Jimin era un chico común. Era perfecto para mí.
Los primeros pasos eran los difíciles y lo iba a dar para declarármele, él lo iba a saber hoy. Tenía que saber que estoy detrás de su trasero y que no debía ver a nadie más que a mí. Era sorprendente que se me entregara en bandeja de plata cuando aquella mañana abrí la puerta de mi cuarto, y allí estaba él abriendo sus ojos a más no poder en frente de mi puerta, no iba a desaprovechar esa oportunidad.
Lo halé dentro del cuarto y cerré de golpe. No se me iba a volver a escapar.