocasión.
Los invitados llegarían a las 16.00, y yo estaba allí para retocar alguna que otra cosa que faltase.
Estaba solo, andando por los pasillos, cuando una reconocida voz me habló.

-Italia.

Me giré, y le contesté con una sonrisa.
-¿Tan temprano llegas, Sacro Imperio Romano?
Bajó la mirada, y mostró una espada que llevaba escondida en la espalda.
Tenía un diseño precioso. Era toda negra, con una empuñadura retorcida, y tenía detalles en blanco, como hilos.
Con grandes letras blancas, ponía mi nombre humano:

"Feliciano Vargas"

Sonreí, sabiendo ya el propósito con el cual esa espada había sido creada.
-¿Es para mí, no? - le pregunté a Sacro Imperio Romano.
-Si. ¿Te gusta?
-Me encanta.
Le di un abrazo, muy largo.
-Gracias por todo, Sacro Imperio Romano.
Cuando dije esas palabras, empecé a notar unas lágrimas en mi hombro.

-¿...Estás llorando?

Se separó de mí. Parecía furioso.
-¿Por qué tu...? ¿¡Por qué?! ¡Eres buena persona, no mereces esto! ¡No mereces la muerte!
-Lovino tampoco lo merece.
-¡ Italia necesita un representante bondadoso!
-Italia necesita un representante fuerte, con carácter, que pueda tirar el país adelante. Yo sólo soy un cobarde.
-¡Yo quiero tu felicidad!
-Esta semana ha sido la más feliz de mi vida. No la cambiaría por nada.
-...¿Y no quieres que estos días se repitan?
Me quedé pensativo. Esa pregunta me había pillado desprevenido, y no sabía qué responder.
Unos segundos después, encontré la respuesta.

-Si. Volver a repetir esta semana sería lo mejor del mundo. Pero Lovino también se merece vivir todos los días de su vida con España.
-Entonces no hay nada más de que hablar. Nos vemos, Ita-chan.

Llegaron las 16:00. Los países llegaban, vestidos elegantemente.
Los primeros fueron Francia e Inglaterra.
-Italia- dijo Inglaterra.
Le sonreí y fui a abrazarlo.
-¿Que tal? -me dijo- ¿Has aprovechado la semana?
Asentí con la cabeza.
-¿Podemos ir a un lugar más privado? Tengo que decirte algo -le dije a Inglaterra.
-Claro.
Nos fuimos a una sala, apartados de los otros invitados.

Addio, amore mio (GerIta Hetalia Yaoi) *En edición*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora