Capítulo IV: Reencuentros

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De mis ojos las lágrimas quemaban.

No podía seguir así. Ante cada adversidad, no podía ponerme a llorar.

Con la manga me sequé las lágrimas, me levanté con fuerza y andé hacia la salida.

-Alemania está en lo más alto de la torre Eiffel, en la parte privada. Me ha pedido las llaves, para subir hasta la cima y relajarse.

Esa voz provenía de Francia, quien lucía aún enfadado, pero se encontraba más tranquilo ya que Inglaterra le sujetaba la mano.

Le sonreí.

-Gracias.

Fui corriendo hacia la torre Eiffel.

Era casi de noche, y los últimos visitantes subían a la torre para hacer una foto desde lo alto.

Encontré mucha cola, y tuve que esperar casi un cuarto de hora para poder cojer una entrada, ya que no podía solamente entrar sin entrada.

Fui a los ascensores, para subir más rapido.

-Mierda, demasiada cola.

Subí corriendo por las escaleras. En mi vida había corrido tanto, ni siquiera para escapar de otros países.

Llegé a las puertas de los ascensores de la tercera planta. Sin que nadie me viera, me colé en una puerta de servicio, que llevaba al despacho de Francis, a lo más alto de la torre Eiffel.

-Espero que sigas allí, Alemania.

Al llegar allí, el sol ya había caído, y las luces de la ciudad iluminaban las calles. Abrí la puerta y allí estaba.

Con la luz de la luna, Alemania parecía un ángel. La piel pálida, los ojos cristalinos y el cabello dorado.

Al escuchar la puerta, él se giró hacia mi.

No me dirigió la palabra, y siguió mirando hacia la ventana, observando el tranquilo París nocturno.

-A-Alemania...

-Déjame. Vete con Arthur.

-Por favor, déjame explicar...

-Vete.

-N-no quiero...

-¿Qué?

Gotas de agua saladas se deslizaban por mis mejillas.

-¿I-Italia?

-Yo... S-solo quería estar contigo.

Entre sorzollos, las lágrimas nublecían mi vista y enrojecían mi cara.

Las luces de París hacían el ambiente aún más triste.

-Italia, yo-

-No pasa nada si no quieres estar conmigo- dije, con una sonrisa forzada.

Aunque de mi boca salían esas palabras, mi corazón lloraba, sangraba y se rompía en pedacitos. Esa mentira era evidente, pero no puedo obligar a la persona que amo a hacer algo que no quiere.

-Eheheh~ Soy el infantil y estúpido Italia. ¿Por qué alguien como tú quería ser amigo de alguien como yo?-dije, débilmente.

-¿Por qué...?

-¿Eh?

De repente, él se giró, corrió hacia mi y me abrazó.

Mi corazón se detuvo completamente.

-Italia, no se por qué te dices esas cosas. Son horribles. No debes ser tan duro contigo mismo. Eres la persona más amable y cariñosa que nunca nadie conocerá. Eres mi mejor amigo. No, eres más que eso.

Se me iluminó la cara por unos momentos.

Eso quiere decir... ¿No?

-Eres como mi hermano.

Bueno, ahí iban mis esperanzas.

Que me dijera eso me hacía feliz, pero...

... Me había dejado en lo más profundo de la friendzone.

Pasamos un rato afuera, en el balcón, mirando las luces de París.

El viento gélido que recorría la ciudad a esas horas me aclaraba las ideas.

"Muy bien" pensé "A partir de ahora, ¡esta va a ser la mejor semana de tu vida!"

-Repíteme otra vez, Feliciano. ¿Por qué estamos aquí arriba?-decía el alemán, notablemente aterrorizado.

-Veee~ ¡Siempre ha sido mi sueño volar! Así que esto es lo que más se le parece.

Desde unos cuantos (muchos) metros de altura, Alemania y yo nos disponíamos a saltar en paracaídas.

-¿E-Esto es seguro para ti, Italia?- dijo él.

-Probablemente sea seguro...

-¡¿C-Como que "probablemente"?!

-Eheheh~ No te preocupes, todo irá bien.

El piloto nos indicó que ya podíamos saltar.

-E-Espera...

-Veee~ ¡Vamos, salta!

Le cogí de la mano y saltamos los dos.
Disfrutaba de esta experiencia. Había saltado antes en avión, pero siempre para la guerra, y no disfrutaba del vuelo.

Cayendo desde el avión, me di la vuelta, para mirar al cielo.

Extendí la mano, como si quisiese tocar el sol.

Extrañaré este sol, este cielo, estas nubes...

Una lágrima fugaz cayó, pero rápidamente me alegré, ya que estaba cumpliendo mi sueño con Alemania.

Abrimos los paracaídas, y llegamos al suelo.

Habían pasado ya 1 día desde la pelea en París. Estaba disfrutando como loco.

Después de la experiencia aérea, me fui a mi casa. Le pedí a Alemania que se quedase a dormir, ya que esa noche quería hacer una maratón de mis películas favoritas.

Pero hubo un cambio de planes.

-¿Italia?- dijo Alemania.

-¿Si?

-Han venido el correo. Dicen que hay un paquete para ti en la oficina.

La descripción dice "Dios de la Muerte".

-Ok, ahora iré.

Me puse la chaqueta y fui camino al correo.

¿"Dios de la Muerte"? ¿Y eso a qué viene?

Cuando pasé por un parque, me empezaron a doler los tobillos. Llevaba rato andando, sin pausa.

Me senté en un banco, alejado de la multitud y delante de un río.

Me quité los zapatos para mirar si mis tobillos estaban hinchados.

-Tiempo sin verte, Ita-chan.

Al principio no reconocí la voz. Era una voz grave, no tanto como la de Alemania pero si grave.

A medida de que subía la mirada, mis ojos se abrían como platos.

Esa vestimenta obscura era reconocible en cualquier sitio.

Sus ojos azules y su pelo de oro, escondidos debajo de su característico sombrero.

Las cejas finas como pequeños palos.

Una ligera sonrisa.

Lo reconocí muy bien. Demasiado.

-Creo que la última vez que te vi no te la devolví. Lo siento- dijo, con una sonrisa tímida pero genuina.

De detrás suyo sacó una pequeña escoba.

-N-N-No puede s-ser...

¡Hola! Me da la impresión de que cada capítulo acaba peor...
Bueno, espero que les haya gustado mucho.
¡Bye!

Addio, amore mio (GerIta Hetalia Yaoi) *En edición*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora