DIANOGTE

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DIANOGTE

Fueron con rumbo al bosque de Nihm, y lo sobrevolaron hasta darse cuenta de que era inmensamente largo. Y cuando llego la noche decidieron acampar ahí. El último ingrediente ya lo tenían. ¿Y ahora que?

Estaban preocupados, de que el hechizo no funcionara por desconocer que el veneno de abejas era el correcto.

Los ancianos llevaban provisiones, pero comieron desganados. Los sentían muy distantes. Claro, tal vez estaban resentidos porque se habían alejado mucho de ellos, y hecho cosas, mientras ellos solo pasearon por Practa. Les preguntaron cual dragón les había dado las lágrimas, y ellos dijeron la verdad, para conocer la reacción de los magos que parecieron satisfechos. También preguntaron por la espada de la Shijar y el arma que ahora portaba. Les dijeron una verdad a medias. Pues antes preferían callar que mentir:

--el rey de Emenome la necesitaba a cambio nos dio la ballesta

Les preguntaron que tanto habían hecho en Emenome. Pues habían durado ahí muchos días. Les dijeron que era un favor para los dragones, el preguntarle al rey porque se habían retirado de Practa y la Greca. Les dijeron que les había costado trabajo entrar, preguntar y después salir. Pues el rey no los dejaba ir. Luego les dijeron lo de los gemelos. Pero casi no les dieron detalles.

Esa noche Shora y Van durmieron distanciados, para no levantar sospechas. La fogata iluminaba rojiza todo el tenebroso bosque, y los shijar se preguntaron por los de Emenome tenían miedo de entrar ahí. Tal vez era porque era demasiado grande, y tan frondoso que abajo siempre estaba opaco y oscuro. Esa noche su mente se nublo con pesadillas, monstruos y fantasmas. Nunca antes les habían tenido miedo pero ahora parecían tan reales.

Shora y Van despertaron exaltados y con la respiración muy agitada. Se sentaron y miraron como estelas de humillo brillante rondaban y los rodaban. Se juntaron espalda con espalda, observando aquellas cosas que deambulaban, y no volvieron a dormir en toda la noche. Sus ojos estaban, pero no lo cerrarían hasta que el alba disipo a los espíritus.

Cuando llego la mañana se fueron todos apresurados los jóvenes shijar que no querían pasar ni una noche más en el bosque de Nihm, del cual ya habían descubierto su lúgubre secreto. Los ancianos no habían visto, ni soñado, ni sentido nada, por lo que no les dijeron lo que había sucedido. Era probable que sus mentes jugaran con ellos y los hicieran ver cosas inexistentes.

Pero a pesar de sus esfuerzos, tuvieron que pasar una segunda noche en el bosque. Esta vez durmieron con la espalda pegada a un árbol grueso y rugoso. Cenaron todos y se dispusieron a dormir. Aparecieron de nuevo las pesadillas y el humillo blanco: "desaparezcan", pensaban los shijar. "váyanse ya". Soñaban cosas, escuchaban sonidos, pero no había nada. Eran espíritus, fantasmas, fuerzas que no podían dañarlos; pero porque no ase irían de ahí. Ese era su hogar, su hábitat y ellos eran los intrusos. El vaho era casi imperceptible y frio. Estaba tan vivo como muerto. Y como la noche anterior, el alba lo disipo como las cosas que eran creaturas de la noche. Se trataba de un bosque inmensamente largo y ancho, y tuvieron que pasar en el otra noche más. Igual a las anteriores. El bosque eran ánimas que querían que se fueran...

Al anochecer del cuarto día habían salido del bosque de Nihm, y pasaron la noche en una vasta pradera. Ahí acamparon por igual, pero esta vez alumbrados por la luz del cielo nocturno. Esa noche los shijar se sintieron mas tranquilos. Cerca de ahí sonaba un arroyo de aguas frescas y crispadas. Bebieron se lavaron la cara y las manos y se sentaron a comer. Había regresado la aburrida monotonía: los ancianos hablando de cosas vanales e insignificantes, y loas niños escuchando. De cierto modo, eso les parecía un aprendizaje. Y aparte de ello se pusieron a pensar.

Olvidados Hijos de DianogteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora