Mamá nos da un beso en la frente a mi hermano y a mí antes de entregarnos a la profesora que está en la puerta, que, al vernos, nos saluda a ambos con una amplia sonrisa en su rostro antes de hacernos entrar al gigantesco patio del colegio. Apenas mamá se marcha, los nervios invaden por completo mi cuerpo, incluso las manos comienzan a sudarme. Inhalo profundo mientras veo a todos los niños con los mismos uniformes corriendo de un lado a otro, lo que me hace recordar uno de mis temores más grandes. Tengo más de un mes que acabo de entrar al preescolar, y nadie, con excepción de la rubia de ojos azules que me sigue a todos lados como si fuera su modelo a seguir, me habla, y de verdad eso me hace sentir mal porque es muy probable que no le caiga bien a nadie de ellos.
—Vamos Belle—escucho que mi hermano me habla, empujándome ligeramente con su codo hacia el frente—Así jamás llegarás al salón.
—En realidad no quiero ir—me quejo, encogiéndome de hombros, haciendo que mi hermano me mire con evidente sorpresa—No me gusta estar aquí Jeremy.
—Deja de ser miedosa y vamos—alega, esta vez jalándome por el brazo en la dirección en la cual queda mi salón.
—No quiero Jeremy, no me gusta sentarme sola a la hora del descanso—expreso con una mueca—Y en el salón, nadie me habla—murmuro por lo bajo, viendo mis zapatos— Eso me hace sentir mal.
Jeremy para en seco apenas me escucha, deteniéndose frente a mí. Sus ojos idénticos a los míos me observan con atención hasta que al final niega con la cabeza.
—¿Qué hay de esa rubia parlanchina que siempre te está siguiendo?—agrega—Esa niña siempre está hablando contigo y está pegada a ti como abeja a la miel. Pensé que era tú amiga.
—Por supuesto que no es mi amiga Jeremy—refunfuño—Siempre habla demasiado y gracias a ella siempre nos regañan.
Jeremy suelta una fuerte carcajada, dejándome entrever el espacio vacío que hay por culpa de la caída de sus dientes, haciendo que luzca gracioso, y más porque su pelo está aplastado a su cabeza en un feo peinado. No entiendo como a mi hermano le gusta tanto esa plasta de gel sobre su pelo.
—Así que crees que es demasiado habladora para ti—agrega, atrayendo mi atención.
—Si—admito—Darren no habla tanto como lo hace ella.
—Pero Darren es diferente, él es un niño Annabelle—espeta con obviedad—Los niños no somos tan molestos como las niñas.
Hago un mohín con la boca apenas escucho sus palabras, haciendo que mi hermano ruede sus ojos de mala gana. Lo que acaba de decir es grosero y discriminativo porque no todas las niñas somos así.
—Sólo te diré que deberías de hablar un poco más con las demás personas que se encuentran a tú alrededor. Te sorprenderías de ver lo que puedes conseguir.
—Lo sé—murmuro por lo bajo, escuchando como la campana suena. Como odio ese sonido—Debo irme.
—Te veo en el receso—agrega mi hermano antes de correr por las escaleras y dejarme sola. Suerte que él ya está en primaria y no tiene que padecer del hecho de que no conozca a nadie como lo hago yo.
Camino con lentitud hacia el salón y después de tomar asiento en mi lugar, espero a que ocurra lo mismo de siempre, niños que entran corriendo, niños que se caen por no traer las agujetas de sus zapatos bien amarradas, niñas que lloran cuando los niños les quitan sus muñecas favoritas, y al final, la rubia que como siempre, entra corriendo justo detrás de la maestra. Ella me lanza una sonrisa y como todos los días, corre a sentarse a mi lado.
—Hola.
—Hola—contesto, encogiéndome de hombros. La rubia deja caer sus cosas sobre la mesita y después de acomodarse el gafete que contiene su nombre, se quita los mechones mojados que se le pegan a la cara—He llegado justo a tiempo, ¿no crees?
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No te enamores de él
Ficção AdolescenteAnnabelle Morgan siempre se ha definido como una persona normal: guapa pero no exagerada, inteligente pero no nerd, amigable pero no popular, divertida pero no fiestera, y con suerte, aunque no la suficiente. Como cualquier chica que empieza su segu...